RÉQUIEM POR UN HOMBRE BUENO

- Era un hombre bueno, Vani. Fundamentalmente un hombre bueno, honrado e inocente a pesar de la edad y de las injusticias con las que se topó. Tan ingenuo que siguió creyendo siempre en la bondad de las personas.

- Hoy le hemos recordado junto a su familia, sus amigos íntimos a los que se les quebraba la voz al hacer el panegírico; junto a los pocos incondicionales que le quisieron de verdad; junto a sus tres chicas de oro… La iglesia estaba lejos, el día era lluvioso y frío, y hacía mucho que se había jubilado… Las jóvenes promesas ni han oído hablar de él.

- Dicen que nunca mueres si hay alguien que te recuerde. A Alfonso le recordamos muchos, aunque no estuvieran allí, a pesar de haber sido relegado a la pecera en su última etapa laboral. Su despacho seguía siendo un punto de encuentro porque destilaba paz y su palabra calmaba los ánimos más encendidos. Siempre sabía qué decirte, escuchaba tus diatribas sin pestañear y luego se iba por los Cerros de Úbeda, porque se liaba y podía hacerte un discurso que no viniera a cuento, pero con total convencimiento.

- Y salías como una rosa de pitiminí volviendo a confiar en el ser humano, aunque sólo fuera por un momento ¡Qué tiempos aquellos! Era tan despistado que le gastábamos bromas que nunca le hacían enfadar… poque ni se enteraba. ¡Santo y seña!, le decíamos cuando tocaba el timbre de la puerta en aquella oficina de la quinta planta… o llamarle a la vez desde varios teléfonos para que se encendieran todas las luces del suyo, de golpe, y no supiera qué tecla pulsar.

- Y nos descojonábamos cuando cambiaba los nombres a Pedro y Enrique poniendo los apellidos al que no era. Sus despistes eran sonados, pero le queríamos de verdad. Y al final, esas distracciones le fueron dejando poco a poco sin memoria. Y nosotros le fuimos abandonando también a él, porque ya no nos recordaba, aunque nuestras caras le sonaran. Elegimos lo más cómodo: no pasar un mal rato ni hacérselo pasar a él.

- Y cruzó al otro lado del camino, en el que algún día todos nos encontraremos. Tal vez entonces nos reconozcamos y podamos hablar de libros y de vida.

- Siempre estuvo rodeado de una biblioteca de calidad. Disfrutaba con la buena lectura, y era muy exigente porque no le gustaba cualquier autor. Un libro era el regalo preferido que hacía a sus amigos, y siempre lo dedicaba. Me descubrió, entre otros autores a Irène Némirovsky. Lo tengo delante, El baile, y me decía: Madrid, 28 de junio de 2006, … Los críticos se deshacen en elogios. Me parecen algo excesivos. Pero puedo estar equivocado: mejor para ti. Y su firma. Por suerte, se equivocó.

- Lo tachaban de blando. ¿Por no ser una alimaña ambiciosa, ni gritar, ni pisar…?

- Ya sabes que no siempre ganan los buenos y, cuando se cierra una puerta siempre se abre una ventana. ¡Ya les gustaría a tantos triunfadores ser recordados como lo será él! El éxito es tan efímero que, si no existen afectos verdaderos, hasta brindarán los oprimidos cuando su pedestal se vaya a la mierda. Y todo lo que sube baja, a veces con dolor y de manera estrepitosa, pero bajará.

- Con Charli, su hijo predilecto, hacían un buen tándem. Gracias a los dos cambió mi tarea en la empresa. De alguna manera fueron mis descubridores y siempre estaré en deuda con ellos. No fue un camino de rosas, pero me enseñaron a confiar en que era buena en mi trabajo, con cariño, haciéndome ver esa parte de mí que yo no percibía. Feed-back sin anestesia, pero con mucho cariño. Lo recuerdo todo, sus ojos observándome en acción sin una crítica delante de otros maliciosos. Siempre encontraban el momento de hacerme mejorar, crecer a la par como profesional y como persona; ayudándome a curtir la coraza que me defendiera del decaimiento ante los fracasos y la maledicencia.

- Será porque en todos los sitios cuecen habas y hay gente jodida que pone la zancadilla…

- Los sentí a mi lado y los eché de menos cuando la vida nos cambió el paso; a todos sin remisión. Charli siempre ha celebrado la vida (brindo por ti, querido amigo) y las comidas en Ca´Luis son antológicas. Todavía me acuerdo de la cara de sorpresa y escándalo de Alfonso cuando el cumpleañero desenvolvió el regalito que le hacían sus cinco chicas: ¡un anillo vibrador para el pene! Sonrojado, cabreado, con los ojos como platos cuando fue consciente de qué se trataba.

- Y vosotras y Charli descojonándoos, por supuesto.

- No daba crédito, decía: ¡Os desconozco! Y es que él era ingenuo y nosotras unas pécoras desvergonzadas. Así quiero recordarlo, crédulo, INOCENTE, bueno, sensible, amable, feliz. A la muerte de su madre, una mujer muy especial para él, de agnóstico paso a creyente tras conocer, también, a un sacerdote que le dio paz y le ayudó en el duelo. Quiero creer que así se fue, como vivió. Rodeado de luz.

- ¡Somos la caña, tía! Es un privilegio haber compartido tantos años y experiencia con gente como él. Alguien que te alegra el día porque no muerde a las nueve, ni a las doce, ni a las seis. Nunca se quejó ni habló mal de nadie, y sus motivos tenía, como todo hijo de vecino. Se fue en verano y dicen que, si mueres en esa época, mueres dos veces porque muchos de tus seres queridos no pueden despedirte. Yo no quiero hacerlo, porque nunca te irás de mi corazón. S.T.T.L -Sit Tibi Terra Levis, qué la tierra te sea leve-, epitafio popular en el mundo romano precristiano. Descansa en paz, querido Alfonso. Me acompañarás siempre.