«En noviembre de 1918, al terminar la Primera Guerra Mundial, Estonia declaró su independencia. No habían transcurrido siquiera dos semanas de este suceso cuando los bolcheviques rusos invadieron el país. El Gobierno Provisional solicitó ayuda a las potencias aliadas vencedoras de la guerra -Reino Unido y Francia- y el incipiente ejército estonio se aprestó a combatir. Los comunistas rusos ocuparon casi la mitad de Estonia en menos de un mes, dando alas a un gobierno títere. Pero la decisión inquebrantable de los estonios de oponerse a los bolcheviques -con el ejemplo reciente de Finlandia- y la ayuda material y personal de voluntarios suecos, daneses y fineses, logró revertir la situación en enero de 1919. La lucha finalizaría en 1920 con la firma del Tratado de Tartu, por el que los soviets reconocían la independencia del País Báltico. Tras veinte años de azarosa vida -con un golpe de estado comunista en 1924, incluido-, en junio de 1940 los ejércitos de la URSS ocupaban el país y destruían la tan ansiada independencia estonia, al igual que la letona y la lituana-. Las circunstancias ya no eran las mismas que en 1918 y el pequeño ejército estonio nada pudo hacer para oponerse al gigante comunista y a los deseos de Stalin de integrar a los antiguos territorios de la Rusia zarista anterior a 1917».
La Estonia actual es el sumatorio de las antiguas regiones de Estonia y del septentrión de Livonia. Ya durante el siglo XIII, los caballeros teutónicos y la milicia de Dinamarca atacaron a los paganos estonios, que estaban conformados por sus tribus de origen finougrio, los vencedores habrían introducido el cristianismo, tras la derrota y la toma del último castillo estonio, en el año de 1227. Desde este año y a través de los deseos, siempre reprimidos, de los estonios por obtener su libertad, va avanzando su Historia; hasta el año de 1894 en el que sería coronado como Zar de todas las Rusias, Nicolás II Románov, quien seguiría eliminando el influjo de los alemanes, para conseguir reemplazar esta cultura global por la rusa, sensu stricto, incluyendo el poderoso influjo de la religión ortodoxa rusa; pero, todo resultaría vano, ya que los estonios se dirigieron, entonces, hacia un ideario político de corte socialista y antizarista. No obstante, cuando entramos en el siglo XX, en la Estonia del momento surgen dos movimientos, que se pueden considerar antagónicos, y ambos dentro del mismo autogobierno: el primero es más moderado y acepta la existencia de una monarquía parlamentaria, mientras que el otro preconizaba una república de corte democrático, la cual debería ser impuesta al resto de la población de Estonia, aunque ya por la vía más revolucionaria posible; esta segunda opción política y social estaba dirigida por el editor literario Konstantin Päts. Tras la primera revolución rusa, del año 1905, y en la que moriría el hermano mayor de Lenin, se crearon los primeros partidos políticos en Estonia, y los subsiguientes sindicatos de clase.
“Entre noviembre y diciembre de ese año, debido a las gravísimas alteraciones de orden público, se declaró el estado de guerra en las provincias bálticas. El rencor de la población fue dirigido hacia los terratenientes alemanes, a los que se consideraba opresores históricos del pueblo estonio, perpetrando incendios y saqueos de sus propiedades”. Por consiguiente, el opresor gobierno del Zar Nicolas II enviaría una fuerza militar de 19.000 soldados, que se debería encargar de la más violenta represión posible, para conseguir abortar a la naciente revolución estonia. El resultado fue pavoroso: hubo más de 300 muertos, 200 condenados a muerte, y victimados a continuación, miles de encarcelados y, a continuación, enviados a Siberia. Los sindicatos y los periódicos libres fueron clausurados, el fin de todo ello fue el exilio voluntario de muchos de los líderes políticos de Estonia, de ese momento histórico. Los germanos, que habitaban en las tres Repúblicas del Báltico, a saber: Estonia, Lituania y Letonia, comenzaron a pensar, muy seriamente, en pedir apoyo político al gobierno de Berlín, deseando como fin de todo ello una unión entre los pueblos bálticos y la Gran Alemania, al fin y al cabo, les unía la religión y la cultura. El estado de guerra se prolongó hasta 1911, y, demostrando una cerrazón intelectual inexplicable, los rusos con su autoritario primer ministro a la cabeza, llamado Piotr Stolypin, siguieron presionando, con la mayor violencia posible, a los estonios hacia una obligada rusificación. Ya, en este momento histórico, los Junkermans alemanes, unos 800 caballeros de la nobleza, poseían el 58% de las tierras de Estonia.
No obstante, tras 1917, y el triunfo de la criminal y genocida revolución bolchevique soviética, de infausto recuerdo, la posibilidad para Estonia de poder obtener su libertad fue, ya, imposible; aunque, también, existían bolcheviques estonios que se oponían a los nacionalistas. Todo se iría precipitando, con este pueblo luchando por el respeto soviético a su identidad, hasta el año 1940, el 14 de junio, en el que la URSS del mayor genocida de la Historia del siglo XX, el dictador visionario de hierro Josef Stalin iniciaba un bloqueo naval y aéreo sobre las tres repúblicas bálticas, que siempre han estado unidas, en su autodefensa, frente al voraz e imperialista gran Oso de Rusia; hasta el presente, en que son independientes y democráticas. Estamos, por lo tanto, ante un magnífico libro-monográfico sobre este país, Estonia, que tantas simpatías suele generar en el resto de los europeos; una gran cantidad de fotos ilustran la obra, y nos acercan, magníficamente, a los estonios de carne y hueso, que lucharon por su patria, y contra sus enemigos, siempre sin desmayo. ¡Magnífica y esclarecedora monografía! «Ceterum censeo Carthaginem ese delendam».
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