Entre otras distinciones obtuvo el Primer Premio del Concurso de Poesía “La Nación” de 1988, por su poemario “Hasta que despertar es imposible” y el Segundo Premio Género Poesía, bienio 2002-2003, otorgado por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Sus críticas bibliográficas y otras colaboraciones se difundieron, por ejemplo, en los diarios “La Prensa” y “La Nación” (de la ciudad donde reside), en “La Gaceta” de la capital de la provincia de Tucumán, en el bonaerense “El Tiempo”, de Azul, y en las revistas “Letras de Buenos Aires”, “La Guillotina”, “Napenay”, “Tamaño Oficio”, “Generación Abierta a la Cultura”, “Tsé-Tsé”, “Mandorla”, “Aldebarán”, “Kokoro”. En 1996 participó en el “IV Festival Latinoamericano de Poesía” en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Publicó “Poemas” (1977), “Hasta que despertar es imposible” (1989), “El esplendor ajeno de las cosas” (1992), “el zumbido de Dios” (2002) y “atzavara” (2012), en el género poesía, y permanecen inéditas dos novelas: “El viaje a Mataró” y “La novela de Marito”.
Resulta, María Rosa, que hace un tiempo he estado por primera vez en tu ciudad natal. Varias veces has ido para allá. Sería interesante que nos trasmitas de qué modo ha ido cambiando Barcelona, desde tus recuerdos de niñita hasta tu último viaje.
MRM — Rolando, creo que, habiendo estado hace no mucho en Barcelona, vos estás en mejores condiciones que yo para hablar de ella como ciudad. Nada puede mejorar la primera mirada. En su libro “Las ciudades invisibles”, describiendo una de ellas, Fílides, Ítalo Calvino destaca esa condición que tienen de ir desapareciendo a medida que se prolonga nuestra permanencia. De ir convirtiéndose en una página en blanco con puntos concretos de referencia en los que cumplir con las rutinas cotidianas. Sin más cúpulas ni preciosas callejuelas ni fuentes ni glorietas.
Es cierto que ese no es mi caso, ya que no vivo en Barcelona y mis visitas no son en realidad tantas ni de gran duración. Pero, por otra parte, en el mencionado libro, Calvino afirma por boca de Marco Polo: “Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe.”
Sin embargo, considero que tu pregunta se desplaza hacia la subjetividad de mi memoria y entonces toca esa confusa y ambigua relación que durante muchos años he sostenido con mi ciudad de nacimiento. Y desde ahí sí creo que puedo intentar decir algo. No de los cambios de Barcelona, sino de la perspectiva interna desde donde fui mirándola, sintiéndola. Barcelona es, primero, y sin nombre, el cuerpo de mi madre, la lengua materna —castellano—, la galería donde jugaba con mi hermano a bañar y aceitar a nuestra tortuga, las plantas carnosas del balcón de mi iaia de las que salía un jugo verde cuando les clavaba mis uñas de tres, cuatro años, la balsa donde me bañaba sostenida por las manos de mi padre y rodeada por todos los insectos del verano —en el agua y fuera del agua—, el olor a cemento húmedo, a ajos, cebollas y patatas, del cuartito de las herramientas en el terreno de fin de semana de Esplugas de Llobregat. Esas primeras sensaciones guardadas y, seguramente, alteradas por la memoria de la memoria. Barcelona comienza a ser una generalización abstracta, con el alejamiento. La desterritorialización, en mi conciencia de niña, territorializó el lugar del que partimos. Concibió una comarca, la comarca abandonada, con un nombre: Barcelona. Generó una primera noción de lugar, pre-geográfico. Muchos inmigrantes lloran el resto de su vida por la añoranza de su tierra, otros no desean ni siquiera volver a oírla nombrar. En mi caso, mis padres construyeron el mito y Barcelona adquirió la categoría de paraíso perdido al que pronto íbamos a volver. El jamón de acá era carne cruda, las sardinas no las quería ni el gato, y qué decir de las rústicas panaderías de Lanús! Las de allá parecían joyerías de lo bien que presentaban sus escaparates. Nada soportaba la comparación. Ni las cosas ni la gente.
Y sin embargo, y sin embargo, las grandes zanjas de los fondos de Remedios de Escalada, cerca del club Talleres, abiertas en campo abierto, donde, con latas de tomate agujereadas, mi hermano y yo pescábamos mojarritas, tienen tanta sustancia metafísica como la balsa de agua de Esplugas de Llobregat. Una manera de decir.
Y bien, ya estamos acá, en Argentina, y Barcelona es una abstracción a la que me religa el discurso de los padres, las cartas que van y vienen al ritmo de los grandes trasatlánticos y el recuerdo afectuoso de los tíos, los primos, los amiguitos y la iaia. Durante muchos años España y Barcelona fueron sinónimos. Buenos Aires y Argentina también. Se trataba de acá y allá. Océano en el medio.
Así pasó mi infancia, la escuela primaria y la secundaria, y el aprendizaje delimitó áreas, intelectualizó contenidos, fundamentó diferencias. Y profundizó el conflicto. La evidencia de que no había regreso no produjo el arraigo. O, mejor dicho, la conciencia del arraigo. Éramos extranjeros, y diferentes.
A los dieciséis años, terminado el bachillerato, mis padres me enviaron a Barcelona. Por primera vez andaba por mi ciudad de nacimiento mirando y admirando. Compartiendo con mis primos paseos y bailes. Pero yo era “la prima de América”. Y, por la calle, me consideraban una turista. Por mi acento. Por mi lenguaje. Porque me sentían diferente. No era como ellos. ¿Y cómo era? ¿Cómo se construye un yo sino con los materiales humanos con los que se va encontrando e interactuando la conciencia, su modo único de procesarlos? Hace tiempo me contaron la historia de un hombre que salió de su pueblo en los primeros años de su juventud y al que regresó siendo mayor, digamos bastante mayor. Cuando llegó al pueblo no lo reconoció. Este no es mi pueblo, dicen que dijo. Un habitante de allí le preguntó cómo era posible que no lo reconociera si ni siquiera una piedra había sido cambiada de lugar en los últimos cien años: el mismo almacén en la esquina de la plaza, la misma iglesia, etcétera. A lo que nuestro hombre respondió que sí, que era posible que estuvieran las mismas casas y las mismas calles, pero que no estaban las mismas personas. Las que le daban alma al lugar. Aquellas que él había conocido y con las que había compartido su niñez y adolescencia. Ni don Ramón, ni don Nicanor, ni Marta ni Juancito… Un lugar está significado por los vínculos humanos que generamos en él.
Y como a la vida le gusta tender hilos de un sitio a otro, y tejer y destejer tramas, ahora tengo una razón poderosa para volver a mi ciudad de nacimiento, sin necesidad de seguir preguntándome cuál es nuestra relación. Ahora, mis vínculos afectivos están equitativamente divididos entre Buenos Aires y Barcelona. Si tuviera el don de la bilocuidad, viviría en ambas ciudades. Pero ya no me pregunto a cuál de ellas pertenezco. La pertenencia es tranquilizadora, pero demarca. Uno no pertenece. Uno es su historia. Cuando una pregunta no puede responderse, tal vez la dificultad no esté en la respuesta sino en la incorrección de la pregunta misma.
Pienso en ésas increíblemente ingenuas —por no usar otro calificativo— que se suele —o solía— hacer a los niños: a quién querés más, a tu mamá o a tu papá? de quién sos, de tu mamá o de tu papá? Respóndalas el posible lector.
Barcelona ha crecido, se ha enseñoreado en su propia belleza, en su geografía privilegiada, en el legado de creadores como Antonin Gaudí, en la pluralidad de voces que la pueblan. Me encanta pasear por las Ramblas, ir al Mercado de la Boquería, contemplar una y mil veces la Sagrada Familia, caminar hasta el puerto saludando de paso a Colón, bañarme en el Mare Nostrum. Pero lo que me lleva a Barcelona y no a París, Roma o San Petersburgo, es el amor. Clara, sencillamente.
En cuanto a las ciudades, creo que hay diferentes formas de relacionarse con ellas. Puede uno buscar diversión (lo diverso, le divertissement de Pascal) y visitarlas como turista. O puede uno viajar para buscar en ellas, en su arquitectura, en su música y, sobre todo, en sus gentes, la pluralidad de formas en las que se manifiesta el espíritu humano, ahora y a lo largo de toda la historia. Y, tal vez así, abrir un poco las propias perspectivas.
Fuiste miembro fundador del Grupo “Informal” y, ocupando el cargo de Vicepresidenta en su período inicial, de la Asociación de Poetas Argentinos. La condición de co-fundadora invita naturalmente a sugerirte que nos transfieras lo que recuerdes de aquellos tiempos, de aquellas iniciativas; y quiénes fueron, en cada caso, los otros impulsores.
MRM — “Informal” surge de una iniciativa de Osvaldo Moro. “Informal” fue Osvaldo Moro. La idea central, según sus propias palabras, era la de ayudar a la gente que no tenía cabida en los medios oficiales de difusión a divulgar su obra. Nace en 1981, en la calle, en una peña folklórica. Siempre con la característica de poder mostrar creadores poco conocidos, junto a gente de experiencia. Unos meses más tarde se iniciaron las reuniones de los sábados en el bar “El Conventillo” de Varela 60, en el barrio de Flores. Allí se realizaban lecturas de poemas y cuentos. Lecturas concertadas y lecturas espontáneas. Y siempre había una muestra de pintura y una presentación musical.
Pasaron por “El Conventillo” reconocidas figuras de la literatura y la plástica como Abelardo Castillo, Alberto Girri, Juan José Hernández, Olga Orozco, Antonio Di Benedetto, Horacio Castillo, Dalmiro Sáenz, Celia Gourinski, Alfredo Hlito, Pérez Celis, Gyula Kosice y tantos otros.
El Grupo Informal, que acompañaba y colaboraba con Osvaldo Moro, estaba integrado por Eduardo Bocco, José Pensa, Bárbara Wulman, Julio Cesar Invierno, Marga Schujman, Gregorio Ganopol y quien esto escribe. Un poco después comenzaron a funcionar los talleres literarios, en el subsuelo de la librería “El Zapallo”, en Varela 22. Allí comencé a dictar mis seminarios de filosofía y, más tarde, el taller de poesía y narrativa que, en un principio, estuvo a cargo de Julio Cesar Invierno. Algunos talleres y seminarios eran gratuitos y en los arancelados la recaudación se destinaba a solventar los gastos de “Informal”. También se presentaba anualmente el Salón del poema ilustrado donde un plástico y un poeta trabajaban juntos. Fue la época de oro de “Informal”. Cada sábado, “El Conventillo” a tope.
Por razones nunca bien definidas, “Informal” partió de “El Conventillo” y fue a cobijarse en una antigua casona de Candelaria 65, barrio de Floresta. Y, dos o tres años después, a un departamento, en Candelaria 13. Continuaron las actividades, pero, poco a poco, se fueron reduciendo a talleres y cursos, convirtiéndose en un Centro Cultural bajo el nombre de “Yukio Mishima”, hasta la muerte de Osvaldo Moro.
En cuanto a la Asociación de Poetas Argentinos, la idea de su creación le corresponde a Cayetano Zemborain, su presidente, quien, en aquel momento, me invitó a ocupar la vicepresidencia. Nos acompañaba Julio Bepré como secretario. Recuerdo a Carlos Federico Weisse, Adalberto Polti, Silvia Noemí Pastrana, Susana Fernández Sachaos, Beatriz Allocati… Buenos recuerdos. Ya a varios lustros de su fundación, me alegra advertir que el impulso y la diversificación de tareas a favor de la poesía y la cultura en general, siguen creciendo día a día.
Por mi parte, me alejé de la Asociación no por diferencias ideológicas ni desacuerdos personales, sino porque mis actividades propias no me permiten disponer del tiempo que debe dedicarse a una institución. Y porque mi disposición vocacional no se adapta a las características generales de los desarrollos institucionales. Siempre, desde luego, estuve y estoy dispuesta a colaborar en cualquier actividad puntual para la que se me requiera. Cosa que sucedió en varias oportunidades después de mi despedida como miembro activo de la entidad.
Fuiste jefa de redacción de “El Cadáver Exquisito”, la revista del Grupo Informal. La conocí, y hasta tuvieron la gentileza de publicarme. Y también lo fueron Luis Benítez, Néstor Colón, Luis Quadri Castillo, Agustín Tavitian, Luis Raúl Calvo, Daniel Berenstein, Luis Colombini, Santiago Espel... Sé que el primer número asomó en 1985 y que no asentaban la fecha de aparición. ¿Por qué esa decisión? ¿Quiénes y cómo decidían el armado de cada edición? ¿Qué motivó su cese?
MRM — “El cadáver exquisito” fue una revista surrealista no por sus contenidos, que no estuvieron limitados a movimientos ni ideologías, sino por su realización concreta. Sin fechas, como bien señalás, sin tiempos determinados de aparición, libre, algo onírica y plasmada más por el azar que por una razón conductora.
Tengo acá el número uno: Director: Osvaldo Moro. Subdirector: Eduardo Bocco. Jefa de Redacción: María Rosa Maldonado. Así fue hasta la muerte de Eduardo. En los números siguientes, se agrega un Comité de Redacción: Marga Schujman, Gregorio Ganopol y María Rosa Maldonado. En los últimos números, Osvaldo me pasa la dirección y él queda como Fundador.
Esto en cuanto a los responsables. La idea de Osvaldo aparece en la tapa del número uno donde lo señala como “periódico”, tal vez por su tamaño. Dice allí bajo el título de “El cadáver exquisito probará el vino nuevo”: “INFORMAL es un grupo abierto, pluralista y democrático. Su propósito es difundir sin levantar ninguna bandera, pero ante la necesidad de ponerle un título a nuestro periódico, decidimos rendirle homenaje a uno de los movimientos más importantes de nuestra era.” El contenido, como bien sabés, estaba constituido por poemas y cuentos de autores consagrados junto a otros poco conocidos y hasta inéditos, y, en casi todos los números, la representación gráfica realizada por un plástico de la idea del cadáver exquisito. Colaboraron con sus obras artistas como Osvaldo Svanascini, Cristina Ramos Siri, Silvia Ocampo, Elvira Luciano, Hermenegildo Sábat…
Te decía antes que hubo una época de oro de “Informal”, debo añadir que se debió a una hazaña heroica del grupo. Esto algunas veces ocurre. Hubo un líder que supo hacernos visualizar su sueño, y lo compartimos. Con placer, claro. Pero, ocuparse de la casa, los niños, el trabajo, ir desde Congreso hasta Mataderos a comprar kilos de chorizos, preparar un choriparty, juntar la plata para pagar la edición, pedir las colaboraciones, organizar los contenidos, hacer la pegatina, llevarlo a la imprenta… Como dice Cesare Pavese, “lavorare stanca”. Y, además, todo tiene un tiempo de vida. Un día se fue posponiendo la tarea hasta que quedó postergada para siempre. Sin premeditación. Sin llanto. Como nos vamos despidiendo de cada día vivido. Y, sin embargo, todo permanece en ese “lugar” sin espacio ni tiempo que constituye nuestra mayor parte y que apenas atisbamos.
Durante unos meses de 2000 coordinaste en A. P. A. C. (Asociación de Plásticos Argentinos Ciegos), en su sede de la Universidad de Belgrano, un taller de escritura para no videntes, lo cual también realizaste entre 2000 y 2002 en el Museo “Eduardo Sívori”, con el auspicio de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Me pregunto cómo encaraste la tarea al principio y de qué modo habrás proseguido, a medida que te ibas asentando en tu rol.
MRM — La tarea la encaré con entusiasmo (un regalo de los dioses, según los griegos), que es mi condición primordial en relación con la docencia. Y con mi vida. Y aprendí mucho. En principio, aprendí braille. A escribirlo y a leerlo. No con los dedos sino con los ojos, claro. Louis Braille, que vivió en carne propia la falta de visión, creó ese sistema de lecto-escritura táctil basado en el que un militar llamado Charles Barbier de la Serre, a comienzos del siglo XIX, y bajo el nombre de “escritura nocturna”, usaba para transmitir órdenes a puestos de avanzada. Braille lo simplificó convirtiéndolo en el sistema universalmente conocido de los seis puntos. Es interesante destacar que se trata de un sistema de numeración binario que precedió a la aparición de la informática.
Tal vez lo más importante que recibí de esa experiencia, fue la corroboración, una vez más, de que las generalizaciones —tan necesarias para la ciencia— son una de las fuentes más peligrosas de error y discriminación: no existen “los ciegos” como categoría humana. Existe la falta de visión en personas particulares, cada una de ellas diferente de las otras, única. Como cada ente particular en la formidable abundancia de los entes. Por otra parte, y también una vez más, constaté cómo las brutas diferencias económicas inciden en el desarrollo de las personas. El sistema braille ha sido incorporado a anotadores parlantes y otros elementos de nueva tecnología que pueden portarse fácilmente e, incluso, adaptarse a las computadoras tradicionales. En la actualidad se dispone de gran cantidad de elementos que facilitan la lectura, el aprendizaje, la comunicación e, incluso, la vida doméstica, para personas con discapacidad visual, ya sean ciegos o ambliopes, pero son muy caros. Desde el elemental bastón blanco, la braille speek, los comunes grabadores de voz, el reloj parlante o un sencillo detector de líquidos para poder llenar una taza sin que se desborde. Todo depende del poder adquisitivo. Sin hablar de las dificultades en el acceso a puestos de trabajo… Aun así, también hay que mencionar que existen instituciones como la Biblioteca Argentina para Ciegos (entidad no gubernamental sin fines de lucro) y varias otras, cuyo objetivo principal es contribuir a la plena integración de las personas con discapacidad visual a la sociedad.
En cuanto a la motivación y metodología en general, no se me presentó ningún problema. Trabajamos con lecturas, música, objetos diversos que iban tomando de una bolsa y que reconocían por el tacto… y después escribían, cada uno con los elementos que tenía a disposición. Incluso manuscrito. Para facilitarles esa escritura, se me ocurrió doblar la hoja por cada renglón como se hace en el juego del cadáver exquisito: a medida que van escribiendo la van desdoblando y queda bien determinado el sitio de la escritura. Como te decía al principio, fue una experiencia enriquecedora y muy gratificante, como lo han sido, y lo son, mis otros talleres y seminarios. Creo que la conjunción de vocación y trabajo es un privilegio que nos libera del absurdo. Pero este es otro tema.
“el zumbido de dios” cuenta con prólogo (“Un insecto llamado imago”) del poeta Reynaldo Jiménez, y “atzavara” con un posfacio (“Raíz abisal”) también de Jiménez y de una extensión inusual: veinte páginas. Los que conocemos algo de su obra sabemos cuánto y cómo discierne y profundiza en sus ensayos. ¿Qué nos podrías trasmitir sobre sus análisis a propósito de tu poética?
MRM — Primero hablemos un poco de Reynaldo. Sólo un poco, porque sobre él es mucho lo que hay para decir. Multifacético, talentoso y “…con esa gracia/ que no tuvo nadie…”, como dice Gonzalo Rojas. Reynaldo Jiménez está considerado como un poeta neobarroco debido a que fue incluido en “Medusario”, la antología de Roberto Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefami, que agrupó por primera vez a una serie de autores, originariamente no conectados, que presentaban en sus obras una común tendencia hacia el neobarroquismo. Pero hay que decir que esta calificación no agota ni determina las particularidades de su escritura. El propio Reynaldo, en una entrevista emitida por el programa “Definición de Savia”, en Radio Círculo, Círculo de Bellas Artes, Madrid, dice: “En realidad lo mío tiene más que ver con la poesía lírica, en general… con una especie de trabajo con el oído y con la resonancia, más que con la enunciación directa… hacer algo que pueda ser trasladado hacia la voz, emitido en voz alta… Y también con una especie de intrusión de otras lenguas, mezcladas, mixturadas, palabras dentro de palabras…” Gabriel Bernal Granados, en su libro “Musgo”, dice de la poesía de Reynaldo Jiménez: es “un laberinto de mil puertas, se puede entrar a destajo y salir perplejo. Siempre perplejo, pero no impune. Lo de Reynaldo es también una búsqueda de conocimiento, de mejora espiritual.”
Dentro de sus múltiples actividades culturales está la de haber sido director de la revista-libro “tsetsé” y de la editorial del mismo nombre. Poeta, traductor, creador de eventos poético-musicales, performer, ensayista y un amigo excepcional a quien pedirle algo tan delicado como: podrías escribir unas palabras sobre “el zumbido de dios”? La respuesta fue “Un insecto llamado imago”. Diez años después, repetí la pregunta acerca de “atzavara”, y el resultado consistió en un posfacio titulado “raíz abisal”. Ambos textos con un valor poético intrínseco y, sobre todo el segundo, por su extensión y profundización en el tema, concernientes a la categoría de ensayos. Un placer y un hallazgo su lectura.
En cuanto a la relación de esos textos con mi propia creación poética, fueron una magnífica posibilidad de comprobar que se había producido esa extraña conjunción de sentido entre el escritor y su lector y, a la vez, me revelaron aspectos que no había percibido en ellos. El poeta, el escritor, es, en verdad, un escribiente. Como dice Heidegger, en el lenguaje no es el ser humano el que habla sino el lenguaje mismo. Para Umberto Eco: “Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren”. Y agrega: “El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, sino, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?” Esto es válido también para la escritura poética. Una lectura no desautoriza otra diferente. Cuantas más, mejor. Es la expansión del signo más allá del sentido estricto que tiene para cada subjetividad. Alberto Girri, no recuerdo si en “Cuestiones y razones” o “En la letra, ambigua selva”, afirma que la ciencia trata de resolver las ambigüedades, la poesía de crearlas. Esa ambigüedad abre las visiones que cada lector puede ir extrayendo de su lectura. Y le permite al escritor ir descubriendo aquello que no sabía que iba a escribir.
Del francés has traducido textos de Charles Baudelaire, Albert Camus, Jean-Paul Sartre…, y del portugués, poemas de los brasileños Sebastiao Uchoa Leite, Claudio Daniel… ¿Considerás la tarea de la traducción poética como un acto de creación poética en sí mismo?
MRM — No he tomado nunca la traducción como un trabajo proyectado y ejercido por sí mismo, sino que, casi siempre, ha estado en referencia a mi propio placer de traer al castellano textos o poemas que me interesan —o sea, en los que deseo introducirme para apoderarme mejor de su condición indagatoria o estética. En este sentido, ese juego sutil y aventurado que es llevar una construcción lingüística de uno a otro idioma, tiene, como bien sugerís con tu pregunta, ciertas características del acto creativo. Por eso Alberto Girri, que, con gran generosidad y maestría, casi siempre acompañaba sus propias obras con la traducción de algunos poemas de autores consagrados e, indudablemente, admirados por él, en su libro “Lo propio, lo de todos”, le da el nombre de versiones. Allí tenemos “Sweeney entre los ruiseñores” de T. S. Eliot, “Retrato de una muchacha” de Conrad Aiken, “Trasplante” de Theodore Roethke y “Dios de nuestros padres” de Robert Lowell. Y, en “Monodias”, nos regala cinco poemas de Robert Graves, sus preciosas versiones.
Sin embargo, una versión no es un poema propio. La indeterminación (libertad?) inicial no es total. Tenemos allí una creación que nos antecede y nos condiciona. Yo (y uso el pronombre personal para deslindar y enfatizar convicciones) no considero que sea un acto estricto de creación poética. Es, sí, algo cercano en donde entra en juego la práctica de un “yo estético” que acompaña al creador en su faena con el lenguaje. También creo que este “yo estético”, por su propia naturaleza fluyente, en constante construcción y transformación, es modificado por el contacto con los nuevos materiales. En esta dialéctica que es el ir y venir con las palabras y los sentidos de una lengua a otra, la ganancia —para el traductor, y tal vez también para el lector— está en relación con el riesgo y la honestidad con que se ejerce el acarreo de materiales. La construcción del nuevo poema, o texto. Incluso la lectura de un mismo poema, en cualquier lengua, por diferentes personas, o por la misma persona en diferentes momentos, también produce versiones.
Hay testimonios de escritores que han meditado durante extensos lapsos antes de abocarse de lleno a la concepción de algunas de sus obras: Pío Baroja, Rainer Maria Rilke, Malcolm Lowry, Marguerite Yourcenar, Gustave Flaubert, Gabriel García Márquez, Azorín, Agatha Christie, Miguel de Unamuno, Jean Genet, Ramón del Valle-Inclán… ¿Te ha sucedido con alguno de tus poemarios, con tus ensayos? Y en tanto sos narradora inédita, extendemos la inquietud a las dos novelas. ¿De qué tratan?
MRM — La palabra meditar oculta una interesante y radical contradicción: de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, meditar es “Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo”. Es decir, meditar es pensar. Aplicar nuestras funciones cognitivas conscientes de un modo concentrado e intenso.
Pero, por otra parte, para muchas filosofías, sobre todo de cuño oriental, el objetivo principal de la meditación es concentrarte para, poco a poco, detener la mente hasta liberarse de la conciencia, de su vago e incesante fluir. Es decir, meditar es no pensar. Es llegar a un estado de desprendimiento del yo donde el conocimiento ha dejado de ser una actividad racional, una diferenciación sujeto-objeto, para convertirse en esa experiencia directa que nos revela la unión con todas las cosas. (La física cuántica parece corroborar esta intuición tan antigua.)
Entonces, cómo medita su obra cada creador? Pensando, durante un tiempo más o menos prolongado, cómo llevarla a cabo? Discurriendo el modo de enfocar el tema? Decidiendo formas y contenidos? Desarrollando mentalmente la trama hasta el final? O dejando que su inconsciente madure aquello que él no sabe, pero intuye, que debe hacer? Cómo, digamos, armoniza su pensar con su no-pensar?
El procedimiento de cada subjetividad es único y sólo podemos guiarnos por sus propias declaraciones. Creer en su palabra e indagar en sus silencios, ya que lo no-dicho tiene tanta presencia como lo nombrado.
Por mi parte, nunca tuve método ni horario en relación a la escritura. Uno de mis roles, y no el menos practicado, ha sido —y sigue siendo— el de ama de casa. Las tareas domésticas no me incomodan ni perturban, al contrario, las realizo con agrado y son una viable actividad física, muchas veces silenciosa, que me permite abstraerme y conectarme con ese pensar no-pensar de donde nacen los poemas. Cuando nacen. Porque el estado de poesía, para mí, abarca mucho más que la estricta escritura del texto poético.
Habrás notado, Rolando, lo exigua que es mi lista de libros publicados. Y la lejanía temporal entre ellos. No estoy tratando de ser poeta ni escritora, ni nada. Las cosas van aconteciendo y yo siento la disposición y el placer de que eso ocurra.
En cuanto a las novelas, el deseo de expresarme a través de ese género, viene de mucho tiempo atrás, pero sólo hace aproximadamente cinco años que comencé a desarrollarlo. La primera novela se concretó en tres meses. Temas personales. La guerra civil española. Mis padres. Las calamidades que supone todo enfrentamiento bélico. Fue placentero y doloroso escribirla. Está bien, ya está hecho. Era mi iniciación en el género y tuvo su público: mi familia.
Después escribí muchos textos, comienzos de otras novelas, hasta que llegó el tema con el que sentí que despegaba de la catarsis y la memoria y comenzaba un proceso de creación abierto. En esa novela estuve trabajando más de dos años, y sigo corrigiendo. Y otro tema se inició que me genera mucha expectativa ya que no sé qué va a pasar allí, en la escritura. Ese lugar maravilloso donde todo es posible.
¿Las poéticas de quiénes, muy diferentes a la tuya, te atraen mucho? ¿Y las de quienes, con las que te identifiques, más admirás? Y en los dos casos, ¿por qué?
MRM — Me resulta muy difícil evaluar las poéticas en relación a mi propia escritura, ya que ésta es la menos perceptible para mí misma. No he adherido a escuelas —al menos no conscientemente— ni seguido a maestros. Al contrario, creo que toda la poesía leída y admirada ha dejado su rescoldo activo en mi propia creación, me sienta más o menos cercana a lo que llamamos usualmente estilo.
Tal vez podría intentar separar las poéticas que me han extasiado (producido placer estético) y siguen haciéndolo, desde otra perspectiva: las admiradas en sí mismas y por sí mismas, y las que, además, me han provocado un íntimo sentimiento de empatía en referencia a sus autores que va más allá de lo estético. Aunque esto no cuente en la apreciación de la obra.
Entendida así la diferenciación, veamos algunos nombres. Me atengo a una memoria espontánea y me limitaré a no más de diez poetas ya que la lista completa sería un desatino. Primer grupo: Ted Hugues, Wislawa Szymborska, Antonio Cisneros, Alberto Girri, Leopoldo María Panero, Paul Celan, Sylvia Plath, Ferreira Gullar, José Lezama Lima… Segundo grupo: Tomas Tranströmer, Héctor Viel Temperley, Gonzalo Rojas, Juan L. Ortiz, Jacobo Fijman, Antonio Gamoneda, Cesare Pavese, Georg Trakl, Robert Bringhurst…
Pero, Rolando, más allá de esta clasificación ad hoc con la que intento dar una respuesta a tu pregunta, cada poeta nombrado es un caso único y singular. Al igual que su obra. Y, cada una de ella, junto con las numerosas no mencionadas, significa un universo de sentidos, emociones y asombros que me brindan su compañía en el camino. Quiénes seríamos nosotros si no hubieran estado ahí —si no estuvieran— ellos, los poetas?
Transcribo del volumen “De un día a otro” de Ricardo H. Herrera (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1997): “Degradada socialmente, convertida en solitaria vergüenza individual, la palabra poética ha caído en estado de desgracia; vive como si no tuviera futuro. Condenada a negarse a sí misma, a aborrecerse incluso, a experimentar el dolor de habitar un tiempo sin sentido, sin contenido; así subsiste. Desarraigada del paisaje y del destino, perdida su ascendencia mítica, desplomándose en la mudez; de este modo comparte los infortunios de la pobreza.” ¿Adherís a esta visión? ¿Añadirías, retrucarías…?
MRM — No he leído “De un día a otro”, y, así, descontextualizado, es difícil comprender la totalidad de sentido del párrafo. De todos modos, como vos decís, parece tratarse de una visión. O sea, una apreciación personal, ideológica. En todo caso, no una afirmación justificada por la aplicación de un método consensuado. Simplifico: no es ciencia sino opinión. Y, tratándose de una opinión, nada hay para retrucar, aunque no se comparta lo expresado. Se trata de la percepción personal que Ricardo H. Herrera tiene (o tuvo en 1997) de la palabra poética y su estado (de desgracia) en un tiempo sin sentido. A qué se refiere? A un momento histórico particular? Al siglo pasado? A una crisis planetaria? Sólo puedo suponer, y eso significa entrar en un juego de razonamientos falaces.
La percepción de lo que denominamos realidad, y de cada una de sus parcialidades, depende de las significaciones y preconceptos que todos tenemos sobre ella. Caso contrario, enmarañados en la inagotable multiplicidad en la que estamos insertos y de la que formamos parte, no podríamos percibir nada. Así, lo que esperamos encontrar allí será, de alguna manera, lo que encontremos. Y, por lo tanto, lo que entendamos por palabra poética determinará nuestra percepción acerca de su presencia y abundancia.
Por mi parte creo, como dice Gabriel Celaya, que “la poesía es un arma cargada de futuro”. Y de presente. Corroboro su presencia cada día en la numerosa edición de libros de poemas, en su mayoría publicados a cargo de sus autores; en la profusión de talleres, concursos y cafés literarios; en el surgimiento de nuevas editoriales independientes que se animan a luchar contra el sistema; en las revistas de poesía que se encuentran en librerías y quioscos; en la ingente cantidad de páginas, blogs, revistas virtuales, materiales subidos a facebook, linkedin, twiter, y, en fin, a toda la web en general. No alcanza el día para leer tantos poemas. Para conocer a tantos poetas. En muchos casos, singulares y admirables. Y todos, poetas y divulgadores, trabajando “por amor al arte”. Como es tu propio caso. Tampoco creo en el mito urbano del “poeta oculto” o “la vergüenza de ser poeta”. Cuando se llena una planilla en la que se debe asentar el oficio, por supuesto que va a figurar abogado, peluquero, médico, profesor, etc. La razón no es que se avergüence de ser poeta, sino que nadie —o casi nadie— vive de la poesía. Me consta que somos muchos los que intentamos serlo, y lo manifestamos sin titubeos por el simple hecho de mostrar nuestras obras.
Y, en cuanto al tiempo sin sentido —pesimismo, escepticismo o nihilismo—, son modos de la sensibilidad humana que se han manifestado desde siempre, al igual que sus opuestos, en la historia de la humanidad. Baste mencionar, en tiempos cercanos, a dos pensadores tan importantes como Arthur Schopenhauer o Emil Cioran. Y a sus contrarios: Henri Bergson y Max Scheler, por ejemplo.
Sin duda, no estamos en el Paraíso. El hombre no habita el mejor de los mundos. No voy a enumerar, todos conocemos las calamidades, las vemos y oímos, e incluso las vivimos, todos los días. Camus, nos habla del absurdo. Nos explica que entre los deseos de absoluto que subyacen en el hombre —vida, amor y verdad— y la realidad, hay una escisión insuperable. Y que esa injusticia es la madre de todas las injusticias. La vida es la condena de Sísifo, o sea, el trabajo absurdo. Y, sin embargo, Camus encuentra la salvación en los sentimientos de compasión y solidaridad. Sísifo no está solo subiendo la empinada cuesta, está con-los-otros, los que, como él, llevan adelante la dura tarea. Y la perspectiva segura de la muerte. Pero en ese ascenso en comunidad, son iluminados por el sol de mediodía. Los valores que dan sentido a nuestras vidas no son abstractos universales flotando en el mundo de las ideas. Cada ser humano colabora en la tarea de encarnarlos con sus propios actos y decisiones como, por ejemplo, quedarse en la ciudad apestada, luchando para mejorar las cosas, compartiendo el destino común. Adhiriendo a la resistencia. Eso creo. Además, somos tan jóvenes!
En lo que Carl Sagan llama “Calendario cósmico”, que es una escala en la que el período de existencia del universo, desde el big bang hasta ahora, se extrapola a un calendario anual, los humanos aparecimos el 31 de diciembre a las 22.30 horas y hemos llegado tan sólo a las 24 horas. Tan limitada es nuestra perspectiva. Pensar en esto tal vez nos haga, como Sagan dice, un poco más humildes.
*
María Rosa Maldonado selecciona poemas de su “atzavara” para esta entrevista:
noche de las diatomeas: una meditación
I
sílice
en la charca
diminutas mitades cerradas espinescentes
por el azul perfecto del espacio avanza
el humo de los papiros
has estado ahí
migración tras migración
entre los suaves pliegues de lila devorando
esa oscura materia:
tu propio cuerpo cedido a la mutación y el tránsito
vipassana bhavana
vipassana bhavana
lo que ves ahora es la primera noche de los cielos
sus enjambres protistas
noctilucas
girando en torbellino
el hidrógeno de la gran explosión
la nada
abandonada a su luminiscencia
II
hialina oscuridad
en los astrocitos fulgores de berilo
es esto el atman? lo real intangible?
agua para el culto?
(plancton debajo de la lengua)
la postura
—saber sin oscilaciones—
aparece con el desprendimiento
fosa ilíaca derecha:
la resurrección
izquierda:
crecimiento de las diatomeas
cenozoicas cajitas de cristal
su multiplicidad sin límite
manando
en la abisal caída
para el desplazamiento:
nitrógeno de nautilo
—tantos millones de años en el gozo del mundo—
así
hundirse uno buenamente en el océano de eso
III
sumersión dulce —o salada—
el agua es una tisana
donde te meces en suave maceración
un alcohol aromático
desciende por la costa del útero
hipoxia hipoxia anoxia
agua lustral funeral
del amnios a la grieta del deshecho
aquí es donde todo se detiene
en la lejana superficie una pradera de luz
infiltrada de florescencias
manchas de klimt:
cinias amapolas gencianas
malvas lirios
acacias tulipanes
o asterionellas eucampias cymbellas fragilarias
vivos silicios microscópicos vistiendo de lujosa pedrería
tu advenimiento
al reino
qué reino?
a través de la cortina
el sol dibuja flores en el aire del cuarto:
cinias gencianas amapolas
*
ontario hace pie en el sueño
II el desfiladero de la adivinación
sobre la clara oquedad del mundo arktos finge soñar
su interminable invierno
desde ese borde nos observa la nada
morosa morosa se desliza
como un armiño (rata armenia) por la cripta del lago
hunde sus dedos infalibles
en la garganta del río de los muertos
dice:
para la gran migración
no está previsto ni barquero ni barca
tan sólo un ojo vivo en la boca del lobo
una nube de espuma en el alma del córtex
el frío
clausurando una a una las puertas
y la grieta de la resurrección
con su celda nupcial y
sus reales crisálidas de fuego
III (figura en blanco) la marcha de los lobos
hacemos el camino en enorme silencio bajo
la lisa cúpula
del aire
sobre el indiferente suelo de esta tierra
asediamos nuestros propios perfiles buscando:
el gran deslumbramiento la opacidad y
finalmente la caída —bajamar de los mundos—
pero el deseo no muere (cuando clava el aguijón) como la abeja
sino que se acrecienta posee
la codicia imperiosa del abismo
incoloro e inerte
nos rodea el argón
como una joya azul
como un traje de fiesta en la noche del polo
con sus núcleos de hielo y aguas subterráneas
por donde fluye la luz del caribú
fantasma
del alimento consagrado
que nunca alcanzaremos
*
la delicada luz de los venenos
la madre:
II
atzavara vara de atzavara
madre de floración reciente que entra por todas las ventanas
con sus muchas cabezas
lo que aparece no viene de esa tierra
donde nunca
hubo planta ni mujer
del tálamo nacen —cerebrales— se enlazan con las regiones
más hondas de la glía
sueño
hambre
sed
íntimamente unida la piamadre
blandamente me abraza
sus flores apoyan la mejilla en el cielo gris azulado de las hojas
allí mismo estolones del sostén
de la reparación
pues lo que cuerpo nace
lleva la oscuridad entrelazada
del carbono
vitriolo de la respiración
—el precipicio que se muestra—
es ella y ella
hablamos
ahora puedo decirle:
cómo voy a vivir cerebral en la asfixia
de tantos años bajo tierra?
me responde:
en este aquí nada es de nadie
yo soy el padre soy
la casa aquella devastada y la otra
y ando suelta en el mundo
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, María Rosa Maldonado y Rolando Revagliatti.