Obligado a convivir con su padre, el protagonista un día se encuentra a un misterioso personaje que dice ser poeta. Pronto descubrirá que no es otro que Jaime Gil de Biedma, cuyas cenizas reposan en el camposanto desde hace más de 30 años. Es así como la realidad y la literatura, comienzan a mezclarse en su vida. Guiado por la figura de Jaime Gil de Biedma y por la de otros muchos fantasmas literarios, pero también por sus propios recuerdos, el joven tendrá que enfrentarse a sus contradicciones, que pasan por la manera de relacionarse con su identidad sexual, de aceptar un amor que sigue doliendo o de reconciliarse con la Castilla olvidada. Hablamos con el autor sobre esta ópera prima tan divertida como original. Diego, ¿Cómo surge la idea de mezclar en una novela la crisis de identidad de un escritor con el fantasma de Gil de Biedma? Para mí, la identidad se constituye a partir de dos elementos clave: el recuerdo -nuestras experiencias pasadas que nos contextualizan- y nuestros referentes -como modelos a imitar de cara al futuro-. Al reescribir a Jaime Gil de Biedma desde un punto de vista fantasmal, unía ambos conceptos, ya que el recurso literario del fantasma es el símbolo por excelencia del recuerdo. Una identidad pasada que regresa para que se cumpla con lo que él no pudo y que empuja al protagonista a reflexionar sobre su propia vida. Un Virgilio catalán guiando a un Dante castellano por el Infierno de la vocación literaria. El padre de Hamlet apareciéndose a un hijo adoptivo gay en un cementerio de Nava de la Asunción. Si a esto le unes la adscripción de Gil de Biedma a la llamada "Poesía de la experiencia", caracterizada por la creación de una identidad literaria ajena como medio para alcanzar un mayor conocimiento sobre uno mismo, y una forma de ser y estar en el mundo, la decisión parecía obvia. Además, con Jaime me unía un vínculo emocional: no solo adoraba su poesía, sino su figura como escritor: elegante, urbano, irónico, problemático, homosexual y con unas fuertes raíces castellanas. Gil de Biedma era el fantasma-referente perfecto. El fantasma, como todos los fantasmas, tiene cuentas pendientes. En este caso, parece que la tumba no le ha bajado la libido. Por supuesto, pero a diferencia de otras historias, Jaime no tiene clara realmente cuál es su cuenta pendiente, igual que tampoco tenía muy clara su forma de ser y estar en el mundo y tuvo que explorarlo a través de la escritura. Así que al empezar la historia, reacciona tratando de disfrutar de esta segunda oportunidad para gozar de los placeres sensuales de la vida. Él decía: "El día en que me falte la sensualidad, tomar una copa, sentir el buen tiempo, meterme en una piscina o en el mar, ver a alguien que esté bien físicamente. la vida será un lugar inhóspito". La búsqueda de saciar ese deseo carnal con el protagonista le lleva a plantearse que quizá sea su misión el hacer de guía de ese joven que ha perdido la pasión por la escritura y por la vida en general. Como es algo que el propio Jaime ya ha vivido -dejó de escribir pronto e incluso tuvo varios intentos de suicidio- trata de evitárselo al joven, pero todos tenemos que cometer errores para saber qué es lo que queremos. y lo que no. A Gil de Biedma le acompañan otros autores de su generación, incluso anteriores. No es habitual que los escritores de tu generación reivindiquen ese legado, y menos sin afán revisionista. ¿Cuál es tu relación con toda esa generación de autores como Gil de Biedma, Moix, los hermanos Goytisolo,.? Si te soy sincero, el primer acercamiento a ellos lo he tenido a través de la figura de Jaime. Como el protagonista de la novela, había escuchado hablar de ellos, pero no los había leído e investigado en profundidad hasta que a partir de los diarios, entrevistas y biografías de Jaime, se me presentaron como una parte importantísima de la historia de la literatura que, por una mayor cercanía en el tiempo, y por el ambiente represivo y hostil del franquismo que les tocó vivir, pueden no resultar tan atractivos para gente de mi generación. Por supuesto, no todos me han gustado igual. Creo que de la generación de los cincuenta, conecté bastante más con José Agustín Goytisolo, que tenía un perfil maldito muy similar al de Jaime y en cuya poesía he visto reflejada muchas de sus inquietudes; o Gloria Fuertes, a quien solo había leído de niño y que, tras saber -por Luis García Moreno- que compartía una cierta complicidad con Gil de Biedma por ser ambos homosexuales, volví a leer para descubrir en ella una de las mejores escritoras que ha tenido este país. De generaciones posteriores que también formaron parte de la vida del poeta, el mejor descubrimiento ha sido Terenci Moix, cuyas novelas lo tienen todo: profundidad literaria, humor, ironía, diversión, tragedia, belleza, pop. Ahora para mí es todo un referente.
Y frente a la gran poesía del siglo XX, una reivindicación pop: La oreja de Van Gogh. ¿Por qué esta mezcla? Porque en una novela que habla de la construcción de la identidad de un joven nacido en 1993, los referentes no podían ser solo Óscar Wilde, Antonio Machado y Jaime Gil de Biedma. Vivimos impregnados de lo pop, nos rodea y nos construye igual o más que alta cultura. Y tanto en mi caso como en el del protagonista, un grupo como La oreja de Van Gogh, escuchado en el asiento de atrás de un coche, se convierte prácticamente en el primer contacto con el verso, la rima y el fracaso amoroso. Un fracaso que el personaje vivirá en sus propias carnes años después y que le retrotraerá a aquellas canciones que ya le habían ensañando cómo lidiar con la ausencia. Una ausencia que también aparece en las poesías de Gil de Biedma y donde yo no paraba de encontrar paralelismos. Si Gil de Biedma escribía su nostalgia de un amor ya desaparecido en París, Postal del cielo; Amaia Montero cantaba esa misma ausencia en París, dentro de El viaje de Copperpot. Si Gil de Biedma jugaba en Albada con el tropos medieval de los amantes que deben despedirse al amanecer, algo parecido sucede en Tu pelo de La Oreja de Van Gogh, en la que la nostalgia invade el despertar de dos amantes que desean parar el tiempo para no tener que despedirse. Y así con todo. Y es que la manera que tenemos de relacionarnos con la literatura está estrechamente ligada con una sensibilidad ya ensayada a base de películas, series. y música. En el libro un tema central es de la identidad sexual. Hemos normalizado que hoy ya no hay armarios. Pero vivir plenamente tu sexualidad en un lugar pequeño no siempre es fácil. Creo que no está tan normalizado como pretenden hacernos creer. En las grandes ciudades casi resulta absurdo pensar en que esto sea un problema, pero si enciendes una aplicación gay en el centro de Madrid, vas a encontrar cientos de perfiles sin foto, completamente armarizados, tratando de vivir una sexualidad clandestina. Imagínate entonces en un lugar como Segovia donde no existen ni referentes, ni ocio nocturno y unas pocas asociaciones hacen frente a la parte más fuerte de la homofobia en los lugares pequeños: la invisibilidad, la inexistencia. La novela habla sobre todo de la construcción de una identidad, pero en la identidad, el género y la sexualidad son factores clave que no pueden pasarse por alto, y más si han provocado en ti traumas por los que volver a tu lugar de origen te produce una angustia que lleva años superar. Por eso tenemos que defender un modelo de España donde la visibilidad de la diversidad se encuentre en todas partes y no solo en las grandes ciudades. Porque aunque nosotros acabemos por abandonar estos municipios, van a seguir naciendo allí personas diferentes y no tiene por qué pasar por lo mismo solo por venir de Segovia en lugar de crecer en Madrid o Barcelona. Puedes comprar el libro en:
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