«El 8 de septiembre de 1941, once semanas después de que Hitler lanzara el brutal ataque sorpresa contra la Unión Soviética, la denominada Operación Barbarroja, la ciudad de Leningrado fue sitiada. El asedio duró casi tres años y más de setecientos cincuenta mil civiles murieron de inanición. De haber caído la ciudad, la Historia de la Segunda Guerra Mundial, y del siglo XX, habría sido muy distinta. ‘Leningrado’ es un relato entreverado de historias personales que, a partir de crónicas y testimonios reales de diarios de ambos bandos, refleja la vida cotidiana de quienes vivieron el asedio, civiles europeos del siglo XX que soportaron terribles penurias: la búsqueda incesante de comida y agua; el desánimo progresivo y la pérdida de lazos familiares; saqueos, asesinatos y canibalismo; pero, al mismo tiempo, extraordinarias historias de valentía y entrega. Anna Reid revela también la decisión deliberada de los nazis de matar de hambre a los habitantes de Leningrado para llevarlos a la rendición, las consecuencias del error de cálculo de Hitler y la incompetencia y la crueldad de los altos mandos soviéticos. Asimismo, aborda una serie de preguntas que aún hoy piden respuesta: ¿El abrumador número de muertos fue tanto culpa de Stalin como de Hitler? ¿Cómo contribuyó al desastre la desconfianza de Stalin y Moscú hacia la antigua San Petersburgo, de tendencia occidental? ¿Por qué los alemanes no tomaron la ciudad? ¿Qué impidió que cayera en la anarquía? ¿Cómo se las arreglaron los supervivientes para subsistir? Un clásico indispensable, libro de referencia sobre el tema, hasta ahora inédito en castellano».
Leningrado se encontraba situada en el noroeste del mar Báltico. Antes de la malhadada Revolución de Octubre de 1917, que daría origen a la URSS, y al comunismo devorador de incontables vidas humanas, era la capital de la Rusia zarista, llamada San Petersburgo, por haber sido fundada por el Zar Pedro I “El Grande”, quien deseaba abandonar el opresor clima de Moscú. Durante el régimen de Alexander Kerenski pasaría a ser nominada como Petrogrado y, por fin, tras la providencial caída del comunismo recuperaría su ancestral nómina de San Petersburgo; aunque, y no es justificable desde ningún punto de vista, los más ancianos del lugar la siguen denominando como la ciudad de Lenin, no tanto subrayando la memoria del sanguinario dictador soviético, sino tratando de honrar, sine die, la memoria de los aproximadamente 750.000 civiles soviéticos o rusos que murieron, literalmente de hambre, durante los días terroríficos que duró el asedio de los soldados de la Wehrmacht, desde septiembre de 1941 hasta enero de 1944, sin que la envidiosa Nomenklatura moscovita hiciese nada para intentar evitarlo; ya que entre Moscú y San Petersburgo siempre ha existido un encono histórico, sin ambages. Pero, en este momento histórico, la bellísima ciudad del Museo L’Hermitage o de la Fortaleza de Pedro y Pablo o del grandioso Palacio de Invierno, ya había contemplado varias guerras y masacres; por lo tanto, casi ya estaban curados de espanto, aunque nada sería comparable a lo pavoroso que les aguardaba. Se pueden citar: la Primera Guerra Mundial (1914-1918); la guerra civil entre rusos bolcheviques comunistas y los rusos blancos, estos que apoyaban al zarismo; la guerra de Invierno contra Finlandia (1939-1940).
Asimismo, dos terribles hambrunas, la peor creada por el psicópata criminal Josef Stalin, en este caso causada por la colectivización, entre los años 1932 y 1933, cuando, manu militari, se expropiaron las granjas de los campesinos. En este momento histórico, que se narra en este extraordinario volumen, los soviéticos se enfrentaban a otro psicópata criminal de pedigrí, como era el Führer Adolf Hitler, dueño absoluto del Tercer Reich de los Mil Años, quien dejaría Europa convertida en un solar creado sobre 70 millones de cadáveres. No existía ninguna familia, en San Petersburgo-Leningrado, que, sobre todo dentro de la sufrida clase media, no hubiese padecido muertes inexplicables o asesinatos de Estado, o deportaciones sin causa a Siberia, aparte de entrar en la pobreza misérrima por antonomasia.
“Medíamos el tiempo según los intervalos entre un suicidio y otro”. La fatalidad, para los habitantes de esa magnífica y orgullosa urbe rusa, se produjo por la concomitancia existente entre la soberbia de Stalin y la de Hitler, quienes habían, de forma totalmente sorprendente, firmado un pacto de no agresión, en agosto de 1939, cuya cláusula más importante consistía en hacer efectivo el reparto de Polonia. Cuando se produce el cerco de Leningrado, quedan en su interior atrapados dos millones y medio de civiles, con cuatrocientos mil niños, que llevarán la peor parte en el sitio o asedio del ejército alemán. Ese invierno fue terrible, ya que se llegó a temperaturas de -30ºC. Este es el preámbulo preparatorio de esta obra, ¡fuera de serie!, que merece, y obtendrá, sin la más mínima duda, los máximos plácemes de los lectores, a los qué recomiendo, sin ambages, su acercamiento. Libro muy importante, de más de 500 páginas, acompañadas de ilustraciones importantes y esclarecedoras. «Nulla crimen, nulla poena sine lege».
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