«Más allá de los habituales tópicos sobre Esparta -el sacrificio de Leónidas y sus hombres en las Termópilas, el asumido ascetismo de la ciudad o el rigor de sus sistema educativo-, el modelo de Atenas es el que generalmente se ha instalado en el imaginario popular como arquetipo de ciudad griega. Sin embargo, Esparta constituye un modelo alternativo fascinante. Si bien la ciudad del Peloponeso debe considerarse ante todo una ciudad griega de griegos en Grecia, su organización y sus prioridades son verdaderamente genuinas. Su victoria sobre la ciudad de Atenea en la guerra del Peloponeso, en el siglo V a.C., ilustra su eficacia global. Para comprender mejor las fortalezas y debilidades de la potencia del Peloponeso, así como sus éxitos y fracasos, Nicolas Richer presenta los principales rasgos de la evolución de la ciudad, desde el siglo VIII hasta el siglo IV a.C., no solo desde un punto de vista político, sino también artístico y social. La variedad de fuentes que abordan las costumbres educativas, políticas, religiosas y militares nos da a conocer el funcionamiento de una ciudad apasionante, que tiene entre sus características originales la importancia que concede a la comunidad, la guerra y el mérito. No en vano, Jenofonte señalaba que ‘Esparta lógicamente aventaja en virtud a todas las ciudades, pues solo ella ejercita públicamente la perfección de cuerpo y alma’». Durante la Revolución francesa, el régimen político espartano sería considerado, sin ambages, por los rabiosos jacobinos, sobre todo por Marat o Robespierre, el modelo político, por antonomasia, a imitar y no el de los atenienses mucho más decadente. Maximilien Robespierre “el Incorruptible” definía a Esparta como ‘un relámpago que brilla en las inmensas tinieblas’, ya que quizás le sorprendía, muy positivamente, el comportamiento de los lacedemonios, parcos en palabras y serios hasta en las comidas. En la mente de los jacobinos franceses se encontraba impresa la especial legislación, creada por Licurgo para la región de Laconia, cuya capital era Esparta, en la que se contemplaba como fin último el que todo condujese a la felicidad del individuo lacedemonio. Plutarco en su obra las VIDAS: de LICURGO y de AGESILAO, describe prístinamente el comportamiento del mítico legislador de los lacedemonios: “Licurgo creía que lo más esencial y poderoso para la felicidad de la ciudad y para la virtud estaba cimentado en las costumbres y aficiones de los ciudadanos, con lo que permanecía inmoble, teniendo un vínculo más fuerte todavía que el de la necesidad, en el propósito firme y seguro del ánimo y en la disposición que produce en los jóvenes para cada cosa la educación preparada por el legislador”. Como sería de esperar, los girondinos, enemigos acérrimos de los jacobinos, volcaban o dirigían su admiración hacia la capital del Ática, es decir hacia Atenas. Pero, cuando se llega al término del pavoroso período del Terror, ya en el año de 1794, el imaginario político republicano tuvo una más que esperada y deseada mutación, dirigiendo sus tactismos hacia Atenas, sobre todo hacia el período de Pericles, en el siglo V a.C. En otras civilizaciones, más o menos contemporáneas, verbigracia la del Reino de Prusia, lo ejemplificador eran, como era de esperar, la sociología vivencial de la esforzada civilización de Esparta. Asimismo, los nacionalsocialistas alemanes de la primera mitad del siglo XX, trataron de copiar el endurecimiento habitual de los espartanos, en como lo exigían a los hombres de las SS. El francés H. I. Marrou decía que el espíritu de la sociedad de Esparta era el propio de un ‘suboficial de carrera’. “Sin embargo, difícilmente pueden establecerse semejanzas entre hombres que vivieron hace más de dos milenios y aquellos que los evocaron de una forma simplista afirmando beber de sus fuentes. En la actualidad, la investigación histórica sobre Esparta se mueve en un plano más sosegado gracias a un conjunto de estudios realizados por especialistas que revisan los textos y toman en consideración los descubrimientos arqueológicos. A esta situación de vuelta a la calma contribuye también el declive generalizado de los estudios clásicos desde la década de 1970, que limita las exaltaciones de los potenciales lectores de Plutarco. Y es en este espacio donde podemos tratar de movernos ahora”. Por todo lo que antecede, se puede indicar, de forma taxativa, que Esparta es una ciudad griega, sensu stricto, y su sociología ciudadana no era muy diferente a la de las otras poleis helénicas, por ejemplo: de Atenas, Tebas, Corinto, Argos, etc., aunque no se puede negar que los espartanos tenían algunas particularidades diferenciadoras del resto helénico. La arqueología espartana ayuda bastante poco para poder definir a esta civilización; premonición que ya había subrayado Tucídides, quien a finales del siglo V a.C., estudiaba la mediocridad de los materiales de los edificios públicos de los lacedemonios, y auguraba que sería muy difícil equiparar el poder de Esparta con las posibles ruinas que dejarían para la posteridad. “… si se desolase la ciudad de Lacedemonia, que no quedasen sino los templos y solares de las casas públicas, creo que por curso de tiempo no creería el que la viese en que había sido tan grande como lo es al presente”. Quizás, por causa de su soberbia, al considerar lo imbatible que era su ejército, Esparta tardó mucho tiempo en poseer una muralla defensiva, que delimitase el espacio urbano, y esta ya sería construida a finales del siglo III a C. o principios del II a. C. Y, aunque sus fuentes literarias no tienen un cronista espartano, salvo Tirteo o Terpandro; los historiadores griegos clásicos, que aunque no eran lacedemonios, al haber tenido la posibilidad de visitar la ciudad, nos dan una más que precisa y fidedigna información sobre dicha polis; entre otros es preciso citar a Heródoto, Tucídides y Jenofonte. Abarcando las fechas de todo este conocimiento, entre mediados del siglo VI a. C., hasta el año 362 a.C. Asimismo, los espartanos también fueron responsables de la opacidad de sus costumbres, ya que lo críptico fue su modus vivendi, y de esta forma mantenían en secreto toda su forma de combatir y su consiguiente arsenal armamentístico. Con todo lo indicado, estimo y deseo que pueda servir para el acercamiento a esta obra, un estupendo análisis bibliográfico sobre esa grandiosa ciudad de la Hélade, como fue Esparta. «Humanum fuit errare, diabolicum est per animositatem in errore manere». Puedes comprar el libro en:
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