«Escribo para entender, tanto a mí misma como cuanto me rodea; para expresar mediante la traducción simbólica el enigma que para mí representa el mundo». Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) empezó a escribir a los doce años, pero no se adentró en el mundo de la poesía hasta que cumplió los veinticinco, con la publicación de la obra Composición entre la luz y la sombra (Gonfer, 1978). Actualmente, es una artista polifacética de gran renombre, que se ha dedicado tanto a la narrativa infantil y el microrrelato como a la poesía visual y la pintura. Entre sus libros de relatos sobresalen Un extraño envío (2006), Escena de familia con fantasma (2013) y Confesiones de una mosca (2018). Además, su obra literaria se ha traducido a varios idiomas e incluido en diferentes antologías, como la de David Lagmanovich, La otra mirada (2005), o la de Irene Andres-Suárez, Antología del microrrelato español (1906-2011).
Con más de una treintena de títulos, es considerada por muchos como una de las mejores cultivadoras de la narrativa breve en castellano. De hecho, Julia Otxoa siempre ha considerado «la síntesis del lenguaje como herramienta esencial en la precisión de lo narrado […] Huyo como de la peste de la retórica, de todo barroquismo, me preocupa potenciar al máximo la expresión mediante una austeridad de medios que eleve la tensión en el interior de la narración. Me apasiona toda forma de hiperbrevedad narrativa o discursiva en cualquier dimensión literaria: microficción, aforismos, prosas poéticas mínimas, ensayos diminutos. Encuentro en todas esas variantes una valiosa identidad literaria transfronteriza, abierta a infinitas posibilidades combinatorias. Encuentro en este modo de narrar que algunos estudiosos etiquetan como literatura del absurdo el mejor medio para traducir cuanto ocurre a mí alrededor».
De esta manera, El instante y su sombra es una suma de momentos que entremezclan la reflexión y la celebración, y, en ocasiones, la denuncia de una sociedad desorientada. Cabe leerlo como una invitación a la vida, al asombro y la belleza de lo natural, de lo que se ofrece de forma gratuita en la pureza de su ser. Además, es una invitación a abrir los ojos del alma más allá de nuestros límites de humana suficiencia y una mirada sobre la existencia como acto de amor y regalo en el tiempo y frente al tiempo. El libro habla de la sensibilidad y lentitud en la mirada sobre las cosas, de la búsqueda de la belleza como resistencia entre las ruinas, del abrazo filial con la naturaleza y con el otro, como partes de un mismo planeta. Sus páginas son una invitación al sosiego en medio del vértigo: «Comparten las ardillas con los petirrojos el botín de cerezas, su algarabía entre las ramas, recuerda la alegría de los niños en la mañana de Reyes».
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