Esta novela sobre el Oeste norteamericano fue escrita y publicada en 1967, en Boston, y ahora editada en este año por la editora española radicada en Madrid; existiendo, asimismo, un western digno de elogio. «Montana, 1924. Phil y George son hermanos y socios, copropietarios del rancho más grande del valle. Cabalgan juntos, transportando miles de cabezas de ganado, y siguen durmiendo en la habitación que habían tenido de niños, en las mismas camas de bronce. Phil es alto y anguloso, George rechoncho e imperturbable. Phil podía haber sido cualquier cosa que se propusiera, George es tranquilo y no tiene aficiones. A Phil le gusta provocar, George carece de sentido del humor, pero tiene ganas de amar y ser amado. Cuando George se casa con Rose, una joven viuda, y la trae a vivir a la hacienda, Phil comienza una campaña implacable para destruirla. Pero los más débiles no siempre son quienes uno cree». En esta obra, de una intensidad a prueba de bomba, el autor realiza una aproximación, sin cortapisas ni velos, al tema de la homosexualidad en el western-literario; con los tics patognomónicos de esa orientación sexual, que son, entre otros de mayor o menor enjundia: la represión sexual, la homofobia, la propia infelicidad o insatisfacción, y la sensualidad existente en el entorno de las haciendas ganaderas. La obra es muy brillante, pero, a la par, muy difícil de contextualizar. Thomas Savage es preciso y concienzudo en la delineación de los personajes y del carácter de cada uno de ellos; todo ello conformado por la poderosa y omnipresente naturaleza, que marca sus normas; y más, si cabe, en un estado como Montana, que antaño fue el lugar de vivencia milenaria y nómada de los indígenas lakota-sioux y cheyenes. El rancho fue adquirido por los padres de Phil y de George en el año 1900. La boda con Rose, de George, viuda y con un hijo (Peter) de su primer matrimonio, va a desbaratar los esquemas entre los que se mueven, y ya asumidos, los dos hermanos. El marido-muerto, de Rose, había sido el doctor John Gordon, que había sido alguien muy querido en el pueblo, ya que era la gentileza y la bondad por antonomasia. Peter era de salud enfermiza y de carácter débil, los lugareños lo achacaban a la herencia del carácter blandengue o bondadoso de su padre. Peter soportaba el acoso enfermizo y malévolo de sus compañeros de escuela, mientras que su propio padre sufría los malos tratos de Phil y de sus vaqueros, cada fin de semana que iban buscando diversión. En una de esas agresiones, el doctor cae al suelo víctima, ya, del abuso del alcohol y de los psicofármacos. Este hecho conllevará, sin solución de continuidad, la debacle moral y psíquica del doctor, que sumido en una depresión exógena incurable e irreversible opta por cortar los hilos con su vida terrenal, y se suicida. En esta tesitura, la sorpresa desagradable de Phil se produce cuando su hermano lleva, a su domicilio, a su esposa y a su hijastro; Phil no está dispuesto a tolerarlo, y tratará de realizar las mismas acciones repugnantes, ahora, contra la viuda del Dr. Gordon, esposa de su hermano George, y del hijastro. La rutina de Phil se ve amenazada, y él no está dispuesto a que se le altere su modus uiuendi et operandi. “Phil siempre se encargaba de la castración. En primer lugar, cortaba la bolsa del escroto y la arrojaba a un lado; a continuación, tiraba primero de un testículo y luego del otro, hacía un tajo en la membrana color arcoíris que los rodeaba, la arrancaba y la arrojaba al fuego donde los hierros de marcar resplandecían al rojo vivo. La cantidad de sangre que despedían era sorprendentemente escasa. En pocos instantes, los testículos explotaban como inmensas palomitas de maíz. Se decía que algunos hombres los comían con un poco de sal y pimienta. ‘Ostras de montaña’, los llamaba Phil, con su típica sonrisa traviesa, y les sugería a los peones jóvenes que, si planeaban tontear con chicas, a ellos también les vendría bien comérselos”. Existe una descripción, ad inversum, del carácter del otro hermano, que sirve para contemplar, de forma fidedigna, el ser de ambos. “El hermano de Phil, George, que se encargaba de enlazar a los animales, se sonrojaba cuando oía ese comentario, especialmente porque Phil lo hacía delante de los trabajadores. George era un hombre bajo y fornido, carecía de sentido del humor, era decente y a Phil le gustaba sacarlo de quicio. ¡Oh, Señor, cómo le gustaba a Phil sacar de quicio a la gente!”. Estamos ante una novela-histórica, sobre el western, de una extraordinaria belleza, pero de una importante crudeza. Thomas Savage maneja con una pulcritud y un ritmo fuera de serie, los tempos y los diálogos, así y de esta forma consigue enamorar al lector, inclusive en los momentos narrativos de mayor crudeza. El autor nos acerca, sin ambages, a las pasiones individuales de esos dos hermanos, tan antagónicos, y tan enfrentados, que casi son dos mundos diferentes. Este volumen, me ha maravillado y, sobre todo, para una persona como yo que soy un enamorado total y absoluto del western; por su complejidad y lo absorbente que es su narración, al exponer crudamente lo opresivo del mundo reflejado en las vivencias de esos dos hermanos. Me recuerda, salvando épocas, la novelística de un genio como James Oliver Curwood, por ejemplo, en su obra maestra de ‘Por las llanuras de Abraham’; o Dorothy M. Johnson y su ‘Un hombre llamado caballo’. Para finalizar deseo indicar varias características importantes: su prosa está muy trabajada y es muy esclarecedora; la ambientación en la vida del denominado como salvaje Oeste norteamericano está muy lograda; los protagonistas son obvios, pero es que en el western todos los protagonistas fueron vivenciales; los enfrentamientos entre los hermanos, y los dramas que se suscitan tienen una importante certidumbre; los temas que estudia y analiza presentan una importante solemnidad. Todo ello es un sumatorio inteligente de sutileza conceptual, dentro de una tensión argumental fuera de toda duda. Mi calificativo global de esta obra literaria sería el de que es una delicia para los sentidos intelectuales y neuronales más profundos. “A veces, Phil se preocupaba porque George se quedaba mirando a lo lejos, balanceándose en la silla. De pronto, los ojos de George se posaban en la montaña llamada Viejo Tom, que estaba a cincuenta kilómetros de distancia y tenía casi cuatro mil metros de altura, una montaña querida, y se balanceaba y se volvía a balancear, mirando todo el tiempo a través de la llanura”. En suma, mi felicitación por esta obra que es heredera de los mejores autores, norteamericanos, de novelas del Oeste, los cuales fueron la base de un género que admiro sin circunloquios, y que es el western de: J. Ford, H. Hathaway, A. Mann, W. Wyler, A. V. Mc. Laglen, B. Boetticher, H. Hawks, R. Walsh, R. Rowland, C. Eastwood, S. Pekinpah, S. Leone, y tantos otros. ¡Magnífica obra! «Gutta cavat lapidem consumitur anulus usu. ET. Aequat omnes cinis». Puedes comprar el libro en:
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