En las pistas de tenis se radiografía, con toda precisión, el carácter de cada jugador: su capacidad para la amistad, para el enfrentamiento, para la nobleza de espíritu, para la superación de los cien obstáculos inmediatos que la vida puede poner delante, en un reducido espacio de terreno, donde el éxito depende de reacciones inmediatas. Cuando el cerebro le exige al cuerpo que de un paso más allá de lo posible, se hace patente que el pasado corre hacia atrás, hacia la nada absoluta, a una velocidad más alta que la presentida en la vida cotidiana.
"El tenis como animal de compañía" quiere ser una mezcla creativa entre la novela, la crónica, la historia y, en definitiva, los recuerdos que se han quedado colgados en la raqueta de Manuel Salado. Además, se trata del pago de una deuda afectuosa a veces, rígida en otra, exagerada de vez en cuando, como suelen ser los datos que el tiempo ennoblece con el polvo del olvido.
La pequeña historia de unas decenas de chiflados -algunos maravillosos, unos cuantos de egoísmos medios, y varios de cicatería mal simulada-, con sus locas raquetas y sus cordajes entre veinte y veintiocho kilos de entusiasmo, en busca de trofeos virtuales que apenas decorarán sus ya caducas memorias.
Las historias de 32 viejos jugadores de tenis -parafraseando a Luigi Pirandello-, en busca de un autor, de un observador, de un buen amigo.
La conclusión de este libro está grabada en la sentencia de Marco Aurelio: “Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio de vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar” y jugar al tenis -añado yo, con permiso del emperador romano-.
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