Su libro Francisco de los Cobos y las Artes en la corte de Carlos V, pertenece a una escasísima biografía sobre este hombre tan peculiar. ¿Puede hacernos una semblanza rápida de quién fue y qué relevancia tiene en la actualidad? Francisco de los Cobos fue un ambicioso y astuto castellano nacido en Úbeda en el siglo XV, que se caracterizó por tener un gran olfato político. Cobos alcanzó altas cuotas de poder, que mantuvo hasta su muerte en 1547, a pesar de que no fue de origen noble y no cursó estudios universitarios. En gran medida, su principal virtud residió en su capacidad para intuir muy bien el modo de hacerse necesario para la Corona en un momento político convulso y emplear en su favor un bien muy preciado: el manejo de información privilegiada. Así, tras un comienzo en el servicio de los Reyes Católicos, su conocimiento de la administración y la corte se hizo casi imprescindible para la gestión de las finanzas y de las redes personales que mantuvieron el gobierno del emperador Carlos V. Al mismo tiempo, esto le permitió enriquecerse a manos llenas, bien por los cargos que ostentó, bien por los negocios a los que accedió por concesión imperial (entre los que se encontraban desde el tráfico de esclavos a las explotaciones de minería). También obtuvo regalos que recibió de personas que quisieron obtener la gracia de Carlos V. Además, generó una estela de expertos en la burocracia y las finanzas reales a su alrededor que supusieron un verdadero grupo de poder dentro del gobierno de la Monarquía Hispánica, incluso tras el ascenso al trono de Felipe II. En definitiva, Cobos fue un perfecto ejemplo de político que alcanzó el éxito por su asimilación de los modos y apariencias de la corte y por su habilidad para contentar a todo el mundo; pero no tanto por sus conocimientos científicos y humanísticos o por su brillante capacidad de gestión. Todas estas cuestiones creo que estarán siempre de actualidad, porque forman parte del funcionamiento de todas las formas de regímenes políticos y de la historia social del poder. ¿A qué se debe que Francisco de los Cobos, un hombre con tanto poder, nos sea casi desconocido? Probablemente porque nos son bastantes desconocidas todas las personas que orbitaron alrededor de reyes y monarcas en el Antiguo Régimen hispánico, especialmente, si no provenían de una nobleza titulada. Los estudios sobre personajes como Carlos V o Felipe II, con una historiografía basada en las fuentes documentales, pueden rastrearse hasta el siglo XIX. Sin embargo, en España tardamos mucho en prestar atención al resto de la corte más allá de la familia real o de nobles como los duques de Alba. Creo que es muy sintomático que la única biografía de Francisco de los Cobos se publicase en 1958 en Estados Unidos, pero que en España no la tuviéramos traducida hasta 1980. Si exceptuamos esa obra escrita por el investigador estadounidense Hayward Keniston, resulta paradójico que, a pesar de ser una persona que tuvo un alcance internacional, su figura ha sido más abordada desde la curiosidad local. Asimismo, creo que su familia no lograse mantener su prestigio a lo largo de los siglos, también ha provocado cierta falta de reivindicación por parte de sus descendientes, como sí ha sucedido con otras familias aristocráticas. Por último, pero no menos importante, en gran medida el siglo XVI español se ha estudiado desde una historiografía tendente al alimento del mito imperial y Cobos no ofrecía una historia suculenta de batallas o conquistas, a pesar de que de su favor dependiera también una parte sustancial de las relaciones internacionales de la Monarquía. La espectacular ciudad de Úbeda ¿Puede entenderse sin Francisco de los Cobos? Pues es una muy buena pregunta, porque en la historia de la ciudad siempre se reivindica a Francisco de los Cobos como su personaje más destacado. Cobos nació en Úbeda y vivió en ella aproximadamente hasta los quince años. Después, volvió en contadas ocasiones para controlar sus iniciativas arquitectónicas y visitar sus posesiones cercanas, o ya para morir. Sin embargo, tanto la ampliación de su palacio familiar como la Sacra Capilla de El Salvador, que convirtió en panteón junto a su esposa María de Mendoza, han dejado el recuerdo de una persona aparentemente desvelada por el patrimonio de su ciudad. En buena medida, podemos decir que tanto Cobos, como otros miembros de su familia, modificaron la ciudad de Úbeda y, como muestra nos ha quedado la fascinante arquitectura que encargaron. Sin embargo, creo que el uso que hicieron del arte ha contribuido a magnificar su presencia real en la ciudad, que se materializó fundamentalmente a través de intermediarios, ya que la "andanza en corte" no les permitió residir en ella. Que los hombres o mujeres que fueron relevantes en el pasado pasen a ser en la actualidad unos desconocidos plantea muchas dudas sobre la veracidad de la Historia. Ésta se sustenta en una base documental que puede perderse. Entonces ¿Qué sucede? ¿Podemos fiarnos de la Historia oficial? Sinceramente, aunque suene evidente, creo que la Historia no puede reflejarse en las ciencias exactas, por el carácter parcial de las evidencias que han sobrevivido. Sin embargo, siempre debemos realizar el relato de los hechos del pasado que acumule más pruebas en su favor. No podemos basarnos solo en los documentos, pues estos solo reflejan una parte y, a veces, también manipulan los hechos del pasado, pero en ocasiones también nos servimos de las fuentes escritas que tergiversan la memoria porque también nos dan pistas sobre una historia. Asimismo, tenemos muchas otras fuentes de las que poder extraer datos y conclusiones, como las obras de arte. Pero nunca debemos perder de vista que nuestro conocimiento histórico depende en gran medida de nuestros intereses y esto condiciona la forma de leer y escribir. Incluso, las fuentes escogidas y desechadas por cada uno/a de nosotros/as para conformar el relato histórico suponen una decisión ideológica. Por suerte, creo que en España se está realizando actualmente buena Historia e Historia del Arte, que tienen en cuenta actores y actrices menos tratados con anterioridad, y que responden a otras preguntas novedosas. De los Cobos fue un hombre singular, me imagino que con capacidad de resiliencia, teniendo en cuenta todas las dificultades que debió solventar. ¿Cómo le ayudó en este sentido su mecenazgo artístico? Francisco de los Cobos y otras figuras como él ejemplifican a la perfección la tradicional necesidad que el poder ha tenido de las manifestaciones artísticas para construir una imagen de dominio que sea creíble y que transforme la memoria colectiva. Para ello, a través de objetos de lujo y arquitecturas, se atribuyeron virtudes a una persona, al tiempo que se ocultaron sus imperfecciones como ser humano. Sin duda, impresiona ver cómo, ante la complejidad de una vida de estas características (con numerosas preocupaciones y en continuo movimiento con grandes dificultades logísticas) esos personajes encontraron tanto tiempo para interesarse por la cultura. En gran medida, la relación de Cobos con las artes sirvió para emparentarse visualmente con las personas más poderosas de su tiempo y también para crear un relato sobre su propia virtud y la de su familia. Así mantuvo un comportamiento aristocrático a ojos de sus coetáneos. Al mismo tiempo, el arte servía también para representar ideas religiosas que le sirvieron en sus prácticas devocionales o, incluso, para su autoestima. Hemos de pensar que los retratos de personas pudientes, las narraciones mitológicas de héroes y dioses visibles en pinturas y las referencias a la familia real en sus fundaciones religiosas también funcionaron como una forma de reivindicación personal ante el continuo síndrome del impostor que seguramente le acechaba. "Cobos fue muy criticado tras su muerte por haber construido una iglesia para su propio entierro"¿Una capilla o un palacio podían ser en el s. XVI más que un monumento? En realidad, creo que, en casos como este, funcionaban exactamente como un monumento que incluso podían disfrutar en vida. El palacio demostraba riqueza y poder, pero al mismo tiempo era un lugar que pretendía cumplir el mayor número de requisitos de salubridad, comodidad e higiene posibles para intentar alargar al máximo la vida de sus habitantes, siempre amenazados por la muerte. Un edificio cercano a la idea de monumento que manejamos desde la Antigüedad podría ser la capilla funeraria. Y, en mi opinión, estas obras son fascinantes desde el punto de vista personal. Pienso que con el tiempo hemos perdido la dimensión del conflicto interno que debió suponer para estas personas tan conocidas el delicado equilibrio entre la promoción personal y el ser considerado como personajes excesivamente ostentosos o vanos. Por ejemplo, Cobos fue muy criticado tras su muerte por haber construido una iglesia para su propio entierro, utilizando para ello rentas eclesiásticas. Por tanto, fue acusado de un pecado muy grave: esconder bajo una supuesta acción pía una iniciativa de vanagloria personal. ¡Todo esto cuando la mayoría de las personas de su estatus lo hacían! También me ha intrigado siempre que las personas como Cobos preparasen, aún en vida y en un modo tan monumental, la morada para la muerte. Más allá de la arquitectura, estos patronatos religiosos y funerarios suponían todo un complejo proyecto conformado por música, objetos ricos, ceremonias, reliquias, etc. Es como si quisieran contemplar cómo sería su lugar de memoria y asegurarse de que su recuerdo no fuese modificado. Sin duda, esto es más que un monumento, pues en ocasiones como esta, se activaba antes de que la persona a recordar desapareciera de este mundo. El trabajo que ha realizado en Francisco de los Cobos y las Artes en la corte de Carlos V, es sorprendente. ¿Cuánto tiempo le llevó caminar sobre los pasos del secretario del Emperador? La figura de Cobos me lleva acompañando muchos años, tanto que yo creo que será difícil que aborde un trabajo de una envergadura similar dedicado a otra persona. Tanto tiempo intentando comprender una personalidad me ha hecho interesarme ahora por los estudios sobre grupos sociales y su promoción de las artes. Este trabajo empezó durante mi Máster en la Universidad Complutense de Madrid en el curso 2011/2012. Ahí comencé a interesarme por la relación entre comitentes castellanos y artistas italianos y después comencé mi tesis doctoral que se encaramó sobre mí hasta el año 2018, cuando la defendí. De todos modos, aunque ahora trabajo sobre otros personajes, siempre echo alguna mirada en los archivos que visito para comprobar si es posible sacar a la luz algo nuevo. También espero que alguien más se anime a abordar el tema, pues si se hace desde el diálogo, este asunto siempre es más divertido. Las obras de arte «hazen linaje», comenta usted en su libro. ¿Qué legado familiar dejó de los Cobos y hasta qué punto ese linaje artístico ha trascendido de lo familiar a lo universal? Fundamentalmente, creo que dejó una memoria disputada y un caso muy interesante de estudio aún no terminado. Asimismo, creo que supone un ejemplo perfecto para abordar la prosopografía de una persona desde las contradicciones. A Cobos se le ha considerado con etiquetas antagónicas, erasmista y contrarreformista, mecenas o simple atesorador de objetos. ¿Hay algo más universal y humano que la contradicción permanente?
María de Mendoza (la esposa de Francisco de los Cobos) y María Sarmiento (su hija) fueron mujeres que se acercaron con determinación al patrocinio artístico. Si, como antes decíamos, la base documental de la Historia no siempre se ha podido preservar ¿podemos suponer que la presencia femenina en la política y en las artes fue mucho mayor de lo que hoy suponemos? Sin duda, este es un ejemplo perfecto de cómo no podemos fiar todo a lo que está escrito, sino que los silencios documentales son muy elocuentes. La presencia de las mujeres en las artes del pasado fue mucho mayor de la que aún se considera. Aquí también se está trabajando mucho, en el ámbito de la Historia de las Mujeres y de la Historia del Arte con perspectiva de género. Por suerte, ahora se leen esos otros fondos de los archivos no catalogados donde se conservaban la documentación de las mujeres, pero también nos preguntamos por las personas que tomaban las decisiones durante las ausencias de los hombres, por ejemplo. Por evidente que pareciera, hasta la llegada de la perspectiva de género a nuestros estudios, estas preguntas no se realizaban. La participación en la cultura y el consumo de arte por parte de las mujeres siempre estuvo ahí, pero tampoco lo mirábamos. Ahora nos interesamos también por encontrar los modos de sortear la imposibilidad de encontrar tantos testimonios escritos de su actividad como promotoras de las artes, ya que fuera de las mujeres aristócratas, el resto no solía contar con autonomía jurídica. Pero eso no quiere decir que no tuvieran una intensa actividad en el campo artístico. Algo totalmente relacionado con su actividad política, que no detentasen el poder en propiedad en la inmensa mayoría de los casos, no quiere decir que no ejercieran un papel determinante en la política de su tiempo. Pero en este ámbito aún queda mucho por hacer y, lo que es preocupante, estas propuestas nunca han dejado de estar amenazadas por teorías que las siguen negando. Hoy, parece que vivimos en una sociedad que desprecia a la Historia, se cuestiona hasta en las leyes educativas. ¿Qué puede hacer un investigador, como usted, para recuperar la confianza en nuestro pasado? ¿Qué se puede hacer hoy para mantener vivo todo lo que sucedió ayer? Recuerdo como hace unos pocos años, el historiador Sir John Elliott finalizó una conferencia sobre el nacionalismo escocés y el catalán, a propósito de uno de sus libros, diciendo que los historiadores éramos más necesarios que nunca. Yo creo que siempre hemos sido igual de necesarios, aunque nuestra consideración nunca ha gozado de fortuna en un espectro amplio de la sociedad. En gran medida, lo que está sucediendo ahora es un ataque sin tapujos contra todo lo considerado como intelectual y eso es lo verdaderamente preocupante. Rechazar una historia con pretensión científica nos lleva a sustentar ciertas prácticas y creencias en una tradición que, en muchos casos, es ficticia o ni siquiera antigua. También la historia parcial o adulterada es muy peligrosa para nuestro funcionamiento como sociedad. Paradójicamente, las mismas tendencias políticas que vuelven a clamar contra la historia supuestamente predominante en los últimos tiempos, suelen basar sus argumentarios con frases del tipo "Eso está escrito en los libros". Afirmaciones que bastan para rechazar centenares de publicaciones escritas tras un trabajo muy serio. Pero, me pregunto yo, ¿en qué libros está escrito ese revisionismo? ¿En qué evidencias se basan algunos ejercicios de rechazo de la historia académica? Hacer una historia honesta y sin complejos es muy necesario. En el momento en el que los historiadores reconozcamos con orgullo que no producimos dinero y que preferimos no hacerlo para mantener nuestra independencia, al tiempo que nos demos cuenta de que realizamos un servicio a una sociedad más consciente de dónde viene y hacia dónde puede dirigirse, estaremos haciendo el mejor de los ejercicios. Quizá contarle esto a los más jóvenes pueda hacer más atractiva la profesión. Puedes comprar el libro en:
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