Rávena, por sí, constituye una amalgama de culturas que definen la equívoca historia del hombre acerca de los contenidos culturales de la aproximación y de la diferencia: “una ciudad donde la Roma oriental y la Europa latina se unieron durante muchos siglos de manera que desafían nuestras ideas”, a decir del profesor Peter Brown. Allí unos y otros expusieron sus diferencias a través de su ideología, de sus convicciones (o intereses) pero a la vez dando lugar a una unidad dialéctica que, hoy, como herencia histórica, constituye un ejemplo de belleza estética y de vínculo cultural necesario para justificar la diferencia. Dos Imperios, Occidental y Oriental, pero una misma raíz que ha explicado por sí el poder omnímodo de un imperio, el Romano, que ha servido para explicar la historia de la Europa actual y sus distintivas vicisitudes. En la presentación del libro se nos hace saber el germen de la importancia de Rávena como diferencia, basando tal asentamiento en una razón que ha venido delimitando a lo largo de los siglos la geografía de Europa: la posición defensiva. Solo hay que dejarse ir, todavía hoy, por los paisajes de la vieja Europa para reconocer el sentido estratégico de las ciudades: cruce de caminos como control comercial y económico. Ubicación de los castillos como punto defensivo necesario. O, en fin, las difíciles e insalubres marismas de la desembocadura del Po como terreno y lugar más propicio a ser defendido: Rávena, Venecia Leemos, certeramente expreso: “En el año 402 d.C., ante la amenaza de las tribus invasoras al Imperio romano de Occidente, el joven emperador Honorio trasladó la capital, hasta entonces en Milán, a una ciudad pequeña pero de fácil defensa en el estuario del Po. Desde entonces, y hasta el año 751 d.C., Rávena fue el centro cultural y político del norte italiano y la región adriática. Entre sus muros se instalaron eruditos, abogados, doctores, artesanos, cosmólogos y religiosos que hicieron del lugar el eje principal entre Oriente y Occidente” Luego vendría la extraordinaria significación y relevancia de Constantinopla como eje cultural y político del Imperio Oriental. Lo cierto es que, a día de hoy también, el patrimonio cultural que encierra Rávena es tan brillante como representativo: sus hermosísimos mosaicos, la belleza única del mausoleo de Gala Placidia, sus elegantes templos y, por resaltar algo revelador de carácter cultural, allí moriría, de unas fiebres malignas, el gran poeta Dante –conocedor de tanos litigios por causa de una pretendida dominación entre facciones- y faro cultural en esa ciudad tan distinguida por sus atributos culturales como alma de Italia. El núcleo del libro, dividido en nueve partes principales, constituye un compendio inexcusable de conocimiento (exposición y explicación) que comprende, en extenso, desde el año 390 hasta el año 813 abarcando en medio el período de Carlomagno. El texto es de una riqueza expresiva digna de mención, y en él encontrará el lector no solo una fuente de conocimiento sino el decurso de un discurso histórico y cultural que da fe de un período brillante de nuestra vieja y atareada historia. Un largo periodo que había de concluir, de algún modo, cuando “en 751 los longobardos se apoderaron de Rávena y reforzaron así su capacidad de amenazar a Roma; el hombre fuerte del reino de los francos, Pipino, se ciñó la corona con el beneplácito del papa; los abasíes fundaron un nuevo régimen en Bagdad (…) Con independencia de que este cúmulo de acontecimientos constituya o no un punto de inflexión crítico en la historia, lo cierto es que se produjo un cambio fundamental en Europa (…) El papa Esteban II propició una alianza militar con los francos. Y esto liberó a Roma de su tradicional relación con Constantinopla (la ‘heredera’ de Rávena) y situó al papado en una nueva órbita, reforzada de inmediato por la falsa Donación de Constantino”. Rávena ya había desempeñado una papel protagonista esta historia; nuestra historia.
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