«En la noche del 24 de octubre de 1415, el rey Enrique de Inglaterra, de 28 años de edad, se enfrentó a su más dura prueba. Su pequeño Ejército (E.) estaba enfermo, extenuado y acorralado por un número al menos tres veces mayor de tropas francesas descansadas y llenas de confíanza. Enrique había intentado evitar el combate pero sabía que al día siguiente éste sería inevitable. Contra todos los pronósticos, la batalla que se entabló terminaría siendo una victoria decisiva para los ingleses, librada en un campo próximo al pueblo que le daría su nombre (Agincourt). En Agincourt, Enrique V luchó para recuperar lo que él creía que era su derecho de nacimiento: el ducado de Normandía que había estado en manos inglesas desde hacía más de doscientos años, cuando el rey francés se lo arrebatara al rey Juan, su vasallo. La intensa rivalidad existente entre las coronas francesa e inglesa se remontaba al año 1066, cuando Guillermo el Bastardo, duque de Normandía conquistó Inglaterra. Sin embargo, los duques de Normandía habían sido siempre vasallos de la corona francesa, y su ascensión a la realeza en una parte del reino no cambiaría esta relación. A mediados del siglo XII fueron sustituidos por otra dinastía, los condes de Anjou, que tenían grandes territorios en el oeste y suroeste de Francia. El nuevo rey, Enrique II, gobernaba de hecho un ‘imperio’ más poderoso que el de su señor. Sin embargo su débil hijo menor, Juan, no fue capaz de mantenerlo sucumbiendo a un decidido asalto, tanto legal como militar, efectuado por el rey francés Felipe II. En el año 1204, Normandía fue invadida e Inglaterra solamente mantuvo sus posesiones situadas al sur del río Loira. La minoría de edad de Enrique III (1215-1270) trajo un período de inestabilidad política a Inglaterra, que condujo al desventajoso Tratado de París en el año 1259, por el cual Enrique renunciaba a sus derechos en Normandía, Anjou y otros territorios, y accedía a pagar homenaje al rey francés por sus posesiones del sur de Aquitania y Gasconia. Su hijo, Eduardo I (1270-1307), fue un gobernante más poderoso que se propuso restaurar el equilibrio que desfavorecía a Inglaterra, pero estaba más preocupado por extender su influencia en el interior de las Islas Británicas, por lo que, aparte de las hostilidades que tuvieron lugar entre 1294 y 1298 no hizo ningún otro intento por reclamar sus pretensiones frente a los franceses».
En el reino de Francia se utilizaba la costumbre pactada, que las mujeres no pueden transmitir los derechos al trono, para ello se invocaba la malhadada Ley Sálica, que provenía de las normativas existentes entre los francos o salios. Además, para agravar, más si cabe, las diferencias políticas irreconciliables entre Francia e Inglaterra, la norma jurídica que ya había sido implantada por los reyes Capeto, tales como Luis VII o Felipe I Augusto, era la exigencia innegociable que los Reyes de Inglaterra deberían jurar el homenaje debido, como señores feudales, a su Rey de Francia, por tener territorios en el continente. En estas condiciones, por causa de las graves complicaciones legales que esto creaba, se tuvieron que negociar los susodichos homenajes en los años de 1314, 1316, 1322 y en 1328; será por ello, por lo que el Rey inglés Eduardo II, que no tenía ningún interés en prestar fidelidad feudal a Francia, solo pudo disponer de su heredad francesa tras abonar a la Corona de Francia la friolera de 60.000 libras, a lo que se le denominó como ’rescate feudal’, a lo que añadió el territorio de Agenais. Mientras que su hijo Eduardo III sí rendiría homenaje a Carlos IV de Francia, esto ya en los años de 1329 y de 1331.
“Estas ceremonias eran mucho más que simples sutilezas legales, ya que establecían la legitimidad de la causa de un gobernante en caso de guerra, y Felipe VI tenía claras intenciones de hacerse con las ricas posesiones inglesas del sur de Francia. Éste planeó una invasión de Gasconia en 1329; el motivo real de la guerra fue la negativa de Eduardo a entregar al renegado conde Roberto de Artois, por lo que en 1337 Felipe se anexionó Gasconia. La respuesta de Eduardo consistió en reclamar el trono de Francia”. Está claro que todas las monografías provenientes de Osprey son de una indudable calidad, rigor y proximidad conceptual, para comprensión exacta del hecho narrado. Los planos y dibujos ofrecidos son de una calidad y exactitud obvios, para tener la certidumbre historiográfica precisa sobre la evolución de la conflagración bélica que estudiamos. Asimismo, nos ofrece un estudio de las diversas fases de evolución de la batalla de Agincourt. “Tres factores hicieron que la invasión de Enrique fuera algo más que una jugada desesperada. Uno de ellos fue la indudable superioridad en la batalla de las armas inglesas; los arqueros ingleses, si eran adecuadamente desplegados constituían una de las más formidables fuerzas de combate en Europa, en segundo lugar tenían en Enrique un jefe repleto de energía y decisión, el tercero y más importante era que los franceses estaban divididos por disputas personales y políticas que llegaron hasta la guerra civil. Carlos VI estaba loco y al carecer de autoridad, dos grupos de nobles, los Borgoñones y los de Armañac competían por obtener la supremacía. Fue esta desunión la que resultaría ser fatal para los franceses en la campaña de 1415”.
Para finalizar, indicaré taxativamente que considero a esta monografía como sobresaliente, ya que nos presenta la batalla con una claridad meridiana, fundamentada en el estudio ilustrado de las tácticas, de las estrategias y de las circunstancias que condujeron a la evolución definitiva de la batalla. El volumen repasa todo lo relativo a los uniformes, el equipamiento militar de los dos ejércitos en conflicto, y como se comportaron las fuerzas francesas e inglesas en dicha batalla de Agincourt. Los ingleses ganaron la conflagración por estar comandados por un jefe regio de primer orden, mientras que la milicia francesa era un caos total y absoluto. Carlos VI, era un psicótico, maniaco-depresivo, hacía ya veinte años. ¡Magnífica obra! «Benedictus dominus, adiutor meus, qui docet manus meas ad proelium et digitos meos ad bellum».
Puedes comprar el libro en: