El libro está dentro de lo que se llama “Novela corta”, a lo sumo no sé muy bien por qué distinguir entre corta o larga. Las novelas no se adjetivan de “largas”. Creo que la calidad y la longitud de una novela no deberían adjetivarse por el número de páginas. Para mí estaría bien que las novelas cortas se llamasen sencillamente novelas.
Y pongo algunos ejemplos que tienen relación directa con el estilo, no referente a la temática, de la autora según mi opinión. Podemos encontrar la “Metafísica de los tubos” de Nothomb, “El extranjero” de Camus y “Bestiario” de Cortázar. Son grandísimas novelas que escriben de la historia hasta donde tienen que decir. Y ese hecho es lo que las hacen realmente buenas: no llenar de páginas una historia que en 170 puede ser contada. Con menos decir lo máximo posible.
Verónica Avilés consigue en estas páginas sumergir al lector en un viaje. Sus personajes son muy familiares para cualquiera que emprenda su lectura, independientemente que no haya viajado a Bali. Hay algo de lo común, seas del lugar que seas, que la autora ha conseguido captar con la narrativa y los diálogos de los personajes.
Y no me refiero a un aspecto universal o globalizado que todo el mundo vive o siente, más bien es cómo aquello que a todo el mundo atraviesa en su vida es gestionado desde la particularidad por cada uno de los personajes, y eso es lo que hace que la novela se sostenga por sí sola.
La historia es envolvente, el modo de describir de la autora es sencillo (la dificultad que supone esto) y consigue que el lector visualice con entero detalle aquello que está ocurriendo en el mundo exterior e interior de los personajes.
Por adentrarme un poco en la novela, nos encontramos ante 4 personajes principales y 3 secundarios. Los tildo de este modo por hacer una distinción, ya que cuando uno lee la novela tiene la sensación de que cada uno de los personajes es el principal en cada tramo de la historia – aunque sólo tenga unas líneas de diálogo –.
Paul y Natasha llegan a un país consumido por el turismo: ellos son los turistas. Putra y Angja, su hijo menor, son los nativos que hacen de guía durante todo el viaje. Aquí surgen varios aspectos interesantes: la vida interior de los personajes los coloca en un mismo nivel de existencia. No hay clases cuando la autora es capaz de profundizar en la vida anímica de los personajes; todos sufren y padecen desde sus respectivos contextos. Las ambivalencias, miedos y frustraciones son lo que enarbolan paulatinamente la historia. Las vivencias colocan a cada uno en lugares que nunca antes había estado, de los cuales va a tener que cuestionar su propia identidad.
Esto es lo fundamental de la novela, ¿cómo la interacción con los extraños conduce a una reflexión de lo más íntimo de uno mismo? Secretos, herencias de las vidas pasadas de las familias, la imagen que uno mismo tiene de sí mismo que acaba por deconstruirse, los valores se tambalean y las vidas de los personajes entran en una crisis significativa.
Todo ello recogido en una novela de apenas 146. Pero la extensión y la repercusión de su historia excede con creces la dimensión física del libro. El giro final de la historia no deja indiferente a nadie. Es más, es lo que da sentido y cabida a el recorrido propio de cada personaje para que cobren vida hasta sernos familiares.
Porque en cualquier momento podemos ser cualquiera de ellos.
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