Naciste en la “capital provincial del inmigrante”.
AG — En el mes dedicado a Augusto, como solía repetir mi abuelo. Allí escuché por las calles expresarse en distintas lenguas y respetar otras costumbres; esto generó en mí una fascinación por los pueblos. Fue un privilegio ver el río atravesar el corazón de la ciudad, respirar en la llovizna del sudeste la humedad que provenía del monte. Yo recuerdo una ciudad mágica que alimentó mi imaginación y me habita para siempre.
Crecí en un ambiente humilde con un padre lector de Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson y Julio Verne; una madre que narraba historias camperas y recitaba a Rosalía de Castro en gallego, una hermana y tíos músicos que iluminaban los días de fiesta y abuelos quinteros que trabajaban la tierra y hacían vino. Desde la infancia las bibliotecas, en especial la de mi escuela primaria, han ejercido un encanto particular en mí; allí el silencio era presencia, se demoraba en los lectores, algo que aún no puedo explicar.
Practiqué atletismo y en ese espacio reforcé los valores de convivencia que había recibido de mi familia; y aún conservo aquellas amistades, es parte de la gente entrañable que va siempre conmigo. Si me veo en el tiempo me reconozco como “rara avis”, una renacentista fuera de su siglo, necesitando conocer y escuchar todo aquello que la rodeaba. Me he repetido muchas veces en el pasado y lo sigo haciendo en la actualidad, “No me importa lo lejos que esté la meta / siempre que me den tiempo para llegar”: así canta Serrat. No he pasado privaciones extremas, pero crecí con más responsabilidades que placeres.
Me interesan los pueblos originarios, las canciones de cuna, el mundo etrusco, el griego, las danzas y sus literaturas; porque siento que entro en esos territorios y soy parte de un mundo que me habita.
Y estudiaste la lengua de tus ancestros.
AG — Por amor; fue así que llegué a ser profesora de lengua y literatura italiana y española. Pertenecí al Centro de Estudios Italianos de la Universidad Nacional de La Plata, una experiencia más que interesante para la investigación; porque allí encontré los escritos de Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale, a quienes dediqué por aquellos años mis trabajos. Conocí a investigadores como Daniel Capano, Trinidad Blanco, Gloria Galli, Nora Sforza, Betty Neumann y me vinculé a A.D.I.LL.I. (Asociación de Docentes e Investigadores de Lengua y Literaturas Italianas), porque movilizan la pasión. Participé en el Primer Congreso en América sobre Dante Alighieri en la Universidad de Salta. Expuse un trabajo sobre la memoria colectiva de los italianos, la transculturización de esos grupos humanos desplazados por el hambre y la guerra; y que lograron traer en la memoria fragmentos de obras que supieron recitar en algunas reuniones aquí, al sur de América. Fragmentos claves de la “Divina comedia” como pasaporte de cultura. En aquella oportunidad conocí a Luis Toledo Sande, filólogo cubano y vicedirector en su momento de la Casa de las Américas, hoy amigo más allá del océano. Traduje la novela finalista del Premio Juan Rulfo, “El circo nunca muere”, de Gabriel Bañez, a pedido del autor, para la Editorial Einaudi, que por entonces fue absorbida por una de mayor campo editorial y no llegó a publicarse. Sentí y siento que el reto más temible es traducir poesía: la experiencia la tuve con el libro “Los dioses oscuros” de Ana Emilia Lahitte. Ella me presentó en su casa, donde funcionaba el taller literario, a Roberto Juarroz; y con él tuve el privilegio de dialogar muchas veces, de lograr que accediera a escribir la contratapa del libro de mi amigo Raúl Zeleniuk, una joven promesa que la vida se llevó. Juarroz, en su generosidad permitió que alguien como yo, que intentaba escribir unas líneas, opinara sobre su obra.
El eterno tema del cómo debería funcionar una dirección de cultura, me motivó para realizar un postgrado en Gestión Cultural en la Universidad FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), sin intenciones de ocupar puesto alguno, y por el simple hecho de saber cómo deberían ensamblarse las disciplinas en las comunidades; además estoy finalizando una especialización en Políticas Socioeducativas. Actualmente trabajo en el Instituto de Cultura Itálica, en la Asociación Dante Alighieri, como profesora de lengua y literatura italiana, dicto seminarios sobre Italo Calvino, Misterios Medievales, entre otros; me desempeño además en el Instituto Superior de Formación Docente de La Plata, en la carrera de Locución; en la Escuela Superior de Arte de Berisso, en la carrera de Canto Lírico, dictando dicción y fonética, y en el Instituto Superior Alessandro Manzoni la cátedra de Lingüística I y II y Glotodidáctica italiana.
En tu ciudad natal funcionó el taller literario “Almafuerte”.
AG — Del que formé parte. Allí conocí a Horacio Castillo, quien fue nuestro Maestro, y como Alighieri dijera y nosotros repetimos: “Tu se´lo mio maestro e´l mio autore”. Leíamos poesía en tiempos ominosos para nuestro país, a punto tal de encontrarnos un día con un cartel que rezaba “Hoy se clausura el taller literario”. Así nos despedimos, con el silencio como metáfora y nos fuimos para reencontrarnos veinticinco años después, casi transformados en la afanosa Maga cortaziana y escribimos un libro colectivo, “El lenguaje-lo propio”. Nos hizo sobrevivir el eros por la palabra, lejos del tánatos de los seres oscuros. Abandoné la carrera de filosofía porque así me lo pidió mi padre, temiendo no sabía qué, pero temiendo. Y entonces seguimos la vida que nos da hijos para advertirnos que la eternidad existe. La escritura nunca silenció, sólo nos transformó en Proteo, chamanes, astrólogos y pájaros, nos alejó del valor éxito, pero también de la esclavitud de la fama. Sentí que me reclamaba más lectura, más alimento y entonces “La lectura, es la libertad conquistada”: Paul Celán, Olga Orozco, Miguel Hernández, Juarroz, Roberto Themis Speroni, Wislawa Szymborska, George Trakl, Fernando Pessoa, Octavio Paz, Álvaro Mutis, entre tantos.
Y un día publicaste.
AG — Aunque no convencida, sí, mis primeros escritos; fue por insistencia de amigos. Así llegó “Escenografías”, el que obtuviera el Premio Nacional “Iniciación” de Literatura, otorgado por el Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, en la Bienal 1985-1987, años en los cuales se restableció el mismo, puesto que había sido suspendido durante la dictadura militar. Los jurados fueron Jorge Lafforgue, Ángel Mazzei, Josefina Delgado, Francisco Madariaga y Horacio Castillo. El día de la premiación fui en micro desde Berisso hasta tu ciudad; al entrar al Salón Fundadores del Palacio Errázuriz, dejando a mi mamá y a mi hermana detrás, apresuré el paso, abrí la puerta como un torbellino y me puse cara a cara con el artista plástico, recientemente fallecido, Nicolás García Uriburu, quien me indicó que enseguida la ceremonia comenzaba. Al reponerme, atravesé el salón hasta la primera fila, mientras la cantoría del Teatro Colón entonaba el Himno Nacional; miré el entorno y evoqué la primera vez que me habían llevado allí: fue en un paseo de la escuela Nº 3, mi primaria, en la aventura Berisso-Buenos Aires. Aquella vez había sido la última en abandonar el recinto, deslumbrada por su belleza, que no entendía pero que me conmovía. Solamente la voz de la maestra me alertó para que me apurara. Antes de salir me dije: “Algo voy a hacer acá”; y lo que hice fue regresar y recibir la distinción en nombre del presidente de la Republica, que en aquel entonces era el Dr. Raúl Alfonsín, a través del embajador, y poeta, Ramiro de Casasbellas, escoltado por el maestro Libero Badi y el arquitecto Amancio Williams. La suma de dinero fue importante; pero no la destiné a la edición de la obra, ya que era más apremiante la situación económica. En una ocasión, tomando un café en Mar del Plata con Antonio Dal Masetto, cuando fuimos jurado de los Torneos Bonaerenses, regresó el tema de la no edición y fue él quien me sugirió que la concretara, al igual que Horacio Castillo, que sostenía que uno no vuelve a ser el mismo tras ver su primer libro. Resumiendo: en 2005 publiqué “Escenografías”. En 2008, “Cantos de la Etruria”, con prólogo de Rodolfo Godino: había sido producto de mi experiencia en Italia, donde fui a estudiar como becaria de la Universidad de Perugia (eran cinco becas que otorgaban en el mundo y pude acceder a una junto a una noruega, un español, una peruana y una australiana). En Italia fotocopiar libros no es legal; entonces, todas las noches copiaba en un cuaderno poemas de “La alegría” de Giuseppe Ungaretti, que me había prestado la biblioteca comunal. Sentía curiosidad por ese texto iniciático, necesitaba comprobar que la música de sus poemas estaba también en la disposición de sus silencios. Continué con las lenguas y estudié catalán y chino por distintos motivos; pero aprendí portugués para leer a Pessoa en lengua madre y sentirme en cada página como en Lisboa.
Redondeo mi respuesta contándote que participo en el volumen “El camino de los mitos” (Ediciones Evohé, Madrid, España, IV Concurso Internacional “La Revelación” de relato y poema mitológico), hecho algo insólito para mí, pues votaron los lectores en la web mi poema y como los resultados fueron favorables, me incluyeron. Integré la antología “Poesía 36 autores” de La Comuna Ediciones, de La Plata, en 1998, así como la colección dirigida por Ana Emilia Lahitte, “Hojas de sudestada” y la Colección Juan Gelman de Poesía 2014 del Ministerio de Educación de la Nación (compuesta por ochenta títulos que fueron distribuidos en las bibliotecas de todas las escuelas del país).
¿Y tus incursiones en radio, en televisión?
AG — Trabajé en el programa “Por la noche” de Canal 5 Televisión, emitido con la dirección de Mario Ortiz y la conducción de Darío González, con los cuales disfrutamos el haber sido ternados para el Premio Martín Fierro por Cable en 1994; y también en radio en “Immagine d´Italia”, dedicado a recorrer regiones y costumbres a través de la música. En la actualidad participo en un magazine en FM Difusión 98.1, con un micro de literatura denominado “Los libros en la radio”, donde divulgo la literatura argentina, latinoamericana y mundial.
¿Otras incursiones?
AG — Una de las más bellas fue en Cartagena de Indias, en el Congreso de IBBY, Organización Internacional para el Libro Juvenil, en 2000, “El nuevo mundo, para un mundo nuevo”: me sorprendió la ceremonia en la entrega del Premio Hans Christian Andersen, donde los niños realizaron, en absoluto silencio, una demostración del dolor por la guerrilla; esa estampa me reafirmó que la no palabra, es la denuncia más feroz. Allí, gracias a un amigo colombiano, Jaime Ronis, visitamos la casa de Gabriel García Márquez, a quien la Comuna de Cartagena le había preparado un homenaje, pero él no pudo asistir, por su salud delicada. Mantengo presente aquella vivienda color ladrillo y una ventana abierta al mar de las Antillas.
En Colombia me encontré con Jordi Sierra i Fabra, escritor catalán que además de ser acaso el autor más prolífico de España, ha investigado la historia del rock y de Los Beatles, y lleva adelante en ese país una fundación para jóvenes escritores.
Vino el tiempo de asistir en Cuba a otro encuentro y ni siquiera la amenaza de un viento importante sobre el malecón, me hizo desistir de fotografiarme en la Casa de las Américas, en cuya revista colaboré.
La revista “Dall´Italia 2000” y el programa “Caffé Ristretto”, emitido por Radio Universidad (de La Plata), me permitió a través de su directora otra experiencia impactante, porque llegando a la escuela, me preguntan si podía ir a Buenos Aires para entrevistar a Umberto Eco: no lo dudé y fui. Allí me encontré con una gloria para quienes hablamos italiano. El maestro, el filólogo estaba “a due passi” y sin más lo abordé, me autografió y me regaló “Opera aperta”. Fue muy simpático y generoso; a punto tal de darme su dirección, en la Universidad de Bologna, para que le enviara la adaptación que trataba sobre “le lenti di fra Guglielmo”; así lo hice, y en el remitente asenté, porque creí más segura, la dirección del colegio. Un 21 de enero, cumpleaños de mi papá, recibo una llamada telefónica, muy graciosa, desde la secretaría de la institución: “¡Ángela, acá hay un sobre a tu nombre y dice U. Eco! ¿Qué hago?”. “En media hora estoy allí” —respondí. Era verano y cerraban por vacaciones durante una semana; entonces subí a mi auto y llegué desde Berisso, cinco minutos antes de la cinco de la tarde; una vez más celebré el género epistolar, porque conservo la carta de Eco con apreciaciones sobre el tema.
7 — ¿Y un apunte sobre tus clases…?
AG — En ellas la poesía nunca faltó; leer un poema no lleva horas y por eso lo proponía apenas llegaba; porque opino que una línea puede transformar el día, al permitirnos la belleza que habla distintos lenguajes para cada uno. Mis clases-talleres eran en una escuela semi rural, con chicos alejados de la mirada de muchos adultos. Allí creo haber realizado una de las mejores labores de mi vida: los acompañé, les hice saber lo importante que eran para mí, y que cada uno era único. Uno de ellos, maltratado por su padre y negado a escribir, a leer, a todo, sucumbió frente a “El niño yuntero” de Miguel Hernández, y considero que fue aquel gran poeta que regresó en palabras para abrirle el sendero de liberación. Ese alumno participó en los torneos bonaerenses, superando todas las etapas regionales, hasta llegar a la final, y antes de irse a Mar del Plata, me saludó y me dijo: “Voy a ver el mar”, y a mi mente acudieron aquellos soldados griegos que pronunciaron Thalassa, Thalassa, “El mar, el mar”, pasando por cuatro mil kilómetros de campo enemigo y llegando a orillas del Mar Negro: los gritos de alegría fueron inigualables: algo similar transmitió mi alumno.
Fundaste, aceptaste proposiciones, fuiste jurado, asististe a otros eventos…
AG — Fundamos con Cecilia Bignasco, “Biblos ‘03 - Programa de promoción de la lectura literaria”, con micro programas radiales, talleres y capacitaciones, siendo distinguido como uno de los diez mejores proyectos de promoción de la lectura del país, por la Cámara Argentina del Libro, por ABGRA (Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina), el Consejo Superior de Educación Católica Argentina, entre otras instituciones, y realizamos CDs: “Poetas del Mundo” (lectura en lenguas madres y en español), “Despreocupado lector” (en homenaje al Quijote por sus 400 años), “Lecturas de nunca acabar”, por Silvia Milat (las miradas del amor en la literatura), “El milagro de la brevedad”, “Cantos del destierro”, “Himno ciudad de Berisso”, “Cuentos al vuelo” y también inauguramos la Biblioteca de la Inmigración, en un espacio que nos brindó el Centro de Estudiantes y Egresados de Berisso. Casi en paralelo comencé junto a Alicia Diéguez la revista independiente de literatura juvenil “Etruria”, con la cual obtuvimos el Premio Pregonero 2009 a la prensa gráfica, otorgado por la “Fundación El Libro” de Buenos Aires. Con “Etruria” organizamos el Primer Congreso de Literatura Juvenil Latinoamericana y Gallega, con invitados nacionales e internacionales, como Anxela Gracián, Silvia Puentes, Laura Antillano, Esteban Valentino, participando en la mesa de clausura Osvaldo Bayer, así como Víctor Heredia, en su condición de novelista, y amigos incondicionales que nos acompañaron.
Al ser descendiente de inmigrantes, uno imita ciertas soledades, diría que heredamos espacios que no habiendo sido nuestros, pasaron a ser propios; por eso cuando Stella Loholaberry me convoca para escribir los textos de sus proyectos, acepté, porque en ellos pude concretar sueños ajenos también: “La cantata fundacional”, ejecutada en música por la orquesta sinfónica de la ciudad, el “Primer desembarco, María Ongay” de los inmigrantes en el puerto de Berisso, el “Homenaje a la calle Nueva York”, entre otros. Ejecuté un trabajo de campo que concreté en el libro “Voces olvidadas. Las lenguas y las canciones de cuna de la inmigración”, con el texto “Carta”, cedido por Antonio Dal Masetto a modo de prólogo; un análisis desde la psicología por Marcelo Passoni y la grabación de las canciones, efectuadas por Cecilia Bignasco, en las diecinueve colectividades conformadas en Berisso, más una canción en quechua como homenaje a las lenguas autóctonas. Este volumen fue auspiciado por UNESCO en 2010 —Año Internacional de las Lenguas—.
En 2013 Abel Robino me invita a formar parte de su colección Cuadrícula y me edita “Cuerno de marfil”. En ese año fui invitada a la FILVEN (Feria del Libro de Venezuela); además de efectuar una asesoría en el CENAL (Centro Nacional del Libro), una conferencia en la Universidad de las Artes, “De la oralidad a la posmodernidad”, dicté talleres en el Encuentro de Literatura Infantil y Juvenil de Carabobo, y en Caracas, junto a Alicia Diéguez, un seminario de Promoción de la Lectura Literaria y Escritura. La escritora Laura Antillano me ha incluido en el volumen “Ellas”, de Editorial de la Universidad de Carabobo. Publiqué en “Letralia. Tierra de Letras” un ensayo, “Galileo Galilei, lector del universo”, para el libro electrónico “Libertad de expresión, poder y censura”; y otro sobre los pueblos originarios, “La lengua exterminada” para el e-book “Veinte. Las dos décadas de la Tierra de Letras”, celebrando las dos décadas de esa pionera plataforma de la web. Fui jurado del premio “Viva Lectura” de Editorial Santillana, del Premio Edelap de Narrativa, de los Torneos Bonaerenses, entre otros. Integré el Plan Nacional de Lectura desde 2009 a 2012, en el equipo técnico, pudiendo de este modo recorrer nuestro país con talleres o presentaciones de autores (Eduardo Saccheri, Elsa Osorio, Guillermo Saccomanno, Liliana Bodoc, Mempo Giardinelli, Norma Huidobro, etc.). El taller más solicitado fue “Poetas de la tierra”: un recorrido por la poesía argentina desde el grupo “La Carpa” hasta el Sur. Tuve el placer de compartir una extensa charla y una cena en la ciudad de Salta con el poeta Raúl Aráoz Anzoátegui, el último de aquel grupo de la generación del ‘40. Otros talleres fueron: “Poetas de las dos orillas”: las voces femeninas de Uruguay y Argentina desde el siglo XIX hasta el XXI, “Poetas del Egeo - Una selección de poesía griega contemporánea” y “Palabras originarias”, adquiridos por la Editorial Mandioca, la cual editó 14.000 ejemplares. En co-autoría con Gerardo Balverde he escrito para la Editorial Llongseller “Pensar la lengua y la literatura” (manuales de literatura para 4º y 5º año del secundario). Compilé “Antología latinoamericana de teatro de títeres”, además de manuales para escuela primaria (área literatura de la Edición del Árbol). Participé en el Foro Internacional de Mempo Giardinelli, dictando talleres de poesía surrealista y así compartí encuentros con Gustavo Roldán, Carlos Noguera, director de Monte Ávila, Liliana Bodoc, Eduardo Saccheri.
Y ahora, Grecia.
AG — En 2015 presenté “Diáspora griega en América” de Editorial Hespérides, donde reuní las historias de inmigrantes o descendientes que fueron un modelo a seguir por su labor, edición muy cuidada por mi agente literario Marcela Hammerly. El libro cuenta con un prólogo realizado por Héctor Arrese Igor y la inclusión destacada de autores de la región y el extranjero como Ernesto Sierra, diplomado en Estudios Amerindios, perteneciente al Centro de Estudios Hispanoamericanos de La Habana. Organizar la versión definitiva me insumió doce años de elaboración. Pertenezco al grupo “Ser Griegos” y junto a Rosario Curti formamos una asociación civil para la difusión del helenismo; y participo en la adaptación de las obras para el grupo de teatro leído: “Edipo rey”, “Conversaciones con Homero”, “Hécuba, las distancias del odio” y este año “Las Euménides”; además de ciclos de cine griego, organizamos conferencias y muestras fotográficas y pictóricas. Estudio griego moderno y bailo danzas griegas. La Editorial Ocelotos, de Atenas, publicó este año “Los pies de Ulises” en edición bilingüe (griego-español), con la traducción del Charalampos Dimou.
Participaste del Encuentro de Poetas del Fin del Mundo, en la provincia de Tierra del Fuego.
AG — No suelo concurrir demasiado, pero Tierra del Fuego es mágica, como gusta decir mi amiga Silvia Milat, y bajo esas palabras me era imposible no aceptar la invitación de Gabriela Rivero, una excelente organizadora; a punto tal de hacernos compartir en el bosque Yatana, que en lengua yaghana significa tejer, una experiencia de lectura inolvidable por el sentido ritual que se le otorgó a la palabra. Participaron los poetas invitados que llegaron de distintos puntos del país; los cuales luego leyeron en la Casa Beban y en la Biblioteca Popular Sarmiento, de Ushuaia. Allí estuvieron Dario Falconi (de Italia; homónimo del poeta argentino nacido en la provincia de Córdoba), Víctor Hugo Valledor, Norma Etcheverry, Claudia Tejeda, Gladys y Elena Abilar, Hugo Mujica, Liliana Chávez, Silvia Biott, y muchos más.
¿Cuándo das por concluida la traducción de un poema?
AG — Uno termina abatido por la interpretación que es el enigma a resolver, la precisa elección de las palabras te lleva por dos caminos: uno, el de la solución más neutral, pero sin magia, o la búsqueda de la magia que finaliza en una reinterpretación de la esencia. Yuri Tiniánov insistía en el ritmo que sostienen las palabras, y creo que al traducir no hay que alejarse de esta sonoridad, lograrla es acercarnos a otra forma, además de considerar la relación entre las dos lenguas, los cánones de la época y las diferencias. Walter Benjamin en “La tarea del traductor” ha tratado precisamente la relación de las lenguas, que considero trabajoso porque pasás de lector a una forma extraña de intérprete de tu propio idioma; con lo cual sabés que lograste una aproximación.
Al leer un poema necesito sentir que algo me desafía para llegar a la otra lengua; por eso, más allá del autor, sigo la sutileza que da la palabra que es la frontera.
¿Y otras consideraciones? ¿A qué traductores valorás?
AG — No me dedico a la traducción; solamente pretendo escuchar el ritmo de esas palabras en la otra lengua. He traducido a pedido de amigos, pero hay algo que aún no me convence internamente, deberé explorar ese perfil alguna vez. Uno para traducir debe entrar en el otro; pero la tarea de identificación es agotadora, porque jamás llega el traductor a ese instante de creación original, y entonces se hace necesario liberar nuestra propia lengua, arrojarla para entrar a sentir en la otra.
Pude experimentar la lectura de mis poemas traducidos al portugués y no deja de ser una experiencia provocadora.
Me preguntás por traductores y recuerdo a Rodolfo Alonso, Horacio Armani, Alma Novella Mariani, Esteban Nicotra, Pablo Anadón, entre otros. Uno admira del traductor la fuerza para alzar el guante del desafío y entrar en otra vida.
Turco, de nacionalidad griega, Pedro Márkaris (1937), es un novelista que me entusiasma. ¿Y a vos? ¿Qué narradores griegos te entusiasman?
AG — Leo mucho más a poetas que a narradores griegos. A Márkaris no lo he leído, pero sí a un clásico como Nikos Kazantzakis con su conocida “Vida y opiniones de Alexis Zorba” (me queda pendiente de él la novela que me recomendara una amiga: “El pobre de Asís”) y a Lena Divani, autora de “Las mujeres de su vida”. “El mensajero de Atenas”, de la inglesa Anne Zouroudi, se desarrolla en una pequeña isla griega donde dioses y hombres se encuentran de manera velada, como sucediera en los textos homéricos. Estimo que está presente, en la narrativa griega contemporánea, la tragedia como un sello de agua que se debe descubrir. En mi apreciación como lectora, creo que en muchos novelistas contemporáneos laten aquellos aires micénicos en los cuales la literatura oral contaba sobre las guerras, las cosechas y los ritos. En todo autor griego hay un heroico, sin duda, buscando el camino (O´dromos).
Copiando una pregunta que suelen formular los directores de la revista “La Guacha”: ¿qué hay detrás de tu poesía?
AG — Podría inventar, pero nunca me pregunto por mi poesía ni tampoco adónde va, la escribo porque la necesito. Si puede sumar, Guillermo Ara dijo respecto de ella: “Su poesía es una voz cercana a la que supongo usó el hombre del primer vagido para nombrar un mundo todavía caótico y acechante” y Guillermo E. Pilía: “Quizás Ángela haya llegado a la conclusión de que en la poesía el silencio tiene a veces más peso que el fárrago de palabras.” Creo definitivamente en el silencio.
En la Escuela Superior de Arte de Berisso, en la carrera de Canto Lírico, dictás Dicción y Fonética, nos contabas. ¿Cómo se imparte esa materia?
AG — Tiene una parte teórica que se basa en el alfabeto internacional fonético (AFI), con símbolos que ayudan a reconocer sonidos para alcanzar una pronunciación correcta en los textos de las óperas, más la gramática italiana básica. Trabajamos además obras como “Orfeo” de Alessandro Striggio como libretista y Claudio Monteverdi como músico; “Didone abbandonata” de Pietro Metastasio hasta las más populares, como “Aida” de Antonio Ghislanzoni y Giuseppe Verdi, “Nabucco” (Temistocle Solera-Verdi), “La traviata” (Francesco Maria Piave-Verdi), “Il barbiere di Siviglia” (Cesare Sterbini-Gioachino Rossini) o “Madama Butterfly” (Giuseppe Giacosa-Luigi Illica-Giacomo Puccini), entre otras. Se leen en italiano respetando el texto del momento en el cual se crearon, se analizan los argumentos, se escuchan distintas interpretaciones con apoyatura de videos y/o audio directamente.
¿Fado portugués, joropo venezolano, ópera china, rebetiko griego, samba brasileño o canzonetta italiana?...
AG — Al escuchar un rebetiko no se piensa en la afinación de la voz del cantante porque ese alguien comparte su sentimiento de abandono, se olvida del entorno y entra a dialogar con el dolor, con la realidad. Los temas van junto a la historia de los perseguidos, de los desclasados y marginales; mientras que, nostálgicamente son acompañados por algún bouzouki. La música rebética tiene como una prolongación el zeibékiko y el jasápico, que se escuchan en muchas tabernas. Todo es inmediatez, unidad de música y texto como en el epitafio de Seikilos que dice: “Mientras vivas, brilla, / no sufras por nada en absoluto. / La vida dura poco / y el tiempo exige su tributo.” Los fados también están conectados con la melancolía cotidiana y entonces, una sola voz dice todo lo que un pueblo calla: Amalia Rodrigues y Carlos do Carmo están entre mis preferidos. Si hablo de rebetiko y fado, debo incorporar la canzonetta napoletana, porque tiene un misterioso nacimiento profano en lo que se denominó en el siglo XVI “la villanella”; era un contrapunto de voces sin acompañamiento y narra, entre otros asuntos, las vicisitudes del pueblo, en un dialecto tan musical como el de Nápoles.
“Ningún tiempo perdido es recuperable”, afirma el narrador de la novela “La caverna” de José Saramago. ¿Cómo te parece que te manejás con lo que vas perdiendo?
AG — “¿Por qué recuperar?”, me pregunto en voz alta: la vida está en la intensidad del presente. La locución latina atribuida a Orazio, el poeta romano, lo asevera: “Carpe Diem”, y desde allí vamos por el Renacimiento con Lorenzo el Magnífico: “Quant´è bella giovinezza / che si fugge tuttavia / chi vuol esser lieto sia / di doman non c´è certezza (…)”; y así podríamos citar a Miguel Hernández, o a Francisco de Quevedo, quien habla del poeta y su prolongación en otros; Friedrich Hölderlin sintetiza: “Así el día de la vida, la mañana de la vida”, y Eduardo Galeano propone “vivir cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última”. Llevado al plano familiar, mi abuela, que murió a los 100 años y decía: “Sólo por hoy la vida y los amores”: te enseñaba a no detenerte; mi madre es igual; mi abuelo me dijo antes de irse: “Hemos tenido una bella vida”; con lo cual y a pesar de la nostalgia, esas palabras me formaron desde la infancia y he aprendido a ir por los senderos sin esperar, acompañada primero conmigo misma, y por tramos con distintas personas; las cuales a veces deben cambiar de rumbo por motivos diversos. Esas personas igual van conmigo, pero de otra manera, las añoraré siempre pero no las he perdido, las vuelvo recuerdo. Dijeron por ahí que la memoria es un paraíso del cual no podemos ser desterrados: al pensarlos, los regreso. Es el tiempo antiguo y circular del que hablaron los pueblos originarios.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Ángela Gentile y Rolando Revagliatti.