Bruna acaba de convertirse en madre soltera por elección en París cuando recibe una llamada en la que desde un hospital de su ciudad natal le informan de que su madre, aquejada de trastorno bipolar y a quien no ve desde hace casi tres décadas, está gravemente enferma.
La enfermedad de su madre provoca un vuelco en la vida de Bruna. Con un recién nacido entre los brazos con quien todavía conecta, parte a ayudar a la madre que la abandonó cuando era solo una niña y regresa a su pueblo natal: un apartado lugar donde lo rural, el silencio y la incomunicación pondrán a prueba la relación entre una madre y una hija que ya no se conocen.
Con dos personas de pronto a su cargo, Bruna se enfrenta a momentos de soledad y desamparo en los que siente que no está a la altura ni como madre ni como hija. Las dudas y los fantasmas del pasado la perseguirán por todos los rincones de una casa que no considera su hogar y de un pueblo aislado que puede resultar su condena o su salvación.
Hablamos con la escritora Alejandra Parejo sobre "Una madre", su segunda novela.
"Una madre" está organizada sobre todo en torno a la idea de los cuidados. La protagonista, Bruna, tiene que cuidar a su hijo recién nacido y a la vez a una madre de la que se separó hace mucho. ¿Cómo nació esta preocupación en ti por los cuidados?
Creo que hay algo en todo lo que rodea ser adulto que me ha pesado en algunos momentos y eso me ha hecho observar las responsabilidades de los demás -de mis padres, por ejemplo- y las mías con más atención. Supongo que tiene que ver con eso, con la observación, con estar atenta a lo que implican algunas decisiones. Empecé a plantearme la relevancia que tienen los cuidados que rodean a la familia, ese compromiso latente que existe prácticamente desde que naces; también la figura de hija/o y cómo los cuidados van intrínsecos en ese papel, la responsabilidad de apoyar a tus padres cuando entren en la etapa de la vejez. Un día, hablando con un amigo, me pregunté qué pasa cuando a ti no te han cuidado en tu infancia y te encuentras en esa situación y eso fue como un estallido que me llevó a escribir la historia de Bruna.
Provienes de una familia no típica, con cuatro hermanas de diferentes madres. ¿Eso ha causado que el de la familia sea un tema central de tu narrativa?
Supongo que sí. Cuando era pequeña no era tan normal ver familias como la mía y tenía la sensación de que lo correcto o bien visto eran las familias más tradicionales. Poco a poco se ha ido normalizando y yo estoy muy cómoda con la mía, pero sí, quizá eso ha tenido algo que ver. Lo que me interesa de las familias no es solo ver cómo están construidas, también los roles que existen, las máscaras que aparecen para sobrevivir dentro de ellas, lo herméticas que han sido algunas y cómo van evolucionando poco a poco.
En la novela se incluyen otros aspectos muy presentes en el debate público y cultural de los últimos años. El primero, el de la España vacía. ¿Qué aportó a la novela situarla en un pequeño pueblo de la península?
Tomé la decisión de situar la historia en un pueblo pequeño porque quería aislar a Bruna y a su madre, obligarlas a comunicarse, a sostenerse y para ello quería que no tuvieran distracciones ni espacios para huir. En ese pueblo no hay casi movimiento, los personajes que lo habitan se pasan el día detrás de persianas bajadas y, algunos, a veces, sí que se muestran para enseñarle una perspectiva diferente del pueblo a Bruna. Siento que últimamente idealizamos mucho la vida fuera de la ciudad -yo misma lo he hecho- y fuera del tráfico y el ritmo rápido, ahí en el campo, rodeados de naturaleza, también hay espacios hostiles. Con esto no quiero decir que una cosa sea mejor que otra, simplemente he querido mostrar que cada lugar tiene sus ventajas y sus desventajas. Otra de las razones por las que elegí ese pueblo fue por lo fácil que se estigmatiza a alguien cuando siempre te cruzas con las mismas personas y más cuando hay un problema de salud mental.
Otro elemento es el de las enfermedades mentales. En el caso de Bruna esta enfermedad se vive de manera doblemente angustiosa. Por un lado, por si pudiera estar detrás del abandono de su madre y por otro, por si ella misma puede haberlo heredado.
Sí, Bruna siente una gran preocupación con todo lo que tiene que ver con la genética y su salud mental porque ahora ya no está sola, ahora tiene un hijo del que cuidar y no quiere repetir la historia de su madre. Además, aceptar la enfermedad de su madre la coloca en otro lugar como si tuviera la obligación de hacerse cargo de sus circunstancias con poco espacio para la queja y eso mueve los roles que ha tenido siempre en su familia. Ahora Bruna es hija, es madre, pero también se ve obligada a ser la madre de su propia madre.
También la culpa es un elemento fundamental. Y sin embargo, Bruna no se permite manifestarla, no se permite llorar.
Bruna ha crecido con sus abuelos y ese no llorar, no poder mostrarse vulnerable, es parte de la herencia que han dejado sus abuelos en ella. La diferencia generacional que los separa ha hecho que crezca de esa manera y no conoce otra cosa. Además de esa circunstancia, se le suman el abandono de la madre que lleva a Bruna a sentirse no merecedora, a tener una autoestima baja que la llevan a sentirse culpable, a no dejar espacio a esas emociones.
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