Chonchón, alegría de niño pobre.
Los árboles frutales florecían, sinfonía de colores anunciando duraznos, naranjas, caquis, amargas aceitunas, sabores de mi tierra, fragancias de mi tierra.
Los tomates enrojecían coquetamente para ofrecerse a mis labios, primeros besos de mi adolescencia, jugosos, inolvidables, enseñándome las primeras escaramuzas del amor.
Las risas descendían correteando por los senderos de la cordillera, era septiembre, los fríos quedaban atrás, el calor acariciaba mi cuerpo.
Era amable septiembre, mi cuerpo que había crecido cercado por gruesas vestimentas se liberaba para dejarse poseer por la alegría de un nuevo mes de septiembre.
Crecí, el invierno me trajo los primeros desengaños, septiembre me consoló despejando los dolores del alma y del cuerpo al enseñarme los placeres del cuerpo y del alma, nunca supe cuál vino primero.
Un día, casi al comienzo de septiembre, me encontraba en la cima de la cordillera, mi cordillera, el chonchón desparramó malas noticias, la primavera estaba rota, los árboles ocultaban sus flores, el fruto se anunciaba amargo, mezquino, un corvo militar cortó la pitilla que amarraba el humilde chonchón, alegría de un pueblo, esperanza de un pueblo, el chonchón cayó desde las alturas.
Hoy, un primero de septiembre del 2023, cincuenta años más tarde, mis recuerdos luchan por revivir los septiembres de mi infancia, pero un 11 de septiembre, el del comienzo de la dictadura, el del viento frío que borró mi sonrisa, el que quitó de las manos de un niño el humilde chonchón y su sonrisa, ese que fracturó los septiembres de Chile se cruza en mi camino y en el cielo, mientras en mis sueños batallan los recuerdos al intentar traer a la memoria los septiembres de mi infancia deseando que ese 11 de septiembre de 1973 nunca hubiera existido.
* Escritor, poeta, dramaturgo y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Reside en los EE. UU.