En un volumen de más de 200 páginas, la editora que porta en su nómina o título el grito de guerra de los caballeros-almogávares defensores del cristianismo en Tierra Santa, hoy nos acerca, en una obra destacable, a esos hombres que defendían el derecho de los cristianos a ir, seguros, a visitar los Santos Lugares por donde estuvo el Cristo-Dios; y, como no, me estoy refiriendo a la Orden Militar del Temple o Templarios, los denominados como soldados de Dios. «La Orden del Temple es probablemente la organización de carácter religioso y militar más relevante de toda la Edad Media. Nacidos al calor del fenómeno histórico de las cruzadas, con el fin primero de proteger a los peregrinos cristianos que viajaban a Tierra Santa, los caballeros templarios protagonizaron casi dos siglos de apasionante historia. El polifacético ilustrador e investigador croata Zvonimir Grbasic, colaborador de las cabeceras de ‘Desperta Ferro Historia Moderna’ y ‘Desperta Ferro Contemporánea’, nos ofrece esta nueva historia de la Orden del Temple, desde los días previos a la Primera Cruzada hasta su disolución, haciendo hincapié en su faceta militar, pero sin dejar de lado todos los aspectos de su organización, funcionamiento o mentalidad. El gran aporte de esta obra son las numerosas y magníficas ilustraciones que el propio Grbasic ha realizado para la ocasión, y que consiguen evocar la vida y los hechos de armas de estos soldados de Dios: la carga contra los jinetes de Saladino en Montgisard, los últimos supervivientes de la masacre de los Cuernos de Hattin, la desesperada resistencia en Acre… Unas imágenes que convierten a ‘Templarios. Soldados de Dios’ en toda una joya para los amantes de la historia medieval, que flamea como antaño el estandarte blanco y negro del Temple: ¡Beauséant!». La búsqueda de las reliquias de Jesucristo, en Palestina, comienzan, ya, en el siglo IV d. C., cuando la anciana madre-imperial, Helena, del emperador Constantino I “el Grande”, de unos 80 años de edad, realiza una auténtica peregrinación a Jerusalén, buscando todos los restos arqueológicos que demostrasen que el Hijo de Dios había recorrido esos mismos Santos Lugares. En un lugar oculto encontraron los restos de tres cruces, que consideraron eran aquellas en las que fueron crucificados, en el tiempo del prefecto del pretorio Lucio Poncio Pilato, siendo emperador Tiberio César, los dos ladrones Dimas y Gestas y el propio Hijo de Dios. Tanto Gelasio de Cesarea como Rufino de Aquilea citan el hecho milagroso que permitió identificar, entre los tres maderos del suplicio, cual era el de Cristo. En ese lugar se construiría, por orden constantiniana, la iglesia denominada del Santo Sepulcro. El hecho generó un enorme gozo entre todos los cristianos europeos, por lo que las peregrinaciones masivas se incrementaron, creándose diversos monasterios y hospitales de peregrinos. Tras la entrada, a sangre y fuego, del Islam en la Historia, los problemas y los peligros se incrementaron, sobre todo por la intransigencia de los mahometanos, que no aceptaban lo que consideraban la disidencia religiosa de los seguidores de Cristo, a los que comenzaron a denominar como infieles. En este momento histórico, el territorio pertenece al Imperio romano de Oriente o bizantino, que se está debilitando, y que tampoco ve con demasiados buenos ojos a sus congéneres de rito latino. “En noviembre de 636 tuvo lugar una batalla de cuatro días en al-Qadisiyyah que supuso la derrota del gran ejército persa y, por ende, también el final del Imperio sasánida. Los musulmanes habían conquistado el Irak persa”. A partir de este momento, con altibajos, y según fuesen los gobernantes agarenos palestinenses o egipcios o damascenos, las peregrinaciones cristianas europeas a Tierra Santa comenzaron a sufrir múltiples riesgos e incomprensiones. En el año 1095, el papa Urbano II convoca un concilio en Piacenza; hasta allí se dirigen los delegados bizantinos de Alejo I Comneno, que pedía ayuda al cristianismo occidental, para poder consolidar sus victorias en el Asia Menor, las que había obtenido contra los turcos. El Sumo Pontífice los contempló con simpatía y, durante ese verano, predicó a favor de una plausible guerra-santa contra el Islam palestinense. Será, pues, dentro de este contexto histórico, en el que se produce, entre el 18 y 28 de noviembre de 1095, un nuevo concilio, ahora en Clermont-Ferrand, donde Urbano II predica, de forma enfervorizada, todos los riesgos y los peligros que están sufriendo los cristianos que pretenden llegar hasta Jerusalén. Tras la fracasada cruzada de los pobres, dirigida por Pedro “el Ermitaño”; la nobleza comandada por Godofredo de Bouillon preparará otra cruzada, bien planificada, que conseguirá el fruto apetecido de la conquista de la ciudad de Cristo. El conde Hugo I de Champaña será quien patrocine al monje-soldado Hugo de Payns, para que este y sus ocho caballeros (el mejor de ellos y de toda Tierra Santa era Godofredo de Saint-Omer) se presenten ante el rey Balduino II de Jerusalén y ante el patriarca Daimbert, con la sorprendente proposición de que se les permitiese crear una orden conjunta de monjes y de soldados, y así defender los intereses de Dios, mediante, asimismo, las armas. Su deseo era el de evitar, o cuanto menos aliviar, los riesgos de los peregrinos cristianos. Existen muchas posibilidades de que el plan propuesto ya hubiese estado, a priori, en la mente del propio soberano jerosolomitano. “Sea como fuere, en la Navidad de 1119, en la iglesia del Santo Sepulcro, el patriarca de Jerusalén aceptó los votos de pobreza, castidad y obediencia de los nueve caballeros, así como su sumisión a la regla de San Agustín, que era la más extendida entre los monjes del siglo XII. Se llamaron a sí mismos los Pobres Caballeros de Cristo y su misión será la protección de los peregrinos desde la costa hasta Jerusalén y hasta el río Jordán, lugar de bautismo de Jesucristo”. Ya están los caballeros templarios en la realidad de la Historia del Medioevo, y entonces el monarca Balduino II les concedió un ala del palacio, que se correspondía con el Templo del rey Salomón de Israel. Sería, por lo tanto, por este hecho habitacional, por el que estos caballeros ya tan entregados a sus planes de defensa del cristianismo, serían conocidos como los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, o Caballeros del Templo de Salomón, o caballeros del templo, templarios o Temple. El patriarca, para ayudar más, si cabe, a esta labor tan encomiable, les eximio del pago de los impuestos y de portar hábito, y así llevarían sus ropas mundanas. A partir de este momento, ya están los templarios prestos para enfrentarse a los posibles desafueros palestinenses, que se puedan cometer contra los cristianos, lo que les costará sangre, sudor y lágrimas; pero nunca desmayarán. El resto del análisis está en este libro muy importante, que tiene unas ilustraciones magistrales. ¡Magnífico! «Romani ueteres peregrinum regem aspernabantur». Puedes comprar el libro en:
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