Lejos, muy lejos, el horror golpeaba a Israel. Un grupo terrorista, Hamás, un grupo que se apoderó del dolor de un pueblo, mancilló el dolor palestino y a través del asesinato masivo, de otro crimen contra la humanidad, se erigió en juez supremo y aplicó la fórmula de la muerte: dolor con dolor se paga.
El manto de la poesía continúa paseando por el cielo de Nueva York.
En la franja de Gaza, en los territorios ocupados, en la vecina Israel, del cielo no caen poemas, caen bombas.
En ambos lados, los niños miran al cielo sin esperar un verso; sin ver las estrellas escrutan el firmamento tratando de evitar la muerte. En ambos lados, el humo negro de los incendios ennegrece las páginas de la historia, en ambos lados un verso por la paz desaparece en las hogueras del terror, inútil paloma frente a la muerte.
La poesía continúa paseando por el mundo, la muerte la espera para derribarla junto a los muertos en Israel, junto a los muertos en Gaza.
Hoy me levanté para escribir un poema, pero la imagen de un niño herido, no sé si en Israel o en Gaza me quitó el manto protector de la poesía paseando por mis sueños.
Hamás es culpable, es criminal, pero la respuesta a la muerte no es la muerte. La repuesta de Israel no puede ser la voz de los halcones: la destrucción para exterminar, no los sueños, para exterminar a un pueblo; no debe ser dar una lección que por generaciones el pueblo palestino no olvidará --y la memoria es larga--, el pueblo judío y el mundo lo saben, los campos de exterminio aún marcan el horror y los números de la infamia que marcaron la piel marcan la mente para siempre.
El transformar un campo de refugiados en Gaza en un campo de la muerte, negar el pan, el agua, la luz, castigo colectivo, marcará por generaciones a la víctima, pero también al victimario y por favor no busquen el ojo por ojo, muerte por muerte, no estamos jugando a la ruleta de la vida o de la muerte, ello tiene consecuencias.
El manto de la poesía se extiende sobre Nueva York mientras los comerciantes de la muerte se frotan las manos y piden enviar armas, armas y más armas, muerte y más muerte, lágrimas y más lágrimas, en ambos lados, muerte cayendo del cielo, en lugar de enviar una fuerza de paz para intentar que la voz de la razón resuene a ambos lados de la frontera.
Hoy pensaba que me podía escapar cabalgando en un verso, pero el dolor, el humo, la sangre de un niño, de una niña, israelita, palestina, el horror de una rehén, 187.500 desplazados buscando un refugio, cientos de muertos, expulsaron el verso de mis manos y el manto de la poesía se rasgó en dos para mostrarme nuevamente el horror de la guerra mientras la poesía se pasea por Nueva York, cerca, muy cerca de Naciones Unidas, lejos, muy lejos de la realidad.
* Escritor, poeta, dramaturgo y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Reside en los EE. UU.