En un principio, después de algunas páginas de lectura, el lector está tentado de pensar que estamos, mutatis mutandi, ante un libro próximo a la autoayuda, pues, aún siendo balance de algo, es un balance selecto que se transfiere al lector casi como patrón o conducta. Sin embargo no es tal, esto es, el resumen necesario en que se desenvuelve toda la trayectoria vital de un hombre rico en cultura, observación -ética y estética- y compromiso, se transfiere al lector como una confesión que sí sirve no como código, sino como asunción de una forma de ser y de pensar; y así, donde pareciera dictado es sugerencia, invitación a plantearse el proyecto de vida como un proyecto de vivir y ser: "La palabra vivir contiene un doble sentido. El primero es estar vivo, existir, que nuestra organización biofísica mantenga nuestra condición de seres vivos mediante su resistencia a la degradación mortal: respirar, alimentarse, protegerse. En este sentido, vivir significa solamente mantenerse con vida, es decir, sobrevivir. El segundo sentido de la palabra vivir es gestionar la propia vida con sus oportunidades y sus riesgos, sus posibilidades de goce y de sufrimiento, sus felicidades y sus desdichas. La supervivencia es necesaria para la vida, pero una vida reducida a la supervivencia deja de ser vida". Siempre una llamada hacia la vida (sería la que lo posibilitaría todo) pero una llamada de consciencia, de implicación; y, por extensión, en defensa de determinados criterios: capacidad crítica, solidaridad con el débil, defensa de la libertad; de esa permanencia de la curiosidad como afán de conocimiento, como viaje sin fronteras. Así quiso construir para sí Edgar Morin su vida como un principio de respeto (al hombre, a la naturaleza) y de armonía: "El dogmatismo es una enfermedad esclerotizante de la razón, que debe estar siempre abierta a una posible refutabilidad" bien a sabiendas de que "la razón también implica el riesgo de la racionalización, que es una construcción lógica, pero a partir de premisas falsas". Hay una pretensión permanente en su voluntad de construir un orden para su vida donde, inevitablemente, aparece un inexcusable vínculo solidario con el amor: "Mi necesidad esencial, desde la adolescencia, fue la realización de mis aspiraciones propias, y al mismo tiempo el deseo de vivir en una comunidad de amor o de amistad. Descubrí que este deseo es universal, aunque a menudo haya una renuncia y, sobre todo, una imposibilidad de satisfacerlo. A veces, sobre todo en nuestra civilización, la primera aspiración individual se convierte en individualista y luego en egoísta, y el yo se impone antes que nada. También, a veces, en la exaltación colectiva, el yo se difumina en el nosotros. Eso puede dar lugar a abnegaciones y entregas magníficas, proporcionar una alegría sublime. Pero también puede comportar una pérdida de autonomía intelectual, cosa que ocurre tanto en los pánicos y los delirios colectivos como en las ceremonias de culto al guía omnisciente". Estar a bien consigo mismo, de una manera crítica y consciente, parece ser su secreto, su legado de vida, que él manifiesta de una manera noble y sencilla: "Finalmente, es bueno ser bueno, uno se siente bien estando a favor del bien, el sentido de la complejidad permite percibir los aspectos diferentes y contradictorios de los seres, de las coyunturas, de los acontecimientos, y esa percepción favorece la benevolencia. Mi lección última, fruto conjunto de todas mis experiencias, está en ese círculo virtuoso donde cooperan la razón abierta y la benevolencia amable". Es tan fácil de entender; es tan difícil de decir honestamente. Por eso un balance así, de cien años cumplidos, es un grato legado. Y en ello esa ironía del misterio seductor. Dos líneas nada más cierran el libro bajo el epígrafe de Mementos: "La realidad se esconde detrás de nuestras realidades. El espíritu humano está ante la puerta cerrada del misterio". Quien leyere que entienda. https://ricardomartinez-conde.esPuedes comprar el libro en:
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