La autora de este presente libro, es una mujer muy volcada, y de forma inteligente, al mundo de las féminas, mayoritariamente del Medioevo, pero que es lo que un servidor también defiende. Su elegante e inteligente manera de escribir, o relatar las vivencias de las mujeres, la coloca a la cabeza de la reivindicación del rol, más que merecido, de la mujer en la Historia de la Humanidad. «La Edad Media fue una época especialmente difícil para las mujeres; sin embargo, nos regalaron un legado de sabiduría, conocimiento y grandeza del que poco a poco vamos descubriendo su profundidad e importancia. Cristina de Pizán, Hildegarda de Bingen, Sabine von Steinbach, Jacoba Féliciè, Beatriz de Dia, María de Francia, Matilde de Magdeburgo, Catalina de Siena, Brígida de Suecia, Alice Kyteler o Gertrudis de Hefta son algunas de las protagonistas de este libro que nos acompañarán en un viaje al mundo de las catedrales, al nacimiento de las universidades y al crecimiento de las grandes ciudades europeas». La autora define como obscura a la Edad Media y, obviamente, como medievalista que soy, niego la mayor, ya que este es un calificativo peyorativo realizado por la prepotencia del Renacimiento. Estamos en la época del mozárabe, esencial en el Reino de León o Regnum Imperium Legionensis, y del Prerrománico del Asturorum Regnum, del grandioso Románico de la Corona de León y de todo el resto de los Reinos dependientes del Imperio de León (Pamplona-Navarra, Castilla, Aragón, Portugal, Galicia…), que decir del Gótico, abundante y preeminente asimismo en el Reino de León, y en el resto de Reinos ya citados. Además de todos los adelantos identitarios y legislativos, verbigracia: las Foralidades o Fueros, nacidos en la caput regni o León del Regnum Imperium Legionensis, en el año-1016 por mediación del Rey Alfonso V de León. Además, de todo el trabajo de códices y diplomaturas nacidos en dicha época. En el año 1188, nacen en la ciudad imperial legionense las CORTES del REINO DE LEÓN, en que por primera vez participan los civis singulis electis civitatibus, que en 2013 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad y Cuna del Parlamentarismo. En todo ello, ¡siempre! en el Reino de León sus féminas no están ocultas, ya que a esta entidad política magnífica se le llama ¡SEÑORÍO DE MUJERES!; un servidor, que ha estudiado concienzudamente esas Cortes, tiene la certidumbre que entre los representantes de las ciudades: Oviedo, Cangas de Onís, Llanes, Avilés, León, Astorga, Villafranca del Bierzo, Zamora, Benavente, Toro, Salamanca, Ledesma, Ciudad Rodrigo, Coria, y el Arzobispo de Compostela, bien ordenada o tumultuariamente, participaron mujeres en la representación. ¿Qué decir de la existencia visible de las mujeres en el Reino de León?, las Infantas Urraca y Elvira, o la Reina-Emperatriz Urraca I de León (“La Primera Reina y emperatriz titular de Europa”), o su abuela la Reina Sancha I de León, etc. “A lo largo de la Edad Media se forjó la raíz de la cultura cristiana que ha permanecido hasta nuestros días. Una sociedad basada en el cristianismo que bebió de las fuentes clásicas y las adaptó a sus propias necesidades e intereses y que marcó para siempre el devenir de la vieja Europa. Cuando Constantino hizo de la fe de Cristo el credo oficial, religión y poder fueron de la mano durante mucho tiempo”. Está claro que Aristóteles no tenía mucha simpatía a las mujeres; verbigracia realiza una crítica acre a la Constitución de Esparta y a la de Cartago, por la ‘excesiva’ libertad que, para el Estagirita, tenían las mujeres. Quizás una tórpida interpretación clerical del Génesis, con respecto a lo que Yahvéh-Dios dice sobre Eva, creó una concepción maliciosa de la compañera del Primer Hombre, cuando indica que iguales los creó: hombre y mujer o viceversa; pero, la concepción clerical masculina cargó sobre ella, que era la culpable de haber conducido a Adán a romper el pacto con Yahvéh-Dios, y comer de la fruta prohibida del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Reitero, que tergiversando las palabras de Dios y, sobre todo lo que Cristo realiza en el Nuevo Testamento, donde las mujeres aparecen con nombres y apellidos, y en igualdad de condiciones con los varones, siendo ellas las primeras que descubran la Resurrección del Dios hecho Hombre (María de Magdala, María Salomé, etc.). En el amanecer del Medioevo existe una querencia a concebir a todos los males, incluyendo las catástrofes tales como epidemias o malas cosechas o enfermedades, como el fruto de algún pecado cometido por los hombres y por las mujeres, lo que desataba la ira divina. Aunque esto no es general, ya que existen órdenes religiosas, por ejemplo, los franciscanos que no contemplan esa situación, e inclusive Santa Clara goza de todo el mismo predicamento que el del poverello de Asís. “Pero ¿por qué el hombre odiaba a la mujer? Quiero pensar que no todos los hombres odiaban a las mujeres y que posiblemente algunos -¿los maridos de Marie o de Jeanne?- no entendían tampoco cómo sus esposas o, mejor, sus dulces madres, eran poco menos que la encarnación de Satán en la Tierra. Pensemos que en la Edad Media el poder de la palabra (lo que en el siglo XXI llamaríamos estrategias comunicativas) lo tenía la Iglesia. Y, ¿quién era la Iglesia? Era un grupo de hombres que había decidido vivir alejado de las mujeres, ajeno a su naturaleza y huyendo de ellas, sin interesarse lo más mínimo por lo que les sucediera. Y cuando lo hicieron, no salimos muy bien paradas”. Extraordinario el juicio, que comparto total y absolutamente, sobre Jesucristo, y que he indicado con anterioridad. Está documentado que en los inicios del cristianismo las féminas ejercían de diaconisas y de sacerdotisas, llama del cristianismo que las mujeres mantenían encendida, en sus hogares, frente a las cruentas persecuciones de los emperadores del SPQR contra los seguidores del Cristo evangélico. Tampoco es general la misoginia entre los varones del Medioevo, ya que existen mujeres con poder y que reivindican el ser ‘mujeres’, verbigracia Leonor de Aquitania, o Adosinda de Asturias, la Reina Toda de Pamplona, y tantas otras; quizás la clerecía más recalcitrante, las contemplaba cómo poseedoras de una sensibilidad diferente y enriquecedora, que empequeñecía su manera de comprender la evolución vivencial de la sociedad medieval. El escritor romano del siglo-II d. C., Aulo Gelio, calificaba a las mujeres como ‘UN MAL NECESARIO’. Sea como sea, todo está en este estupendo libro, qué recomiendo sin reservas, sobre todo por los nombres propios de un buen número de féminas; entre otras tengo debilidad especial por la compositora eximia llamada Santa Hildegarda von Bingen, que puede estar a la altura de cualquier compositor medieval, sea Guillaume de Machaut, Josquin Desprez, Orlandus di Lassus, o Guillaume Dufay, entre otros de mayor o menor enjundia. ¡Sobresaliente volumen!, muy necesario y esclarecedor. «Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilia omnia». Puedes comprar el libro en:
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