Hizo posible el azar que nuestras miradas se cruzaran tiempo ha, y, a partir de ahí, nuestras vidas. Aldeanos ambos, sujetos de una misma contextura e hijos de un mismo año, en una España que esperaba con ilusión desbordada, con infinita paciencia, la luz que a nuestros ancestros le fue negada, remamos como pudimos, cada uno atado a su barca, hasta que vinimos a dar con nuestros cuerpos, cargados con los pertrechos que cada cual atesoraba o ansiaba, en la espesura de la gran urbe, la ciudad que temporalmente nos alberga, lo que no fue razón suficiente para que no nos reconociéramos en la turbamulta arracimada, y sintiéramos la algarabía del alba, el silente dolor de la otredad cuando clama, el homérico o nietzscheano sueño del eterno retorno, la fragancia que siempre desprende la duda, la necesidad del esfuerzo como elemento nutricio del devenir, y, desde entonces, buscamos la empatía en los días gustosos que nos resten, la ligazón de ser hombres y mujeres de un mismo tiempo, habiendo encontrado en el andar machadiano y constante, la raíz, la semilla, el fruto que la primavera aporta, como fuente inmutable de la existencia, a veces tan humillada por indecentes corsarios que hacen del verbo un mero asunto de abogados siempre en pleitos. Y en ese silencio laborioso, transitamos, mientras el resuello nos de pabilo.
Con un excelente proemio de José Antonio Olmedo López-Amor y una reseña en la contraportada en la que Gregorio Muelas Bermúdez sintetiza el decir implícito en el poemario “Nadar en seco”, las últimas entrañas puestas a la vista de José Luis Morante, suponen un intimísimo y clarividente ejercicio de cordura, de sensatez lírica, de jondura manifiesta y de rearme de la humanidad siempre cuestionada: “Es aquí donde estoy, / entre grietas de un yo parapetado / en las profundidades de sí mismo. / Habito un cuarto exiguo / donde nada hay detrás, / salvo el triste vacío / de paredes sin lustre. / Soy un plano que muestra, / maltrecho y solitario, / el retraso gastado de caminos / que ya se desvanecen. / Mi reclusión carece de secretos. / En las puertas del frío, / necesito encontrar / en cualquier prisa / el sol en casa; / un cuerpo que sostenga / el temblor de la luz.”
La poesía de Morante dispone de muchos registros, como es obvio en cualquier vate que pueda ser considerado como tal, que no son tantos a pesar de lo que vengan a manifestar quienes lo deseen, pero, en su caso, y después de transitar mucho por espacios de luz y de sombra, es de una profundidad limítrofe con el misticismo y que entronca con la grandeza permanente existente en los asombrados ojos de los púberes, que descubren en cada amanecer un motivo de alegría, de gozo amigable. Un astrolabio que orienta son sus versos…, viene a ser el decir poético de Morante: “En la fragilidad de la semilla / hay un rumor de savia / donde cabe el silencio. / En él escarban / futuro las raíces / y dormitan los troncos / que buscan en el aire arquitectura. / Somos en la semilla / un ciclo de designios, / y lluvias y solanas, / y pasos que desandan los azules gastados. / A resguardo del tiempo / y su rumor de tábanos, / en la semilla duerme otra semilla.”
La bibliografía de José Luis Morante y los reconocimientos recibidos por su dedicación, es extensa, pero, nada diré sobre ella, porque, es evidente que está al alcance de cualquiera. Solo un matiz más de su poliédrica figura: grandeza, humildad y humanidad, encontrará el lector riguroso en “Nadar en seco”, esta nueva entrega que espera para ser leída.
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