Emilio Pascual es filólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha escrito una docena de libros que van desde la literatura infantil y juvenil hasta los ensayos filológicos. Su nueva obra es un recorrido muy particular y personal por la historia de la literatura universal. Un libro que ningún buen lector debe dejar de leer. En la entrevista, nos cuenta algunos de los secretos de esta magna obra que hará las delicias de todos los amantes de la literatura. La labor de documentación ha sido muy extensa, como aporta en la bibliografía. ¿Cuánto tiempo le ha llevado recopilar tantos datos y consultar tantas novelas? Las primeras datan de hace treinta años, pero eso no quiere decir que haya sido un trabajo sistemático y una dedicación exclusiva. «Con la vaga intermitencia / de la memoria», por decirlo con dos versos de Guillén, treinta años, sí. ¿Qué criterio ha seguido a la hora de elegir las bibliotecas imaginarias que aparecen en su obra? La de don Quijote, que fue la primera, venía dada casi por exigencias del guion o de una devoción personal: ¿qué había en la biblioteca de don Quijote para hacerlo enloquecer? Y en ella aparecen las primeras sorpresas y la variedad de sus lecturas. Desde ahí, otras bibliotecas vinieron engarzadas como las cerezas. Por ejemplo, si la de don Quijote se recuerda por los libros que se salvan, la de Pepe Carvalho se recuerda por los que se condenan. Y la del aventurero francés Estienne Barbier, precisamente por el Quijote, que le salvó literalmente la vida al alojarse en sus páginas la bala que le estaba destinada. ¿Cómo sería la biblioteca que crearía si acometiera la tarea de escribir una novela ambientada en la era digital? Esa novela ya está escrita y la realidad digital también. Hace cuarenta años, cuando estábamos preparando en Anaya la colección tus libros, tenía que ir diariamente a la BNE para consultar libro tras libro. Ahora (casi) todo está en la red, siempre que sea inteligentemente utilizada. Una ingente biblioteca. ¿Qué libros no pueden faltar en su biblioteca imaginaria ideal? Si dijera que el Quijote, usted lo consideraría una obviedad. Si añadiera que El espíritu áspero, de Hidalgo Bayal, ya parecería menos evidente. El canon varía con el tiempo y sus incertidumbres. Ahora, a raíz de haber leído el excelente estudio de Ángel Basanta, «Primera estación de un largo viaje», he decidido releer sistemáticamente todo el recorrido por los territorios imaginarios de Luis Mateo Díez desde Las estaciones provinciales hasta nuestros días. En función del género literario que analiza, ¿cuáles son las diferencias más significativas entre las bibliotecas analizadas? El género no siempre condiciona la calidad y cantidad de una biblioteca. Una biblioteca trivial es la de Un cadáver en la biblioteca, de Agatha Christie; pero, sin salir del género policiaco, la espléndida biblioteca que hay en La neblina del ayer, de Leonardo Padura, dejó a Mario Conde «atónito y estupefacto» por los tesoros que escondía una decrépita mansión de La Habana. ¿Cómo nace la idea de escribir "El gabinete mágico", un libro tan trabajado, curioso e interesante? Tengo escrito en algún lugar que «el azar es uno de los nombres del destino». La primera, ya lo he dicho, fue la de don Quijote, y no tenía vocación de nada, más allá de una nota excesiva a pie de página. Pero de pronto -ahí intervino el azar- Victoria Fernández, la directora de CLIJ (Cuadernos de Literatura infantil y juvenil), que conoció las primeras, me propuso publicar una mensualmente: quizá por eso aquellas están más directamente relacionadas con la Literatura juvenil: Matilda, Bastián, Tom Sawyer, David Copperfield, pero también la de Sherlock Holmes, una auténtica sorpresa diseminada a lo largo de todo su periplo detectivesco. Después fueron surgiendo las demás, un tanto aleatoriamente, y hasta aquí hemos llegado. Con los avances tecnológicos actuales ¿cree que algún día pueden estar en peligro las grandes bibliotecas? No necesariamente. Pero es preciso distinguir entre la biblioteca como concepto, aquel «entre todos lo sabemos todo» de Alfonso Reyes -en cuyo caso no tiene por qué ser ni siquiera un edificio, como ha señalado A. M. Dean en su novela-, y las bibliotecas que encierran obras exquisitas y no solo del pensamiento, sino del arte de la edición y de la encuadernación. Esas hay que preservarlas como auténticas obras de arte. Pero tampoco hay que olvidar que la invención de la imprenta no se llevó a cabo sin la resistencia de los que poseían aquellos ejemplares únicos, primorosamente miniados, por la trivialización que suponía el impreso frente al manuscrito. El intento de transacción llegó a tal extremo que muchos incunables dejaban las capitulares en blanco para que fueran añadidas a mano. La paradoja es que la mayor parte acabó quedándose así: en blanco. Si tuviera que definir en pocas palabras el sustantivo BIBLIOTECA, ¿cómo lo haría? Ya lo hizo por mí Emerson: «un gabinete mágico, en el que hay muchos espíritus hechizados». Yo lo he experimentado en la mía: ha habido libros que me acechaban en la sombra, quizá porque no les prestaba la atención debida. Recuerdo el Doktor Faustus, de Thomas Mann, que casi me amenazó con un ultimátum: o este verano o nunca. Pero, dicho esto, añado: una biblioteca personal no tiene por qué ser gigantesca ni rara, sino a la medida de su lector. Recuerde el endecasílabo de Quevedo: «con pocos pero doctos libros juntos». "Es evidente que «las mentes rígidas» de los censores pensaban que los «rígidos» y pervertidos eran los otros"A lo largo de la historia, muchos libros han ardido a causa de la intolerancia llevada al extremo de lo irracional. ¿Los libros siempre serán una amenaza para las mentes rígidas? Algunos libros sí. Pero los mismos que quemaban libros escribían y prescribían otros. Erich Kästner, el autor de Emilio y los detectives, vio cómo incendiaban sus libros mientras se hacían tiradas masivas de Mein Kampf. En España tuvimos un libro de Novelistas buenos y malos, y otro, más voluminoso aún, de Lecturas buenas y malas, con varios suplementos, en que se catalogaban los libros «peligrosos» frente a los «recomendables». Es evidente que «las mentes rígidas» de los censores pensaban que los «rígidos» y pervertidos eran los otros.
¿La magia de la literatura siempre supera la realidad? La realidad tiene sustratos ocultos (piénsese en la física cuántica) que tienen algo de mágico. Toda la literatura está en la realidad y, por decirlo al modo aristotélico, no hay nada en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos. Pero la imaginación tiene la capacidad de fundir y mezclar distintos estratos de realidad hasta crear una nueva. García Márquez reconocía que Macondo ya estaba virtualmente en su Aracataca natal, y añadía que fue su abuelo quien lo llevó «a conocer el hielo», como al coronel Aureliano Buendía lo llevó su padre al principio de Cien años de soledad. ¿Ha encontrado alguna incongruencia en las bibliotecas imaginarias analizadas? Incongruencia no es la palabra. Preferencias y aficiones dispares, sí. Cervantes recordaba mucho un verso del Aquilano que venía a decir que la naturaleza es bella por ser tan variada. Libros que algunos lectores veneraban a otros les resultaban indiferentes; bibliotecas que resultaban acogedoras se enfrentaban a otras que parecían disuadir y aun perseguir a sus lectores. Afortunadamente, el humor y cierta melancolía lo salva todo. ¿Le quedan muchas grandes novelas donde aparecen bibliotecas por analizar? Seguro. Aparte de las que se quedaron en el telar, y teniendo en cuenta que el libro solo lleva un mes escaso en las librerías, ya lectores bienintencionados y minuciosos me han advertido de ausencias inevitables, porque el mundo es ancho y ajeno, y por definición inabarcable. De algunas ni siquiera conozco su existencia. En La montaña mágica, sin ir más lejos, está la biblioteca del sanatorio; solo que no tiene una historia tan simpática y ocurrente como la de Bolívar Proaño o la de Mr. Todd. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención entre todos los datos que ha analizado? Las sorpresas. Una de las primeras fue precisamente la de Sherlock Holmes, que ya hemos mencionado. Según las primeras noticias del doctor Watson, los conocimientos literarios de Holmes eran nulos, y sin embargo lo vimos disertar sobre los autos sacramentales, escribir curiosas monografías o acarrear un cargamento de libros de filología para su investigación sobre el antiguo idioma de Cornualles. Rara es la biblioteca que no ha deparado alguna sorpresa por las aficiones, justificadas o estrafalarias, de sus usuarios o sus dueños. ¿Seguirá trabajando e investigando sobre este tema o la tarea ha sido tan grande que la da por concluida? En principio, no. Pero sospecho que, como la cabra siempre tira al monte, será difícil hurtarse a la tentación de describir alguna inesperada. Recuerdo que encontré la biblioteca de Amedeo Caroli en un libro semisecreto: la novela de José Carlos Rodrigo Breto, Ficción gramatical. En ella había un ejemplar de la primera edición de La metamorfosis de Kafka, que de un extraño modo se había librado de la destrucción total de la biblioteca de su abuelo, aquejada de una deletérea invasión de insectos. Resulta que un tal Gregorio Samsa, el mejor exterminador de insectos y cucarachas de Budapest, acabó a un tiempo con los insectos y con la biblioteca. Solo se libró La metamorfosis. Ya ve: nunca digas nunca jamás. Puedes comprar el libro en:
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