¿Intimidad y literatura no son, acaso, sinónimos? Y aún puede alcanzar el grado de excelsitud si quien narra es un artista verbal como el ‘mitteleuropeo’ Andrujovich. La literatura, las palabras, tienen el don de transformar la realidad real –no la realidad contada y pesada- sino la realidad verdadera, la de la imaginación. Es así como el hombre se va construyendo, va haciendo crecer el edificio que le ha de sustentar, el de su memoria. En esta sorprendente y jugosa entrega de esos lugares íntimos que él conoce, a propósito de la capital checa escribe: “Observo el plano de Praga y, por casualidad, me doy cuenta de que el Vltava fluye de sur a norte. Es decir, aquellos días, cuando salíamos con mamá y nuestros parientes a pasear por el río, íbamos por el margen derecho. Vivíamos en el suburbio sur, en Modrzany” Y luego, ‘inevitablemente’, es la memoria quien le lleva de la mano para recordar el lugar: “Aún puedo recorrer mentalmente el camino entre la casa y el río, con sus hileras de cerezos y guindos. Y también los arbustos de jazmines en los jardines delante de las casas” Observe el lector, repare, en que en ese antiguo lugar no solo aparecen muestras de la naturaleza verde, sino que, de algún modo, ellos existen porque el autor, el protagonista de aquellos paseos, los está haciendo reales en la medida en que los revive (Por cierto, el lector que les transmite –disculpen- este pasaje del libro también recuerda –ha podido recordar- que en la antigua casa de sus abuelos había, en uno de los accesos a la finca –sobre todo a eso de la anochecida, cuando exhalaba su saludo hierático-, un arbusto de jazmín; y recuerda cómo el color de la luna reflejaba su entusiasmo de gratitud por verle allí en esas plácidas noches de verano). Y continúa Andrujovich: “Teníamos que caminar un buen rato por el asfalto, y luego por una pista de tierra…)” La descripción es tan vívida que en ella no solo se hace bueno el hermoso título que nos anuncia el libro –y en ello también va algo de la prometida buena compañía del libro en su título- sino que la proximidad se hace grata a nuestros intereses por cuanto los lugares íntimos trasladarán al lector a lo que desea: que el libro, de uno u otro modo, se refiera a él, le incluya en su emoción, participando. En cuanto a los recuerdos a propósito de Lviv, cruce de caminos, esto es, centro de vínculo geográfico, de comunicación, de trasvase de mercancías y culturas, nuestro autor se expresa con una autoridad casi moral, muy precisa: “Sólo a Lviv, repetía yo a los quince años, y a los dieciséis, como si fuera el estribillo ligeramente modificado de una dulce canción polaca, de la que, en aquel momento, desconocía su existencia. Sólo a Lviv, fue mi respuesta a la pregunta de adónde iría a estudiar después de la escuela”. Por desgracia, en este caso la memoria, que tantas veces es, sin ser premonitoria, esquiva o cambiante, nos llevaría hoy a pensar, haciendo uso de la cruda y demoledora realidad, ¿existirá en el paisaje actual de la bella Lviv la escuela a que se refiere el autor? Y todo por causa de las malditas guerras que los humanos parecen desear con una pasión irrenunciable. El viaje, todos los viajes que aquí nos propone el escritor es un regalo que debería constituir, también, algo irrenunciable para nuestro satisfacción aventurera, emocional. Los lugares íntimos, en este libro, ofrecen un viaje que bien merece conocer, recorrer. Y memorizar, según cada cual: Guadalajara (México) Varsovia, Amberes… Pura vivencia alusiva, íntima. https://ricardomartinez-conde.esPuedes comprar el libro en:
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