Otro delicado y esclarecedor libro, de la inteligente editorial Síntesis, dedicado a uno de los personajes más interesantes y crípticos del primer Medioevo; que tanto influjo tuvo en la Europa del siglo V d. C., y que luego se quedó en nada, porque no tuvo ningún seguidor que heredase su fuerza y su inteligencia. Estoy hablando, cómo no, del imperio del gran rey de los hunos, Atila. «El pueblo huno ha gozado del triste honor de ser considerado, si no el debelador del Imperio Romano, sí al menos quien le dio el golpe más duro. Y, sin embargo, los hunos siguen siendo grandes desconocidos. Entraron en la Historia Universal como un vendaval, como el gran huracán que conmocionó el siglo V. Durante el período en que fueron más poderosos estuvieron acaudillados por Atila, un jefe aparentemente tan audaz como despiadado. Los hunos portaban consigo su propia historia, mucha de la cual ha permanecido perceptible, pese a las severas menciones y desmesuradas descalificaciones que les otorgaban las fuentes chinas y romanas. Más cercanos a bestias y a demonios para sus enemigos, fueron capaces de forjar un vasto imperio de jinetes y guerreros, lograron negociar de igual a igual con dos imperios y crear estructuras de gobierno. En medio de la cultura mediterránea y del mundo germánico, lograron preservar sus tradiciones traídas de las lejanas regiones de Asia. Atila y su pueblo dejaron una huella duradera de su impacto en la epopeya, en la literatura y el cine, en definitiva, en la memoria colectiva de la humanidad. Todos estos son méritos más que suficientes para que gocen de un lugar de honor en la Historia. Y con ellos también la figura de Atila, cuya vida está y estará siempre unida indisolublemente a la de su pueblo. José Antonio Molina Gómez, es profesor titular de Historia Antigua de la Universidad de Murcia». Los romanos, con su habitual prepotencia, calificaron de ‘bárbaros o extranjeros’ a todos aquellos pueblos que vivían fuera de las fronteras del mundo romano y, por extensión de su atracción simpática, ya que consideraban a los griegos como sus ancestros, también siguieron calificando como bárbaros a los ajenos a la civilización helénica; lo que me sigue generando perplejidad absoluta, de que pueblos como los fenicios y los cartagineses, por influjo helénico, estuviesen dentro de ese calificativo, que fue y es gracias a Roma, sumamente peyorativo. Desde Heródoto hasta Julio César o Tito Livio, el concepto de bárbaros se aplicaba a pueblos que utilizaban el nomadismo, como pueblos o guerreros en marcha. “… Séneca, cuando escribió su ‘Consolación’ a Helvia, aludiera al movimiento constante de poblaciones que abandonaban sus hogares como forma de comparar y entender su propia vida de desterrado bajo el emperador Claudio”. No obstante, Gayo Cornelio Tácito añora el comportamiento primitivo, pero de gran pureza, de los pueblos germánicos, que tienen un sentido importante de hermandad étnica o identitaria. El cristianismo les colocará un apellido, que ya es el de pagano, proveniente de ‘pagus’ o aldeas. Los pueblos germánicos se encontraban ya situados entre los ríos Rin y Vístula; su emigración provenía, buscando mejores tierras para poder vivir, desde la Escandinavia meridional. Entre los años 58 a 51 a.C., fueron contenidos por los romanos en las tierras de la Galia Comata-Melenuda; serían Gayo Julio César y Posidonio de Apamea los que los denominaron como ‘germanos’. De todos ellos los que eran mejor conocidos por los hombres del SPQR eran los GODOS, divididos en dos gentilidades, los del Oeste o Visigodos y los del Este u Ostrogodos. Serán los godos los que padezcan, con más furia, la presión de los hunos. Otro pueblo de gran interés, ya que llegaron a formar un ducado en el Medioevo, son los burgundios o borgoñones; los cuáles, de la misma forma que los hunos, practicaban la deformación craneana; más adelante serían utilizados por Roma como tropas auxiliares en sus confrontaciones bélicas contra los alamanes. En el año 405 d.C., otro pueblo de gran predicamento, por su cripticismo historicista, es el de los vándalos, los cuales atravesarán las fronteras romanas, por la Renania. Los alamanes que eran una mistificación de suevos, cuados, teutones, carudos, se encontraban ya situados entre el medio Rin y el Danubio superior, y eran famosos por su caballería provista de arcos y largas espadas; este pueblo se autonombraba como ’suabos’ y su país daría origen a Suabia. Asimismo, los francos o salios eran un conglomerado de diversos pueblos reagrupados; la relación con Roma sería de cooperación simbiótica, por lo que algunos de sus caudillos serían cónsules de Roma, entre los años 377 y 385, y sus nombres fueron: Merobaudes, Ricomero y Bauto. A partir del siglo III d.C., unos pueblos denominados como hérulos se vuelven especial y peligrosamente belicosos, llegando a atacar hasta al Peloponeso, incendiando poleis como Corinto, Argos y Esparta. Existen otros muchos pueblos germanos, con diversas características y diferentes relaciones con los romanos. “La sociedad bárbara hasta el siglo IV conocía una relativa tranquilidad, frente a la imagen extendida de pueblos en marcha rompiendo las fronteras romanas o marchando itinerantes entre bosques o estepas”. Pero, todo este variopinto conglomerado de pueblos germánicos, van a padecer el contacto traumático de un pueblo asiático sumamente interesante; es el pueblo de los hunos. Para los romanos, hasta para los historiadores mejor informados, los hunos vivían ajenos a la civilización y hundidos en el salvajismo más obscuro y violento, y con el nomadismo como modus vivendi. La causa de su desplazamiento hacia la Europa central y meridional fue una importante bajada de las temperaturas, con afectación de la vegetación, y un aumento de la humedad, entre los siglos IV y VI. Los glaciares avanzaron y, estos descensos de las temperaturas produjeron una elevada mortandad en la cabaña ganadera de los pueblos asiáticos. En esta época los cronistas chinos mencionan invasiones de los hunos procedentes del macizo del Altái. El Imperio romano está en plena crisis política, ya en el año 375, y, sobre todo, tras la derrota y muerte del emperador Flavio Julio Valente, el 9 de agosto del año 378 d.C., en las llanuras al noroeste de la ciudad romana de Adrianópolis, frente a los godos tervingios del jefe Fritigerno. Tras la muerte del emperador hispano Teodosio I “el Grande”, la parte occidental del Imperio de Roma se verá inundada por los bárbaros. Sobre este caldo de cultivo actuará Atila, quien terminará empujando a Roma hacia el principio del fin. El historiador Jordanes (XXXV, 180) lo define: “El huno, presto a la sangre, deseaba la aniquilación universal y, presumiblemente, la iba a comenzar ensayando primero con su familia y su hermano Bleda”. Les presento, pues, un libro extraordinario, que merece todos los parabienes, y la consiguiente recomendación, sin reservas. «Donec Bithynio libeat vigilare tyranno».
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