Estaba ese poso de melancolía palpitando, pero pudo más la conciencia social del deber. Hay que tener en cuenta que era en 1932, y ahora, veinte años después algo hay aún en los ojos del protagonista, Dionisio, para recuperar lo que nunca se tuvo.
Fernando de las Heras, continúa con un texto que fue pionero en la época. Que no se entendió, en principio, aunque realmente se estrenó justamente 20 años después de ser escrita. Pero, decíamos en otra crónica que los personajes nunca mueren, siempre están vivos, esperando a ser rescatados. Y eso hace Fernando de las Heras, y aunque nos trae nada más que a dos de ellos, Dionisio y don Rosario, ensancha las posibilidades de un Miguel Mihura siempre recordado.
No resulta excesivo, al contrario. Embebido e imbuido por el estilo del dramaturgo primigenio, De Las Heras, con instinto prodigioso y mágica evidencia, nos los trae casi idénticos a sí mismos.
A ello contribuyen, naturalmente, Javier Arriero y Roger Álvarez, necesarios, con el mismo aire, con los mismos golpes de efecto, sin pecados concebidos. Tiernos, solitarios, desolados, divertidos, bendecidos por su inocencia.
Los sombreros olvidados quieren darles vida de nuevo, provocar nuevas emociones, aunque todos estemos pensando que el protagonista debería recuperar a esa Paula de sus sueños.
Hay un teatro de nuestra cultura impregnado en la piel que nunca debemos perder. De alguna manera, esta secuela o continuación, este imposible, este futuro que apunta al corazón es producto de nuestro sentimiento. Así lo entiende Luis Flor, el director, que maneja cada acción y cada detalle como un producto delicado, con un cariño extremo.
El personaje no volverá a fracasar en el objetivo, porque, eso sí, al menos lo habrá intentado y quedará la amistad, la complicidad y seguir mirando por la ventana para ver qué encontramos y luchar por ello.
FICHA TÉCNICA
Texto original: Fernando de las Heras
DIRECCIÓN: Luis Flor
Reparto: Javier Arriero, Roger Álvarez
Espacio: Teatro Lara, Sala Lola Membrives