Literatura es, en buena medida, reposo; reposo espiritual necesario para adentrarse en lo ontológico. Y tal característica, tal estado espiritual acaso lo deba el haber reparado, analizado, meditado y acudido al hondo significado metafísico de la palabra reposo. En este libro singular, original y necesario para los tiempos que corren, el autor, Daniel Ménager, “recorre con vivacidad –interesadamente activa- las múltiples expediciones literarias a ese país secreto que es la convalecencia” Y sus anotaciones, sus deducciones de lectura son siempre pertinentes, didácticas, útiles: “para quien dispone libremente de su tiempo –‘impuesto’ por la convalecencia- no hay nada más agradable que el momento en que recupera el placer de moverse al aire libre, sin mirar el reloj” –ese implacable mensurador. A continuación cita un pasaje de Henry James donde refiere el primer paseo de un oficial herido: “Lánguidamente recostado en un faetón, nunca ha asistido a fiesta semejante, pero se conforma por el momento con comprobar el buen estado de la suspensión y sumirse con delicia en el paisaje” He aquí un bien derivado que no hace sino remitirnos a nuestra condición de vínculo con la naturaleza: qué cosa tan sencilla. Al fin, un mal, la enfermedad, devenida en un bien por derivación-inducción de la primera. Y razona aún en el beneficio del reposo: “Inmóvil y en movimiento: ¿qué podría ser mejor? Bien protegido por unas mantas del aire frío, puede soñar con un mundo donde uno se desplazaría sin esfuerzo sobre ruedas de caucho. Cierta forma de tedio se hace entonces incluso agradable”. Adviértase, es cierto, que, al apoyarse en una prosa de tal precisión y diseño como la de James, el alegato a favor del ‘dolce far niente’ se revalúa, pero es bien cierto que esa móvil inmovilidad del observador es el ‘argumento’ principal, aquello en lo que el buen lector ha de reparar; en última instancia, ¿no está aludiendo el autor, de algún modo, al mismísimo nacimiento de la filosofía griega, por ejemplo? ¿No decía el poeta español, el autor que reparó en ‘el enhiesto surtidor de sombra y sueño’ que cuando estaba latentemente parado ante él, pensándole, acaso- cuando no hacía nada era precisamente cuando ejercía de poeta, esto es, ejercía el bien de la poesía? La intuida, la ‘razonada’ en silencio. El libro es preciso y necesario, creo, no solo por cuanto nos invita al bien del observar (otra recomendación griega) sino a afinar nuestro vínculo con la condición animal -en el mejor sentido considerado-, en nuestro vínculo con lo natural. Otra cita ineludible al respecto, claro está, había de proceder de las páginas de La montaña mágica cuando el esteta Thomas Mann escribe: “la minuciosa subdivisión de la jornada normal, que siempre era igual, siempre idéntica a sí misma hasta el punto de que era imposible diferenciar una de otra, hasta el punto de que era imposible imaginar cómo oba el tiempo a traer cambios consigo cuando todo era una especie de eternidad estática” ¿No se deriva de este párrafo un algo de nada metafísica? Reflexión, provecho de la idea, el bien de la quietud. Y considero que el autor de este libro acierta cuando atiende a valorar la importancia del contraste formulado con esa otra actividad social casi impuesta, que acomete a la soledad. Leemos: “El autor sabe de qué habla porque acompañó a su esposa a Davos, donde recibía tratamiento. Consideró también que esta monotonía no estaba desprovista de cierto encanto tóxico. Se suelta algo de lastre con ocasión de algunas fiestas, perfectamente previsibles, luego perfectamente decepcionantes”. ¡Qué certeza-belleza expositiva-reflexiva! Lee y repara, pues, amigo lector (potencial autor), déjate llevar por ese don sublime de no hacer nada… y hacerlo muy despacio (Duchamp dixit). Así sea. Puedes comprar el libro en:
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