Fundamentándose en la Helena de la mitología, de la Ilíada y de la Odisea del genial Homero, la autora nos acerca a este personaje que tantos ríos de tinta ha ocupado. Se plantea como una novela-histórica fundamentada en un monólogo, en el que ella expresa sus pensamientos de todo aquello que vivió. En la ODISEA, Canto XXIII se cita lo que Helena sufrió mientras esperaba encontrar esposo. Ulises-Odiseo, ‘fecundo en ardides’, refiere sus peripecias. «Los dos, una vez que hubieron gozado del placentero amor, se entregaron al deleite de los relatos. Mutuamente se lo contaron todo: ella, la divina entre las mujeres, cuánto había sufrido en el palacio, viendo el odioso tropel de los pretendientes, que, por su causa, degollaban sin cesar vacas y gordas ovejas, mientras el vino se vertía en abundancia desde las tinajas. Por su parte Odiseo refería todos sus lances: cuántas penas causó a otros hombres y cuántas soportó él con esfuerzos. Y ella se deleitaba al escucharlo, y el sueño no llegó a caer sobre sus párpados hasta que él hubo acabado su relato». Desde el comienzo, Helena ya está convencida de que el conflicto se produce desde el momento de su concepción. Recuerda que en su infancia unos dedos largos y blancos acariciaban su barbilla, y unas voces melifluas le preguntaban sobre si era más diosa que niña o viceversa. Es muy interesante lo que ha representado esta fémina y, sobre todo, su nombre, el cual ha dado nómina genérica a los griegos o helenos. Su madre concibió cuatro fetos, simiente de dios y de hombre; aunque Helena recuerda a su madre feliz y contenta con sus cuatro hijos, dos humanos y dos divinos. Todo comenzó cuando Zeus, el dios supremo de los griegos, bajó de su morada en el monte Olimpo, se transformó en un cisne, sedujo a Leda la reina de Esparta, y yació con ella la misma noche en que lo hacía su esposo humano, el rey Tindáreo/Tíndaro de Esparta. Como consecuencia de ello, la reina Leda puso dos huevos fecundados, de uno de ellos nacieron Helena y Pólux, ambos inmortales, y del otro huevo nacieron Cástor y Clitemnestra, seres mortales. Cástor y Pólux eran gemelos y se les conoció como los Dioscuros. Helena tuvo otras dos hermanas llamadas Timandra y Filónoe. Otra tradición mitológica, indica que Helena habría nacido de la unión de Zeus con Némesis, transformados en cisne y oca. El huevo que puso Némesis fue encontrado por un pastor, quien se lo entregó a Leda. De dicho huevo fecundado nacería Helena, y Leda siempre la cuidaría como si fuese su hija auténtica. El historiador Hesíodo escribiría que Helena era hija de Zeus y de una Oceánide innominada. Con ese pasado mitológico tan rico y complejo, es lógico pensar que siempre estuviese en la conciencia colectiva historiográfica y socio-política de los griegos. En el futuro las dos hermanas se casarían con los dos hijos de Atreo; Menelao de Esparta para Helena, y Agamenón de Micenas para Clitemnestra. El futuro de ambas parejas ya es conocido. “Recuerdo los ungüentos salpicados en mi radiante cabello dorado, las cremas para suavizar mi piel, los halagos de las sirvientes extasiadas y, por supuesto, el placer de ver a Clitemnestra crecer a mi costado, desdibujada e insípida, con su vulgar cara redonda y la nariz demasiado grande de nuestro padre. Mientras mi hermana jugaba con sus muñecas, mientras aprendía a hilar e intentaba sin éxito incursionar fuera del gineceo, para participar en los juegos de Cástor y Pólux, tan masculinos ellos, tan inconscientes de su insondable discrepancia, yo vivía concentrada en el descubrimiento de mi cuerpo. Nadie consideró necesario que hiciese otra cosa”. Luego describe su crecimiento desde ser niña hasta ser mujer, hermosa e inteligente, pero en ello siempre está su deseo de ser bella hasta la infinita perfección. También manifiesta el desprecio celoso que inspiraba en su hermana mortal, ya citada, Clitemnestra. Luego, recuerda como fue raptada por Teseo de Atenas, quien iba acompañado por su amigo Piritoo, y que la consiguió en un juego de azar. Los atenienses no le permitieron entrar con ella en la orgullosa, y culta, amén de autosuficiente capital del Ática; y será rescatada por los Dioscuros. La descripción del hecho de la violación, por parte del héroe ateniense es de una gran crudeza. “… Mi cuerpo estaba intacto. Luego me di cuenta de que aquella sangre era demasiado roja y fresca y que debía de haber una herida en alguna parte. Me palpé entre las piernas. Era de allí de dónde venía y allí dónde sentía el mayor dolor”. Los siguientes recuerdos son los que se refieren a sus pretendientes, entre los que tiene que hallar un esposo para el futuro trono de Laconia, que ¡magistral descripción! realiza la autora, en la voz de Helena, sobre los héroes griegos que se acercan a ella para conquistarla; todos los nombres sonoros están en la Ilíada: desde el segundo más poderoso, entre los griegos, después de Aquiles, que es Ayante/Ayax Telamonio, al que describe como de la fealdad de Teseo, y mortalmente aburrido. Alcmeón era un psicótico inexpresivo; Diomedes no se centraba en la conversación, y contaba chistes verdes; Odiseo/Ulises era atractivo, pero su regia isla era pequeña y de poca importancia, aunque su conversación era interesante; ya Etra, la madre de Teseo, le había advertido de que no se fiase de los varones inteligentes. Sea como sea, Helena necesitaba un esposo de natural estúpido, pero que la venerase, honrase y respetase como solo se hace con una diosa, y allí estaba Menelao “el Rubio”, que cumplía todas las premisas exigibles, ya que se sonrojaba siempre que le dirigían la palabra; por ello, él sería el elegido. El siguiente episodio es la llegada de Paris/Alejandro, príncipe de Troya, y el climax vivencial de Helena, que es su huida a Troya, el fin es la guerra entre los griegos y los troyanos del Priamo. “Helena de Troya, la mujer más bella de su tiempo, deseada por numerosos pretendientes, desencadenante de la guerra más célebre de la Antigüedad, objeto del deseo y de otras pulsiones esencialmente masculinas, pero, sobre todo, objeto… Este es el tópico establecido, aceptado y repetido. Sin embargo, en esta novela es ella la que recibe voz y cuenta su historia -una historia de anulación femenina y de búsqueda de libertad-; la que explica y justifica sus elecciones a fin de demostrar su existencia, de ser escuchada en un mundo dominado por hombres. Ya no es Helena de Troya, sino Helena de Esparta, la princesa que tomó una dimensión humana desde que era niña en el palacio de su padre Tíndaro”. Magnífica obra de plena recomendación, delicada y sensiblemente esclarecedora e ilustrativa. «Duos habet et bene pendentes. Deo gratias!». Puedes comprar el libro en:
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