«Mar Nuestro para los romanos, Mar Blanco para los turcos, Gran Mar para los judíos, Mar Medio para los germanos, el Mediterráneo ha recibido tantos nombres como pueblos se acercaron a sus orillas desde la Antigüedad. Canal esencial para la comunicación de ideas, modelos y valores, así como para el intercambio de mercancías y el comercio, fue escenario de guerras y luchas por la hegemonía del mundo hasta entonces conocido. Su Historia es la del origen de Europa y la civilización occidental. En este segundo tomo de 'El Mundo Mediterráneo en la Edad Antigua’, Pierre Grimal narra la Historia de dicho ámbito desde los últimos años del siglo IV a. C. y todo el siglo siguiente. ‘El Helenismo y el auge de Roma’ nos muestra el orden político, económico y cultural en Oriente tras la disolución del Imperio de Alejandro y el rápido ascenso y consolidación en Occidente de una nueva potencia, Roma. De este modo el Mediterráneo será el límite y punto de disputa entre el Oriente Helenístico, el Occidente Romano y el Norte Africano con el Imperio Cartaginés».
El joven monarca macedónico, con sus grandes virtudes, y sus no menores excesos no conseguiría, a pesar de la gran magnitud de sus conquistas territoriales, fundir a todos los seres humanos en una globalidad única; quizás por su juventud y, probablemente, por su prepotencia nacida de sentirse superior a todos los demás, incluyendo los Diádocos, todo su imperio lo dejaría sumamente frágil. No obstante, paradojas de la Historia, su Imperio no caería, como sería de esperar, con estrépito, ya que los territorios conquistados no poseían, ya, la fuerza suficiente como para renacer. Por lo tanto, era más que necesario que se produjesen las nuevas condiciones para el nacimiento de un nuevo equilibrio político; los griegos habían perdido su independencia y la estructuración de sus poleis, quedándoles para escoger dos posibilidades y antagónicas; en primer lugar, la anarquía más absoluta, y totalmente incontrolada, o buscar una forma de imperio protector que les controlara, dominase y protegiese, y todos los parámetros a la par. No era posible buscar este padrinazgo entre sus enemigos irredentos, que eran los fenicios y su extensión imperial plasmada en Cartago; por consiguiente, quizás el hecho pudiese llegar del occidente encarnado en una ciudad, que los griegos habían considerada bárbara, y que no era otra que la urbe de Roma, regida en apariencia por el SPQR o SENATUS POPULUSQUE ROMANUS.
“Desde la muerte de Alejandro hasta la muerte de César, hay un lento avance hacia la unidad humana, un proyecto continuo”. Cuando el joven monarca de Macedonia decide ir contra el Gran Rey de Persia, tiene la convicción y el conocimiento sobre la gran diversidad existente en ese conglomerado de pueblos, que estaban sometidos, casi como esclavos, según esa concepción de los helenos, al poder omnímodo y arbitrario de dicho soberano. El poder regio en las provincias de Persia estaba representado por los gobernadores o sátrapas; todo ello comunicado por unas vías que admiraban a los viajeros griegos. Asimismo, el monarca enviaba, con relativa frecuencia, a un grupo de funcionarios o inspectores, calificados por el propio soberano como ‘mis ojos y mis oídos’, además de que un buen número de funcionarios eran permanentes encargados de informar a Persépolis de cuál era el comportamiento de los sátrapas, quienes en ocasiones eran auténticos soberanos y dóciles gobernador o, siguiendo el calificativo de Roma, prefectos del pretorio, estando, en ocasiones, en abierta rebelión contra el monarca. Pero, aquella apariencia de unidad socio-política y territorial, era falsa, no existiendo, en ningún momento, una verdadera unidad nacional o cultural. “El Imperio de Darío estaba formada por muchas razas, aglomeraba regiones demasiado diferentes, cada una de las cuales tenía su propia economía, sus problemas sociales, conservaba sus tradiciones nacionales, su religión, su característica estructura, que la conquista de Alejandro no modificó”.
Dentro de ese gigante global con pies de barro, existen algunas diferencias celulares diversas, en su derredor se irán creando, a posteriori, los nuevos reinos surgidos del desgarro del Imperio de Persia; uno de ellos será Egipto, con una conformación tradicionalmente muy particular, por lo que sería muy sencillo el inicio y la perpetuación de la dinastía ptolemaica, nacida de uno de los conspicuos generales de Alejandro III “Magno” de Macedonia, y que sería Ptolomeo I “Sóter”. No obstante, existía el centro del Imperio de Persia, que conservaba una estructura social feudal y tribal, con su enorme campesinado dominado por los grandes oligarcas latifundistas y su consiguiente aristocracia militar. Los iraníes de las altas mesetas por encima de los ríos Tigris y Éufrates tienen un comportamiento social antagónico, más vinculado al ser de los asirios que a la rica y cosmopolita Babilonia, cuyos habitantes tenían una larga historia de cosmopolitismo, de civilización y de cultura. En las costas de Caria, Lidia, Frigia y Bitinia, con sus poleis jonias, está el caldo de cultivo de la disidencia, ya que sus ciudadanos miran hacia su Grecia natal y occidental, y apoyarán a los macedonios a la menor ocasión. Este preámbulo pretende retratar lo magnificente de esta obra, de recomendación sin circunloquios. «Vanitas vanitatum et omnia vanitas».
Puedes comprar el libro en: