Es entonces –mientras trata en vano de componer un disco de música− cuando conoce «el Antimundo», un videojuego online que recrea con absoluta precisión la realidad y donde todo es posible y que ha sido creado por Adrien Sterner, una millonario tecnófilo poco preocupado por la humanidad y mucho por su ego y sus beneficios.
En este metaverso, Julien crea su avatar bajo el nombre de Vangel y allí las cosas comienzan a irle mucho mejor: un éxito sigue a otro y la vida se convierte finalmente en lo que había soñado. Además de amasar una gran fortuna, salta a la fama por los poemas que publica. Pese a la creciente adicción a este mundo paralelo, todo parece ir de maravilla hasta que recibe un encargo que no solo afectará a su vida, sino también el orden mundial. Entonces, caerá en una peligrosa espiral que lo llevará muy lejos del mundo real.
Esta es la trama de Los vínculos artificiales (AdN, 2023), la novela con la que Nathan Devers quedó finalista del Goncourt con solo 25 años. Una obra que está siendo todo un éxito en su país y que ha disparado las comparaciones de este autor, filósofo de formación, con otro novelista y pensador como es Houllebecq.
¿Cómo se le ocurrió la idea de escribir esta novela?
La idea de escribir esta novela me vino durante la crisis sanitaria: me invadió el miedo al ver una sociedad paralizada, encerrada en sí misma, que ya no necesitaba del mundo exterior para funcionar. Durante el encierro, la realidad se había trasladado a las pantallas. Zoom, Facebook, Instagram y Twitter habían sustituido a cualquier otra parte de nuestras vidas. Así que empecé a imaginar una época en la que lo virtual se apoderaba totalmente de nuestra existencia... Como un espejo de aumento de nuestra situación.
¿El desencanto de Julien Libérat, que se siente más cómodo detrás de una pantalla que en la vida real, refleja a una generación de jóvenes cuyas vidas son más virtuales que reales?
Sí: refleja una generación, la mía, que nació en los años 90 y creció al mismo tiempo que las redes sociales. Una generación, la nuestra, educada tanto en lo real como en lo virtual: Facebook y la amistad, el deseo y el porno, la escuela y Wikipedia - como si, para bien o para mal, estuviéramos atrapados en una difuminación entre redes y sociedades, cosas e imágenes.
¿Cuál es su relación con la tecnología digital y las redes sociales?
No vivo aislado del mundo y no creo en la desconexión: como la mayoría de la gente, uso las redes sociales, el vídeo, leo ebooks.... Sólo tengo un límite: Twitter, una red que odio. Demasiado odio. Demasiados debates estériles. Demasiada gente sectaria. Como si esta ágora nos arrastrara colectivamente.
Para usted, el mundo que viene no es una versión peor del pasado, sino un Antimundo. ¿Cómo hemos llegado a este Antimundo y en qué consiste?
El Antimundo de mi novela es el nombre del metaverso que imagino. Pero también es una alegoría: el deseo de escapar de la realidad. Refugiarse en burbujas de ficción. Preferir las fantasías, las quimeras y las ilusiones a la crudeza de la vida. Me parece que este Antimundo no lo ha inventado la revolución digital. Está ahí desde el principio: desde que se nos ocurrió la idea del "Paraíso". Mi novela es, si se quiere, una crítica de ese sueño. El paraíso sólo existe dentro de la realidad. Ningún otro lugar nos hará más felices que el mundo.
La inteligencia artificial es una cuestión crucial: ¿será que la mente no es propiamente humana?
Cuando escribió su novela, la tecnología más avanzada era el metaverso. Hoy, es la inteligencia artificial. ¿Qué opina de esta tecnología? ¿Le ha hecho replantearse su visión del Antimundo?
El metaverso ya incluye todas las nuevas tecnologías de vanguardia: en mi novela, imagino que el Antimundo incluye agentes conversacionales similares a chatGPT. La inteligencia artificial es, en efecto, una cuestión crucial: ¿será que la mente no es propiamente humana? ¿Es posible que no tengamos el monopolio del pensamiento? ¿Podrían las máquinas desarrollar la conciencia? Planteado así, el problema es vertiginoso. Pero también puede plantearse al revés: ¿y si la inteligencia artificial (que es una creación humana) fuera un espejo de nuestra mente? ¿Un reflejo de la forma en que nos representamos a nosotros mismos?
En mi opinión, el problema no es que el chatGPT pueda ser como nosotros. Es al revés: ¿cómo pueden las máquinas imitar nuestros pensamientos? ¿No estamos ya mecanizados?
El auge tecnológico parece resucitar el viejo debate que Eco describió como "integrado y apocalíptico". Leyendo su libro, también pensé en las afirmaciones de Maurizio Ferraris sobre la tecnología como algo que emerge y, por tanto, contra lo que no se puede luchar. Como filósofo, ¿cómo se posiciona en este debate sobre la recepción de la tecnología y el papel de las sociedades en esa recepción?
Sí, absolutamente, de eso se trata. ¿La tecnología surge de nuestra sociedad o es ella la que engendra a la sociedad? Toda mi novela gira en torno a la idea de Heidegger de que "la esencia de la tecnología no es la tecnología". Si queremos entender las grandes convulsiones, las grandes innovaciones, las revoluciones industriales, siempre tenemos que preguntarnos: ¿a qué se deben, a qué aspiración responden?
Puedes comprar el libro en: