“Cien sonetos de la vida entera” es una antología de todos los sonetos que ha ido escribiendo Ezkerra durante su vida. Quizá un resumen de sus múltiples inquietudes. Alguna se ha dejado en sus papeles para una próxima antología. En cualquier caso, su selección es completísima y nos acerca a su universo poliédrico donde habita a sus anchas. El poemario cuenta con un excelente prólogo de Emilio Pascual.
¿Cabe toda la vida en cien sonetos y no en uno como afirma Manuel Machado? Todo depende de cómo hayas vivido esa vida. Si la has vivido intensamente lo más probable es que pienses que no cabe ni en un soneto ni en cien. Lo que pasa es que la poesía debe sintetizar, depurar, quedarse con lo esencial. La poesía está para eso. Dicho de otra manera, no se le puede dar la tabarra al prójimo contándole tu vida en un tono tan subido, tan elevado, tan enfático, tan tamizado y selectivo como es inevitablemente el de la poesía. Hay que resumir. Ese realce, ese relieve del verso te impone paradójicamente una brevedad y una modestia. El que quiera dar la chapa y describirnos con pelos y señales su primer biberón que se dedique al género memorialístico. ¿En algún momento dejamos de perseguir quimeras? Yo creo que no. Yo creo que nos morimos persiguiéndolas. Y tan inútil es perseguirlas en la agonía como hacerlo en la plenitud de la vida y de la salud. Porque en todos los casos son inalcanzables. Por eso se llaman quimeras. ¿Qué sentido tiene aferrarse a los mitos en una época en la que impera la tecnología más fría e impersonal? ¿Siguen siendo guía en el aquí y el ahora? Recuerdo una divertida reflexión de Arthur Koestler sobre las películas futuristas de ciencia ficción en las que salen tipos del año 5.500 vestidos con sofisticadas y tecnologizadas escafandras, pero hablando como unos vaqueros de Texas. No hay cosa más demoledora y graciosa que un cateto preocupado por que el cerebro humano pueda ser sustituido por la inteligencia artificial. Te dan ganas de decirle: “¡ojalá lo fuera en tu caso! No se perdería nada”. Dejándonos de boutades, los mitos revelan los patrones básicos de nuestras pasiones y de nuestras conductas, los arquetipos. Digamos que los dioses y los héroes mitológicos poseen un grado de existencia superior a la nuestra, que sus hechos son más redondos y también más fatídicos, poseen más relieve. El concepto del mito va unido al de la tragedia. El héroe lleva sus impulsos y sus actos a las últimas consecuencias. Afortunadamente nosotros no solemos llegar a sus extremos ni de bondad ni de vileza. Nos frena nuestra cobardía o nuestra sabiduría. Cuando esos frenos no existen, se consuma la tragedia, nos arrastra el fatum y nos acercamos al mito, rozamos la arquetípica estructura que siembre tiende a dirimirse en términos de vida o muerte. Como tales arquetipos, los mitos atraviesan el tiempo, siempre tienen vigencia. ¿La tecnología? También la tecnología está descrita en ellos. Está en el fuego que Prometeo roba a los dioses y en las alas que construye el arquitecto Dédalo con plumas y cera. Su hijo Ícaro perece porque confía demasiado en la tecnología aérea. Tanto que desobedece a su padre y se acerca al sol, que derrite esas alas. Prometeo es también castigado por su temeridad. Ahí tenemos dos alegorías sobre la tecnología. Si conocemos y recordamos esos mitos, no haremos tonterías ni con las motos ni con los coches ni con los misiles nucleares. Eso es tener conciencia mítica. El mito nos alecciona, nos llama a la prudencia. En alguno de mis sonetos, para describir la función de los mitos, utilizo la metáfora de un hueso, un güito que muerde rara vez nuestra conciencia. A veces mordemos el hueso del mito cuando es demasiado tarde, cuando nos hemos dejado llevar por una pasión fatal, cuando votamos en unas elecciones una opción visceral y populista por ejemplo. El mar y el amor están latentes en sus poemas. Se puede escribir añorando el mar, sobre todo si se ha nacido cerca de él, pero ¿se puede crear sin estar enamorado, acudiendo a la filosofía, tan presente en su obra? Se puede, pero es mucho menos divertido. Es la misma diferencia que hay entre el onanismo y las relaciones sexuales reales. Como decía el chiste, “follando se conoce a más gente”. Entre los sonetos que componen su libro hay uno, el titulado “Nadar”, que apareció seleccionado en la antología “Un siglo de sonetos en español” de Jesús Munárriz, publicada en 2000 por la editorial Hiperión. Lo he vuelto a leer y me resulta muy conceptual y filosófico, sin ninguna referencia aparente al amor. Creo que ese conceptualismo es solo aparente. Ese soneto nació de la contemplación de una amiga mía que es muy delgada y una excelente nadadora. Sin esa visión tan plástica de ella suspendida en el agua y moviendo los brazos, o sea, “haciendo con la nada algo”, no habría habido poema. El poema surgió de esa imagen: la de un estilizado cuerpo femenino desplazándose en el mar como “un galgo que huyera del nihilismo hacia la metafísica”. Antonio Machado pensaba que la fuerza lírica de las coplas manriqueñas residía en que el poeta recordaba con imágenes vivas el pasado esplendor al que alude el poema: “¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían?” Para Machado la reflexión sobre la caducidad del tiempo, de la belleza y de la gloria humana, cobra fuerza gracias a que el recuerdo de Jorge Manrique es real, es experiencia dolorosamente vivida. O sea, que no es filosofía ni pensamiento abstracto a secas.Yo siempre he tratado de seguir ese sabio consejo. Iñaki Ezkerra ha escrito más de treinta libros, ¿Considera que el soneto es el que mejor expresa su trayectoria vital? El soneto es un intento de alcanzar la perfección mientras mi trayectoria vital ha estado llena de bandazos, de errores, de rectificaciones, de imperfecciones. Yo creo que el soneto no expresa mi trayectoria vital sino más bien lo contrario. Es un contrapunto de ésta, su antítesis, el intento de una suerte de redención en la búsqueda de una forma de pureza, de una perfección imposible. “Si escribes verso libre, que sea porque el poema te lo exige”¿Qué vigencia tienen los sonetos hoy en día? Ahora que el verso libre parece que es la forma habitual de escribir de los poetas. Me acuerdo de un célebre proverbio de Machado “Verso libre, verso libre…/ Líbrate, mejor, del verso/ cuando te esclavice.” Yo no tengo nada contra el verso libre. De hecho tengo libros que carecen de rimas totalmente: “La ciudad de memoria”, “Museo de reproducciones”… Lo que creo es que ni el verso libre ni el atado deben servir para esconder una limitación. Si escribes verso libre, que sea porque el poema te lo exige. Si escribes verso medido, rimado y ritmado, que sea por el mismo motivo, no porque intentes disimular con virtuosismo técnico la falta de inspiración o de contenidos. ¿Cuánto tiempo ha tardado en escribir esos cien sonetos? A lo largo de mi vida creo que habré escrito unos doscientos. Lo que hay en el libro es una selección que va de los de mi primer poemario, publicado en 1978, a los que escribí en 2022 y que cierran la última parte del volumen, la titulada “Los sonetos ecoeróticos”, que son todos inéditos. Como todos ellos han sido tocados y retocados hasta la fecha de su publicación, se puede decir que he tardado cuarenta y cuatro años en darles la forma definitiva que ahora tienen. Por un lado y para ser exacto, creo que debo puntualizar que no me he pasado esos cuarenta y cuatro años trabajando en ellos. Pero, por otro lado, creo también que no los he abandonado ni un momento y que los he seguido retocando incluso cuando dormía, o sea, trabajándolos en sueños. ¿Cuándo se le ocurrió la idea del poemario? Mis dos últimos libros de poemas han surgido de un modo que todavía me parece insólito. Me los pidió Antonio Huerga, mi editor. “¿Tienes algo?”, me dijo en las dos ocasiones, en el de “Carnaval sin fiesta” y en el de los “Cien sonetos de la vida entera”. Nunca antes me había pasado eso, que me pidieran un libro de poemas. Me había pasado con todos mis ensayos políticos y también con “La voz de la intemperie”, el ensayo que dediqué a Pío Baroja. Pero nunca con la poesía. En el primer caso, le dije que tenía una colección de composiciones y de apuntes tomados durante la pandemia. En el segundo caso le propuse la antología de sonetos. Le gustó la idea, pero siempre que el título no fuera aséptico sino que tuviera un mínimo atractivo para el lector, un distintivo, algo singular y específico. Entonces me acordé del soneto que Manuel Machado dedicó a esa composición y de su primer verso: “Cabe la vida entera en un soneto…”
Dice que el soneto aporta a la poesía perdurar en el tiempo. ¿Qué aporta la poesía a sus sonetos? Creo que la poesía ha aportado a mis sonetos una básica e indispensable autenticidad. Quiero decir que ninguno de ellos ha surgido sin alma ni con el propósito de hacer virtuosismo, un puro ejercicio colegial. Si el impulso, la necesidad de escribirlo, no sale desde dentro y no es anterior a la rima y a todas las peculiaridades formales, el poema resulta fallido, carece de espíritu. Ha bebido en muchas fuentes, ¿sigue pensando que el soneto es Hegel? ¿Quiénes le seguirían y que le aportan a usted a la hora de componer? Como lo explico en el epílogo del libro, las idea de una dialéctica hegeliana anterior a Hegel dentro de la estructura del soneto es del poeta cántabro Antonio Casares, a quien está dedicado el poemario. Emilio Pascual habla en el prólogo del silogismo escolástico, que tendría un desarrollo similar de premisa mayor, premisa menor y conclusión. Emilio, que de poesía lo sabe todo, pone los ejemplos de Bocángel, los Argensola y los sonetos dedicados a las rosas y a las estrellas de Calderón en “El Príncipe Constante”. Creo que son dos formas de decir lo mismo: el espíritu que el soneto encierra de hacer lógica con la inspiración y con el impulso creador, de atrapar una conclusión o un amago de ésta, y, en definitiva, de búsqueda del conocimiento a través de los sentimientos, las sensaciones y las intuiciones que conforman el aliento poético. Lo que está detrás de la alegoría hegeliana o escolástica es la convicción de que la verdadera poesía nunca es gratuita, caprichosa, azarosa y reemplazable. No da igual lo que se dice en un poema, las imágenes que se utilizan, la forma en la que se utilizan esas imágenes. Es como si cada poema solo pudiera ser escrito de esa forma y no de otra. Creo que un poeta es el que se toma en serio esa superstición. En cuanto a las otras fuentes, puedo citar sonetos que me deslumbraron como los de Garcilaso, los de Quevedo, los de Góngora, los de Juan Ramón Jiménez, los de Unamuno, que presentan el estilo roto y abrupto que imitaría Blas de Otero, los de los Machado, los de Dionisio Ridruejo a la piedra, los de Carlos Edmundo de Ory, que poseen una velocidad modernísima, eléctrica, que es nueva en la poesía española. Mítica, Casi anónima sonríes, Otra ribera, A tu lado en Islandia, Los sonetos marítimos, Los sonetos ecoeróticos… son los capítulos que conforman su libro. ¿Con qué parte se siente más satisfecho? Los inéditos que cierran el libro me han producido mucha satisfacción. He encontrado caminos jugando con el lenguaje, forzándolo, que -creo- me servirán en el futuro. ¿Qué sonetos no están es este libro, porque tenían que ser cien, y considera que debieran incluirse? ¿Habrá una segunda parte? He sacrificado una docena que podían o incluso deberían estar. Pero creo que la poda es imprescindible en todo libro que se publica. No sé si habrá una segunda parte. No soy como este Gobierno que ha hecho una Biblia de la Agenda 2030. Al revés que nuestros actuales gobernantes en funciones, que son adivinos, yo no sé que pasará en el 2030. Ni quiero saberlo. En poesía no hay agendas que valgan. El poeta no es profeta. Escribe como si tuviera toda la eternidad por delante pero sabe que su tiempo es limitado. Lo sabe porque trabaja con el tiempo, como no los recuerda Antonio Machado. Por eso el poeta no tiene prisa y puede tardar meses en terminar una composición. Una agenda poética 2030 sería la antipoesía, el contagio de la creatividad lírica con la soberbia y la banalidad de los políticos. ¿De alguna manera esos Cien sonetos de la vida entera pueden reemplazar a esa biografía que, tal vez, le gustaría escribir? Más bien pueden decir lo que nunca dirá un libro de memorias. No me imagino una autobiografía diciendo “tú eres la noche, esposa; yo soy el mediodía” o “yo soy aquél que ayer no más decía el verso azul y la canción profana”. Su erudición, capacidad lingüística, sensibilidad… quedan patentes desde la primera línea que escribe… ¿a qué tipo de lector va dirigida su obra? Cernuda se imaginaba un lector ideal en el poema que dedica “A un poeta futuro”. Es decir, piensa en ser entendido, en “cumplirse”, después de su muerte. Lo dice expresamente: “presiento en este alejamiento humano cuán míos habrán de ser los hombres venideros, cómo esta soledad será poblada un día…” Por mi parte, carezco de esa ambición y también de esa sensación desgarrada de soledad. Cuando he escrito un poema a una mujer, me he sentido acompañado por ella y lo he hecho para ser comprendido exclusivamente por ella, no por los lectores. Esa destinataria es lo único que me importaba. O sea, que en mi cabeza confundo a la musa con la lectora ideal. Digamos que creo en la comunión sexual con las palabras, en el erotismo de la inteligencia y en una suerte de musa intelectual. Y probablemente no ando muy descaminado. La literatura no ha muerto en este país gracias a las mujeres. Son las grandes lectoras, las que realmente han llegado al alma, al corazón de nuestra lengua y de sus autores. Afirma que el soneto sugiere redondez y perfección. ¿Un escritor raramente está satisfecho con las obras que produce? ¿Alguna vez dejará de tener un nivel de exigencia tan alto consigo mismo? ¿Lo hace extensible al resto de escritores? Espero no sentirme nunca satisfecho de lo que escribo. Creo que ése sería un estrepitoso y lamentable fracaso. Doy por hecho que eso le pasa a todo verdadero escritor. Creo que no hay cosa más patética que un autor leyendo en voz alta un texto vulgar, torpe, fallido, pero absolutamente convencido de que es una genialidad. Yo siempre que releo en voz alta o en baja un texto mío, siento que sería mejorable; advierto su imperfección, su limitación. Creo que soy el más implacable crítico conmigo mismo. Y probablemente tenga razones para serlo. Probablemente en eso no me equivoque. En algunas declaraciones recientes ha dicho que sus sonetos son la mejor respuesta que se le ocurre a esta época. Sí. En efecto, el hecho de que vivamos un momento tan calamitoso, tan vulgar, tan superficial, tan feo, tan salvaje, tan hortera y tan chapucero, me estimula para la autoexigencia, para buscar la inalcanzable belleza y la imposible perfección del soneto. Me hace feliz sentirme extemporáneo frente a una realidad tan grosera; no coincidir con ella, o sea, algo así como que he hallado un extraño placer en dar margaritas a los cerdos. Cuando hablo de cuartetos y tercetos, me encanta advertir el desconcierto, la perplejidad y hasta la irritación de la gente osada, frívola y engreída que tanto abunda y que ha crecido en nuestro país gracias a la falta de pedagogía y a la barbarie de nuestra clase política. Ese desconcierto del simplicio es mi íntima venganza. ¿En qué trabaja ahora Iñaki Ezkerra? Trabajo en un nuevo poemario que quizá tenga acabado para septiembre. Lo inicié sin querer, por encargo. Me pidieron de una revista un poema inédito. Y me decidí a terminar una composición a la que llevaba meses dándole vueltas. La idea de ese poema me había surgido una noche en la que, después de terminar un artículo, me dio por teclear en Google el nombre y el apellido de la primera chica con la que salí a los diecisiete años. De pronto me topé con su esquela. Eso me dejó helado y me hizo pensar en todas las mujeres con las que tuve algo y que ya se han ido. El libro se titulará “Las novias muertas”. 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