Pérez Azaústre pese a su edad, es un veterano de las letras en nuestro país. Ha publicado Cartas a Isadora, Una interpretación, América, Delta, El gran Felton, El precio de una cena en Chez Mourice, La suite de Manolete, Las Ollerías, Los nadadores, Vida y leyenda del jinete eléctrico, Corazones en la oscuridad, Poemas para ser leídos en un centro comercial, Atocha 55, La larga noche, además de la novela de la que hablaremos.
Con sus poemarios y narraciones, este antiguo alumno de la Residencia de Estudiantes ha obtenido diversos reconocimientos: el Fundación Unicaja Fernando Quiñones, el Albert Jovell, el Premio Jaén de Novela, el Adonáis, el Fundación Loewe por dos veces, el Jaime Gil de Biedma o el Premio Málaga de Novela.
He leído buena parte de la narrativa de Pérez Azaústre, y en ninguna de sus obras anteriores, a pesar de estar perfectamente urdidas a mi entender, he encontrado tantos bosquejos líricos en el desarrollo de lo que se nos cuenta. Pudiera ser que hablar de Manuel Machado -con una exhaustiva y documentada información, dicho sea, in itinere- y de su hermano Antonio, porque de estos dos poetas y su relación va la novela, le haya impulsado a elevar el trazo poético a unos niveles dignos de mención.
Escrita desde una posición omnisciente, no lineal, con bruscos saltos en el tiempo debido a las meditaciones de los personajes, uno puede recorrer entre líneas, atado a la jáquima que propone el narrador, tanto la pasión desatada y a veces desaforada cuando se da, especialmente en los lugares en los que se asentó la bohemia madrileña y parisina de esas épocas, así como el sufrimiento, el miedo y la negrura de una España zarandeada por el rencor y la intransigencia.
Por el libro transitan como espejos necesarios desde un punto de vista literario, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Eugenio d’Ors, José María Pemán, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Miguel de Unamuno, Baudelaire, Rimbaud, André Guide, Rubén Darío, Amado Nervo, García Lorca, Verlaine, Alejandro Sawa, Jean Moréas, Oscar Wilde, Pío Baroja, Francisco Villaespesa o Cansinos Assens entre otros. Las dos caras de una misma moneda. La que en la contienda y casi cuarenta años antes, ofrecía la España del tiempo histórico de la novela, dado que, como se dijo, el narrador hace que los personajes principales e incluso los secundarios, acudan a la memoria para desvelar otros tiempos y otros quehaceres más cálidos, ajenos al maremágnum de la desesperación, el hambre, el odio, la muerte o el exilio en su caso.
También se habla en El querido hermano de Joaquín Pérez Azaústre, de los navajazos que concurrían y que se dan cita en nuestros días, aunque se disimulen, debido al odio existente -como una animadversión incontenible, siempre latente-, entre los escritores de cualquier época y lugar, y hasta dónde pueden llegar las ramificaciones oscuras de esas pendencias cuando se desatan.
Una interesante novela que merece ser leída si desea llegar a Collioure, a la tumba de Antonio Machado.
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