A comienzos del siglo XIX, la expansión de los estadounidenses hacia el oeste era ya imparable, y los indígenas no podrían evitarlo en ninguna circunstancia. Las relaciones primigenias positivas entre los Estados Unidos de América y el Reino de las Españas se habían deteriorado, sobre todo por el espíritu expansionista e imperialista sumamente agresivo de los políticos y los colonos norteamericanos, que no respetaban nada de nada de lo tratado o pactado a priori. «En la primera mitad del siglo XIX, la joven república de los Estados Unidos había empujado a su antigua metrópoli Gran Bretaña al territorio septentrional de Norteamérica, expulsado a la debilitada Monarquía Española del continente y ocupado por la fuerza la mayor parte de las provincias norteñas de México. Esta vertiginosa expansión dejó a los pueblos nativos norteamericanos como único obstáculo y enemigo de los colonos que reclamaban las tierras indias como propias y del gobierno federal cuyo objetivo era la ocupación completa de todo el territorio continental para su incorporación a la nueva nación. Pero los guerreros indios lucharon por su tierra: los colonos y los soldados federales combatieron contra los Creeks, Seminolas, Arapahoes, Cheyennes, Apaches, Comanches, Kiowas, Sioux, Modoc, Utes, Nez Percés y otros pueblos nativos, imponiéndose por su superioridad numérica, su mejor armamento, su capacidad logística y la propia división de los guerreros indios, que solamente en contadas ocasiones fueron capaces de unirse ante el enemigo común. De esta lucha desesperada, larga y valiente librada en los bosques, colinas, desiertos, llanuras y montañas de las tierras al oeste del río Misisipi trata este segundo volumen de las Guerras Indias en Norteamérica». Los problemas entre las Españas y los Estados Unidos se fueron cronificando, aunque el reino de los Borbones, con el Rey Carlos III ahora en el trono, habían recuperado las dos provincias de la Florida en el año de 1784. Los depredadores colonos norteamericanos realizaban una constante intrusión en los territorios españoles, lo que produjo el rechazo de las autoridades de las Españas, y una creciente desconfianza mutua. Los españoles los calificaban de filibusteros o piratas, y se vieron obligados a dedicar recursos ingentes para combatir este atrabiliario comportamiento. “El sistema defensivo español de Luisiana y Florida se basaba en doce plazas fuertes o ciudades principales: San Agustín y San Marcos de Apalache en Florida Oriental; Pensacola, Mobila y San Esteban de Tombecté en Florida Occidental; y Nueva Orleans, Baton Rouge, Natchez, Nogales, San Fernando de las Barrancas, Nuevo Madrid y San Luis sobre el río Misisipi; aunque había otros asentamientos, puestos comerciales y fuertes en el inmenso territorio al oeste del Misisipi, no todos estaban guarnecidos ni tenían capacidad defensiva”. Las fuerzas españolas eran veteranas, pero cortas en efectivos, por lo que se debieron traer artilleros y dragones desde Cuba y desde la Nueva España; las tropas auxiliares españolas estaban conformadas por soldados procedentes de diversas nacionalidades, tales como franceses, norteamericanos, alemanes, británicos, e incluso libertos negros. Todas estas fuerzas eran insuficientes, por lo que las autoridades españolas llegaron a acuerdos con los indígenas procedentes de las tribus: CHEROKEE, CHICKASAW, CHOCTAW, CREEK Y SEMINOLA; hecho que, de paso, impedía que fuesen reclutados por los norteamericanos, y los utilizasen en su propio beneficio bélico. Sea como sea, los indios se implicaron en diversos incidentes surgidos entre ambos bandos. “De hecho, al intento de invasión de Nueva Orleans emprendido por el veterano George Rogers Clark en 1794 y abortado por la intervención personal del presidente George Washington, se unió la peculiar empresa liderada por el aventurero británico William A. Bowles, conocido por los indios como Estajoca, que alistó una partida de filibusteros y guerreros Creeks utilizando sus relaciones con este pueblo y con los Cherokees, pues se había unido a ellos para luchar contra los españoles durante la Guerra de la Independencia de las Trece Colonias. Bowles asaltó en 1791 y 1792 San Marcos de Apalache, con la excusa de la creación de una nación independiente tanto de España como de los Estados Unidos que defendiese los derechos de los pueblos indios de Florida”. Este sujeto, un auténtico pirata, se dedicó a extorsionar a los comerciantes españoles de las Floridas; realizaría constantes ataques a los intereses españoles en dicha zona, los cuales finalizarían con el aprisionamiento de este individuo por el brillante cadete español Vicente Folch, el 25 de mayo de 1803, y aherrojado en La Habana, donde pasaría a mejor vida dos años después. No obstante, mientras los españoles luchaban por el territorio, en la metrópoli el incapaz de Carlos IV Borbón traicionaba a sus gentes, ya que en el Tratado de San Ildefonso del año 1800 había llegado, en secreto, a un acuerdo con la República de Francia, entregando la Luisiana a los franceses, y así de esta forma asegurar los derechos borbónicos en el norte de Italia, sobre todo en el Piamonte. Entonces, el emperador de los franceses, Napoleón I Bonaparte aprovechó la ocasión para vender la Luisiana a los Estados Unidos, el 30 de abril de 1803 por la exorbitante cifra de 15 millones de dólares de la época, y, por supuesto, lo hizo de espaldas a los intereses de sus aliados españoles. “El presidente Thomas Jefferson, pese a la inconstitucionalidad de su actuación al comprar directamente el territorio a otro estado, logró que el Congreso aprobase la compra por un margen de solamente dos votos y duplicó con este acto la superficie de su joven república, obteniendo una gran extensión de tierras para satisfacer las exigencias de los colonos nacidos en Norteamérica o llegados de Europa, pues la población estadounidense crecía a un ritmo muy superior al previsto”. El gobernador español Juan Manuel de Salcedo desistió de cualquier tipo de resistencia militar, a pesar de que los habitantes, casi al 100% de origen español o francés, estaban en contra de este hecho; pero el gobernador entregó la ciudad de Nueva Orleans al general James Wilkinson y, asimismo, al recién nombrado gobernador estadounidense William Claiborne. De nuevo, el presidente Th. Jefferson hizo otra de las suyas, y en este caso decidió, motu proprio, que el territorio al este de México y cuyos ríos desembocasen en el Golfo de México era de propiedad norteamericana, esto significaba que gran parte de la Florida Occidental pasaría a pertenecer a los Estados Unidos de América. Ya está todo preparado para que los norteamericanos quiten las tierras, manu militari, a los indios. Léase este libro esclarecedor sobremanera. «Romani, Iuppiter Optimus Maximus resistere atque iterare pugnam iubet». Puedes comprar el libro en:
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