Aunque no somos críticos profesionales (de las Academias, líbranos, Señor), hemos tenido antes la osadía de comentar un libro de Manilla, su destacable Suavemente ribera (XXI Premio de Poesía Generación del 27), de cuyo contenido selecciona diecisiete textos esta antología, dando idea de su rigurosidad. Dice también el autor que, sobre no ser joven, tampoco es poeta localista o ruralista, etiqueta que con demasiada frecuencia se cuelga a aquellas obras que no comulgan plenamente con la modernidad de megaurbe y distopía; curiosamente Manilla, que es también ahora narrador y ensayista, ha dedicado una obra Ciberadaptados a ese conflicto entre lo cibernético y lo humanista que tiñe toda nuestra actualidad.
Sería baldío intentar una aproximación particular a ese casi centón que integra el libro, baste decir que los textos son muy coherentes, permitiendo la lectura continua, y la edición incluye una amable nota sobre la procedencia de cada texto si se desea hacer salteada atendiendo a los libros antologados. Nos centraremos, pues, en un solo tema de los varios que podríamos entresacar: el tiempo, el eterno retorno, el instante y la duración. Es el propio poeta quien, tal vez agobiado por esa consideración espacial de su obra (si bien el amor por León y sus paisajes es marca de la casa loable y plausible), indica en su liminar Palabras de presente la condición temporal de su obra: "si hay una constante, al menos en las intenciones de su autor, es la convicción de que el cruce del instante con la eternidad, de la belleza con la verdad, hacen al poema".
Claro que el asunto sigue siendo demasiado amplio, por lo que, aprovechando una cita del poema Entre sombras escucho al ruiseñor (p. 19): "apenas un instante, ahora y siempre/ en el eterno retorno de la estación prevista/ historia y universo los contemplan", diremos que todo ruiseñor es siempre el ruiseñor de Keats, el Pájaro inmortal cuya voz fue escuchada en otros tiempos por reyes y bufones. Como ahora todos los zapateros, en lugar de dedicarse a sus zapatos, son expertos borgianos, acudiremos al maestro ciego para que nos oriente sobre el caso. En su libro Otras inquisiciones, Borges nos habla del ruiseñor de Keats, y nos dice que el romántico inglés instituyó el arquetipo del ave como idea platónica, por encima de la contingencia del individuo mortal de cada primavera. Para ello acude a su admirado Schopenhauer y se lanza a una dicotomía entre germanos platónicos y británicos aristotélicos que no seguiremos. ¿Es Manilla platónico o aristotélico? Manilla es poeta y sabe bien que en la lírica cabe intensificar el detalle, lo individual y concreto con toda la potencia que el lenguaje y la capacidad de observación permita al autor; pero también que la poesía es metafísica y debe introducir la experiencia en lo general, la anécdota en la categoría, so pena de caer en la mera efusión auto-referida.
Diríamos que el autor es a la vez fiel observador (mantiene una columna de prensa a la que llama, con su habitual humildad el "articulín") y que nos habla con hondura de estas lenguas en los árboles, que son al tiempo lengua idioma y lengua física, metáfora y órgano, canto y emoción. Sin apenas espacio para el artificio (esos aludes de laúdes con que empieza el poema citado), el libro invita y se resiste, quiere lectura y lecturas sucesivas y da las pistas para penetrar en la obra toda del poeta. Yo me limito a señalar un avatar de un tema eterno en uno de los poemas, espero que el lector descubra su propia genealogía de motivos y asociaciones y que dentro de otros veinticinco años (yo no lo veré, alas!) una nueva antología nos hable de un poeta ya no joven pero entusiasta en la recolección de lenguas y de árboles, de pájaros y de hombres. Así sea.
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