Hoy se cumple cien años cuando Howard Carter voló una pared para entrar en la tumba del Faraón niño. Ese lugar nunca estuvo maldito, pese a lo que muchos lo digan. La tumba tiene mucho de biblia donde nos hemos podido enterar de la forma de vivir de los faraones, pero también de que no es verdad todo lo que allí se ha descubierto. “Primigeniamente, esa tumba no iba a ser para Tutankhamón, sino para Nefertiti –una de las esposas de su padre Akhenatón”, afirma el escritor. Y me explicó el porqué. “¿Ves la máscara de Tutankhamón de su tumba? –me dice enseñándome la portada de su libro-. Tiene agujeros en las orejas. En los tiempos de la dinastía XVIII no los solían hacer. Fue posteriormente cuando se hizo costumbre entre los varones. La tumba iba a ser la de Nefertiti; la que tenían preparada para él, la ocupó el Faraón Ay, su sucesor”, me explica minuciosamente el autor, un gran apasionado de la cultura del Antiguo Egipto. “¡Menudo lío de tumbas!”- pensé. Según Antonio Cabanas y los más conspicuos egiptólogos sólo se han descubierto un 30% de los restos de la cultura faraónica. Lo extraño es que no haya más Indianas Jones buscando entre las arenas del desierto. “He querido escribir un libro que al lector le resulte cercano”, afirma raudo el autor. Quizá por eso su protagonista no sea el faraón sino el pescador pelirrojo Nehebkau. Que tampoco es muy corriente tener ese color de pelo en Egipto. “El faraón no aparece hasta pasadas las 200 primeras páginas. Hasta ese momento, el protagonista absoluto es el joven pescador. Cuando nació, su madre falleció; poco antes de morir maldijo a su hijo y ordenó que lo matasen”, nos anticipa Antonio Cabanas. El niño es adoptado por un humilde pescador que lo criará y le enseñará su oficio. Sólo mantuvo de recuerdo un curioso brazalete que lo acompañará hasta el final de sus días. Parece que se lo dejó su madre y que pertenecía a su posible padre, un miembro de la realeza que mantenía ciertos amoríos licenciosos con ella. Su padre adoptivo era un tipo cetrino, todo lo contrario que él. En su poblado, aunque no lo decían, era motivo de escarnio por parte de sus vecinos. Por su parte, Tutankhamón reinó en Egipto entre los años 1334-1325 a.C. Con tan sólo unos siete años llegó al trono sucediendo a su padre Akhenatón. “Lo primero que hizo el joven faraón cuando tuvo realmente el poder en su adolescencia fue restaurar el politeísmo que abolió su padre y volvió a trasladar la capital a Tebas”, nos recuerda el escritor. “Cuanto más se va sabiendo de Tutankhamón más dudas van apareciendo”, afirma Antonio Cabanas. La supuesta tumba del faraón nos describe cómo era la vida en Tebas y de Tutankhamón, “gracias al análisis de su momia hemos podido saber que era cojo, sufría una necrosis vascular en el pie izquierdo, había muchos bastones en el interior de su tumba; pese a eso le gustaba mucho ir en carro y era un consumado arquero; un estudio nos dice que tenía el labio leporino, el paladar duro, sufría de escoliosis y malaria; pese a eso tenía un corazón de león”, nos cuenta el autor. ¡Vamos, que estaba hecho un trapo! No nos extraña que muriese a la edad de 19 años. “La traición puede existir en la amistad más profunda y muchas veces la culpa la tiene el amor”Antonio Cabanas nos describe cómo era la vida de esos constructores de tumbas. “A cada trabajador le daban una casa con una parcela de unos 2.600 metros cuadrados. Además, les daban un burro y una vaca”. A uno de esos poblados fue a parar el joven Nehebkau. Era muy trabajador y cumplidor, y tenía un don desde niño que era atraer a las cobras y hacían lo que él quería. Hasta allí llegó porque tuvo que huir de su poblado ya que se había enamorado de la mujer de su mejor amigo. Nunca la volvió a ver. “La traición puede existir en la amistad más profunda y muchas veces la culpa la tiene el amor. El amor no entiende la voz del destino”, subraya. Esa traición hace que huya de su poblado y se vaya a Memphis a emprender una nueva vida y es allí, otra vez el destino, donde se encuentra con Tutankhamón, que sorprendido por los poderes de Nehebkau sobre las cobras lo quiso conocer y llevárselo a su palacio. “Fue nombrado el Amigo del Faraón -un curioso título-, dormía en su misma habitación para protegerlo de esas serpientes venenosas que se cobraban muchas vidas. Algunos ponían leche en las habitaciones para atraerlas y hacerse con ellas; a él no le hacía falta nada de eso”, apunta el escritor que ha dedicado media vida a volar y la otra media a estudiar Egipto, aparte de su familia, claro está. Antonio Cabanas reconoce que su novela está muy trabajada. “Hasta siete veces he corregido el manuscrito”, señala y añade “en esta ocasión hablo mucho de la magia y de la brujería que se daba en Egipto. Me ha salido un poco esotérico el libro”. Pero no se queda ahí, en la novela hay mucha acción, algún robo importante y muchos giros increíbles que hacen que el lector no pueda soltar el libro. Por supuesto, también hay muchas intrigas palaciegas. “Tutankhamón llegó a faraón un poco por casualidad, pero fue un buen rey. Luchó contra los hititas para recuperar el territorio perdido e impuso medidas para que la economía fluyera en las dos partes de Egipto (Alto y Bajo). Cuidó las tierras para que fuesen fértiles y dio trabajo en el Valle de los Reyes. Supo mantener un equilibrio en la economía, basado en la pesca, la agricultura y la construcción de tumbas. Durante su reinado, hubo una terrible pandemia que diezmó a la población y pese a eso consiguió que su pueblo viviese una cierta prosperidad. Para finalizar, debemos señalar que al final del libro, Antonio Cabanas ha añadido varios planos que son una delicia para conocer el interior de las tumbas y el Valle de los Reyes. En el libro, se hace eco de la tesis de N. Reeves que sostiene que la tumba de Tutankhamón no se ha descubierto del todo. “Yo también lo creo. Hay una puerta tapiada que debe dar a otra cámara secreta”, concluye. El misterio continúa un siglo después del descubrimiento de su tumba. ¿Necesitaremos a un nuevo Howard Carter que nos revele lo que todavía sigue enterrado? Puedes comprar el libro en:
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