Una mujer y sus seis hijos pequeños desaparecen en una pequeña aldea de Bidasoa. Corre el año 1936… ¿Cómo llega Álvaro Arbina a conocer ese caso? Mi anterior novela se publicó pocos días antes de la pandemia. Después de tanto trabajo, la experiencia me dejó un tanto vacío. Durante un tiempo, estuve al margen del mundo de los libros. Por entonces yo colabora con Radio Euskadi, hablando sobre historias interesante de nuestro pasado. Y así llegue a esta historia… Al principio no tenía muy claro si realmente me veía con fuerzas para trabajar una novela. Pero luego empecé a sumergirme en esta historia, empecé a trabajarla. Lo que sucedió con esta familia… Una mujer, embarazada, seis niños menores… Era demasiado, había pasado en realidad, me parecía algo inimaginable. Me di cuenta de que me encontraba ante una de esas realidades que superan la ficción. Nadie había escrito una historia sobre esto. Yo creía que tal vez podía hacerlo. En ese momento pensé: ¿si no lo hago yo, habrá alguien que lo haga? Y fue entonces cuando empecé a escribir. ¿Cómo y hasta dónde le llevó la investigación? Había un sumario, la Causa 167, que recogía el proceso judicial que inició Pedro Sagardia, el padre de la familia. La novela recoge textualmente las declaraciones de algunos de los acusados, que a veces son estremecedoras. He bebido de los trabajos de Joxe Mari Esparza y Fernando Mikelarena, y de los testimonios que han sobrevivido hasta nuestros días. ¿Qué paso realmente con esta familia? ¿Era posible reconstruir un suceso tan atroz, algo inimaginable, a través de una novela? Lo ha dicho, parte de lo ocurrido lo sabemos gracias al trabajo de personas como Esparza Zabalegi o Mikelarena, y al trabajo de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra. ¿Permite la novela llegar a donde los historiadores no llegan? Sus trabajos son lo más próximo que tenemos a la verdad, les estoy muy agradecido. Ellos bucean en busca de los datos, los ordenan y componen con ellos el puzle de lo ocurrido. Pero hay grandes lagunas en esta historia, grandes huecos con muchas piezas que tal vez no aparezcan jamás. La tarea del novelista consiste en cubrir estos vacíos, rellenarlos con la intuición y las herramientas de la literatura. Hay que ser honesto con esta tarea, la verdad pura se ha perdido para siempre. Ha declarado a propósito de Josefa, la madre desaparecida, que uno no se da cuenta de lo que supone estar en casa cuidando de tus hijos, del trabajo y de la intensidad que supone. Pienso en todas esas mujeres que se dedicaban a “sus labores”, “amas de casa” a las que nada se agradecía… Dicen de Josefa que era una mujer llamativa a ojos de los hombres. Alta, rubia y de ojos azules. Dicen también que sabía leer y escribir, y que estaba más atenta a los astros y a las plantas curativas, que a las misas y a la Iglesia. Cuidó de seis niños pequeños, la mayor parte del tiempo sola, estando embarazada. No se separó de ellos hasta el final... No se sabe mucho más sobre esta mujer de 40 años. Seguro que tenía demasiado trabajo y demasiadas cosas en las que pensar. Seguro que soñaba con otras vidas, o con tiempos pasados donde todo parecía mejor. Sin duda representaba a ese colectivo de mujeres silenciadas durante décadas, que no salían de casa pero que con sus numerosas labores sostenían aquella sociedad. Y al mismo tiempo, también destacaba por no querer camuflarse con el resto. Por no vestir de negro o por no llevar el cabello oculto. Por no esconder la sonrisa. Por no rezar al mismo dios. Es posible que la condenaran por todo esto. Por bella, por pobre, por “bruja” y por ser ella misma.
También ha asegurado que la literatura es una vacuna contra la barbarie. No sé si soy tan optimista, hace poco leí un reportaje sobre lo mucho y bien que leía Stalin… En términos generales creo firmemente que es así. A veces hay que sintetizar para transmitir una idea, comerse las excepciones y los “peros” que existirán en casi todo aquello que se diga. Un lector puede tener firmes convicciones y usar la literatura y los escritos para ratificar su propio pensamiento, no para expandirlo y ponerlo en contradicción. Los sesgos, la polarización… Un mismo libro puede conducir a polos opuestos a dos lectores. Hay un doble filo en la literatura, pero afortunadamente esto se da en contadas excepciones. “Otro novelista que busca inspiración en la Guerra”. ¿Le han reprochado que, por usar la expresión tan manida, “hurgue en la herida”? Desde luego, hablar sobre nuestra Historia, especialmente la relativamente reciente, es hurgar en las heridas de algunos. Siento si mi labor reviviendo el pasado causa dolor a alguien. Pero la literatura al fin y al cabo es eso. La literatura, el arte en general, habla de las cosas dolorosas, las cosas que suceden y no se cuentan, esas verdades afiladas que se van con las generaciones que mueren, esos secretos que nos hablan de nosotros mismos, esos errores de los que tal vez, algo podamos aprender. ¿Dudó sobre la manera en la que tenía que afrontar la escritura, la voz que debía contarla? Desde el principio tuve claro que debía adquirir distancia. Había muchas lagunas en esta historia que debía reconstruir. Y el lector debía tener conocimiento de las costuras de esta reconstrucción, debía saber qué era verdad y qué ficción. El respeto y la delicadeza hacia esta historia, eso ha sido lo más importante para mí. Puedes comprar el libro en:
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