Podemos celebrarlo a golpe de tambores, de noche a noche como sucederá este 20 de enero en la ciudad que lleva su nombre y es la mía. No fue menos estruendoso el estreno de la ópera ‘San Sebastián Mártir’ -música de Debussy, letra de D’Annunzio- donde la figura del centurión fue interpretada por una mujer, Ida Rubinstein.
Todo comenzó con las flechas. Desde el tiempo de Homero se asociaban con la peste. Así castiga Zeus a los troyanos, expandiendo la epidemia murallas adentro. Por eso, ya en la Edad Media, el santo asaeteado se convierte en protector contra todas las epidemias. Así lo pinta Giovanni del Biondo, cubierto de flechas de la cabeza a los pies. Apenas un siglo adelante Benozzo Gozzoli lo plasma como una suerte de Apolo en majestad. El Humanismo lo aleja de la imitación de Cristo para acercarlo a las divinidades paganas, y san Sebastián rejuvenece.
Nada menos que un dominico, acólito radical de Savonarola, Fra Bartolomeo, provoca el primer gran escándalo. Su mórbido desnudo del santo asedia las ensoñaciones de las devotas, más que a la devoción induce al pecado. El lienzo desaparece, pero el icono se consolida acentuando su inquietante androginia.
De nada sirve que los censores de la Contrarreforma dicten representarlo cubierto de flechas. Ni El Greco acata su dictado. La imagen del éxtasis prevalecerá sobre la del martirio, las flechas devienen una metáfora fálica, el rostro del santo no parece sufrirlas, sino complacerse en su tormento. El amor que no dice su nombre está detrás. Del XIX en adelante, primero una ascensión al orden de lo incorpóreo y enseguida su canonización como Santo Patrón de la sensualidad homosexual.
En 2011, el Open Space de Milán programa su exposición ‘San Sebastiano icono gay’. ‘La provocazione va in mostra’, editorializa La Reppublica. ¿Una provocación o un coming out? El santo sale del armario de su martirio. Protegía de la peste, ahora es el escudo contra el sida. Nada ha cambiado, sólo nuestra mirada. Ahora bien, ¿quién nos protegerá de nosotros mismos?
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