No podía aguar la fiesta a esos pobres niños colonizados por las fuerzas del mal, que sueñan con disfraces de zombis, monstruos, espectros guillotinados y payasos asesinos. Con los adultos vas a saco, tío, todo lo que puedas y lo que te dejen. Pero no me perdonaría robarle a un niño la inocente ilusión de retozar en ese metaverso distópico de historias aterradoras y videojuegos bestiales y execrables. ¿Dónde, cómo y por qué empezó esta mamarrachada perversa? (No respondas. Es una pregunta retórica).
Me humilla la sumisa paletez de este país acomplejado que cree que todo el monte yanqui es orégano. Estamos abducidos por una cultura tóxica de códigos simplones y hamburguesas “big mac”. Y si no quieres taza, prepárate para el “Black Friday”. O para esa obsesión cateta de hablar inglés con acento de Stanford que nos inoculan y en la que han caído las fuerzas vivas de este país. Desde Letizia a Pedro Sánchez, pasando por esos arribistas que miran como apestados a los monolingües. Mira lo que te digo, ni hablo inglés, ni me importa, ni fuckin’ falta que me hace. Lo que importa es no decir gilipolleces en la lengua que hables. Por cierto, cuando Biden, Macron, Sholtz y sus secuaces hablen español, me avisas.
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