Con anterioridad Ortiz Tafur, al que le leo hasta la lista de la compra si la pone por escrito desde que tengo conocimiento del tal individuo, ha publicado Caminos que conducen a esto, Yo soy la locura, Tipos duros, El agua del buitre, Los últimos deseos y Mensajes en una botella que estoy acabando.
Con Traigo noche en los zapatos Andrés Ortiz Tafur viene a entregarnos su segundo poemario: "La idea es un ala batiente / captando la atención del mundo. / Y otra quieta, asida al cuerpo, / dejando todo en la mera presunción / de lo que podría haber sido levantar el vuelo."
En este compendio que el vate divide en tres partes: Nuevo catecismo (veintiún poemas), Fogata (veinte) y Traigo noche en los zapatos (con otros veintiuno y que además da título al libro), Ortiz Tafur viene a mezclar la experiencia con los sueños, la matérico rural en contraposición con lo novedoso urbanita, la fantasía desbordada con la realidad pura y dura en su esencia primigenia, las evidencias constatables con los deseos insatisfechos, o no: "Pensaba en esos libros sin leer / que sobreviven en las estanterías, / en el espacio que ocupan / y el polvo estéril que generan. / Como esa gente sola / que prefiere quedarse en casa / aun sabiendo que en el bar de abajo / hay más gente sola."
En Traigo noche en los zapatos Andrés Ortiz Tafur nos habla de la condición humana, del medio rural que tristemente se degrada, de los sentimientos que se enquistan, del silencio, ese lugar en el que sólo se escuchan los pálpitos del alma y las necesidades de las asaduras -esas vísceras que nos conforman y que rumian para que sean saciadas-, de la belleza interior de cada cual, de las ganas de esta cosa o de la otra, de la fraternidad existente en lo rural -casi esquilmado- y el desapego de lo urbanita, de los fantasmas que nos acosan y que se amalgaman a nuestro redor como las hojas de las parras en verano lo hacen a sus ramas, de la locura, ese estigma que nos acompaña como una sombra y del que jamás nos desprenderemos porque es de necesidad, y aunque sea ignorada, siempre anda al acecho como los buitres: "No me gustan las mayúsculas, / prefiero los pájaros sobre el tendido eléctrico. / No me gusta el cielo azul en otoño, / continuado, algunos días sí, / se resuelven necesarios para soportarlo. / No me gustan las trincheras, / prefiero las aves levantando el vuelo, / separándose de mí, a lo suyo. / No me gustan las averías, / los arreglos condicionados. / Me prefiero roto, cantando."
También se incluyen en este poemario el dolor, el socavón que dejan las ausencias de quienes de manera inevitable se fueron -al igual que lo haremos nosotros cuando proceda-, el tránsito de la vida, esa odisea cuyo destino siempre está prefijado por la naturaleza, aunque lo olvidemos, lo que se vive, lo que se sueña, lo que se desea, lo que es y lo que debería ser: ese ideal imaginario construido por platónicos pensamientos: "He puesto pie en tierra / y, mientras salía el café, / me he apostado frente a la ventana, / con Hojas de hierba de Whitman. / He leído acerca del "siempre" / y me he hecho una idea de por qué / las expectativas rugen más fuertes que las mañanas. / He caído en los pájaros, / que comenzaban a cantar, / en su propiedad para arreglárselas sin el 21 de marzo, / por ejemplo. / Eso me ha llevado a pensar que aún quedan perros libres, a salvo de protectoras y manos tendidas, / en algún confín del mundo, / pero libres. / Entonces me he venido arriba, / y ya sin Walt, / con toda la atención prestada al horizonte, / me he visto tras las montañas, sin vértigo ni ciudad, / en otro campo en el que los leones aún siguen durmiendo."
Este bibliotecario de Santiago-Pontones (siguiendo la estela de Borges, de Rubén Darío, de Proust, de Georges Perec, de Lewis Carroll, de Goethe, de Reinaldo Arenas, de Musil o de Eugenio d´Ors, entre otros muchos privilegiados) piensa y siente la vida rodeada de libros y de naturaleza en estado puro, sin filtros ni otras payasadas al uso.
Lea este poemario. A lo mejor encuentra lo que perdió, lo que perdimos todos.
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