Hoy les presentó otro libro, de mucha enjundia, y muy esclarecedor, sobre un hecho histórico esencial para la comprensión de lo que ocurrió en la política del Imperio de Roma, y que decidió gobiernos y gobernantes a su antojo o a su libre albedrío. Fue un aparato de poder y de represión ingente, decisorios absolutamente, a partir de la creación, por la elucubración mental autoritaria de uno de los emperadores más amorales o cínicos, por su inteligencia preclara y tortuosa, que existieron en el Alto Imperio Romano. Me estoy refiriendo al Emperador César Augusto; y, asimismo, para dejarlo todo claro está este estupendo volumen. La organización de la guardia pretoriana o cohortes praetoria, no era tan precisa como se piensa en la actualidad, aunque sí es verdad que era una de las organizaciones del SPQR más significadas. Era el cuerpo militar más prestigioso de Roma, por lo que el legionario que entraba en los pretorianos incrementaba, muy mucho, su nivel social y económico, lo que le iba a permitir vivir más que bien cuando le llegase la hora del retiro; partiendo de la base de que los soldados romanos eran la imagen interna y externa del poder de la sociedad de Roma. Este hecho tenía su subrayado claro en que, para poder mantener toda esta estructura de poder, dentro y fuera de la Península italiana, la cohesión legionaria exigía un servicio militar obligatorio, y de muchos años de duración; pero, desde siempre, aquella sociedad de ciudadanos estaba muy imbricada con sus legionarios, y reaccionaba como una sola unidad frente a cualquier agresión externa, verbigracia: samnitas, cartagineses, griegos, etruscos, galos, u otros enemigos de cualquier enjundia y condición. Detrás de su espíritu de conquista y de victoria estaba la inequívoca ayuda de sus muchos y humanizados dioses; los romanos absorbieron, en sus guerras de conquista, a todo tipo de civilizaciones, que para evitar su aniquilación incorporaban a sus varones a los cuadros militares legionarios, como tropas auxiliares.
Todos estos efectivos estaban comandados por oficiales procedentes de la minoría senatorial, que primero había sido solo de los patricios y, que tras diversas rebeliones reivindicativas, también se componía, ya, de personalidades provenientes de entre los plebeyos; este hecho formando parte de su carrera política o cursus honorum. Casi el 100% de los soldados romanos tenían experiencia, no solo militar, sino en el mundo de la construcción o de la administración. No obstante la milicia romana, con cuatro sumatorios: guardia pretoriana+legiones romanas+tropas auxiliares+la armada, no poseía un mando permanente y centralizado. Verbigracia, en la época republicana, las legiones se reclutaban solo entre los ciudadanos romanos, cuando era preciso y necesario, y se colocaban bajo las órdenes y el imperium o mando militar de un senador de categoría consular, como procónsul. Este hecho, que los legisladores romanos no habían analizado, tenía un grave y peligroso problema añadido, y era la lealtad de aquellos soldados hacia su jefe que, con un poco de esfuerzo o de inteligencia, se podía transformar en un condotiero o conductor de tropas, y quien las podía utilizar para conseguir el poder en la propia urbe capitolina; los ejemplos paradigmáticos de lo indicado son, nada más y nada menos, que Lucio Cornelio Sila y Gayo Julio César. La guardia pretoriana, que me ocupa en este estupendo volumen, tenía también la obligación de defender la vida del propio emperador, aunque paradojas de la Historia, en un muy elevado número de casos serían los pretorianos los que eliminarían, físicamente, a dichos emperadores; según Gibbon: “Los pretorianos representaban el poder y la posición del emperador y le conferían la facultad de coaccionar a la aristocracia romana”. Aunque, este hecho tenía sus negativas contrapartidas, ya que, para ser respetado y aceptado, el emperador necesitaba mantener un prestigio y una influencia superlativa, y así poder mantener su supremacía. La idea augustea de que era más que necesaria la existencia de un grupo fiel de legionarios, que protegiesen la vida del emperador, sería lo que convertiría a la Guardia del Pretorio en una institución permanente y muy poderosa. Su jefe, en número de dos, era el prefecto del pretorio, en el sentido semántico de ‘pretor’ que significa ‘el que va por delante’. “A mediados del siglo I a.C., era práctica común que los generales protegiesen y exhibieran su prestigio nombrando un cuerpo de soldados destinado a escoltarlo. Tras el asesinato de César (44 a. C.), Octaviano y Marco Antonio siguieron la misma costumbre. Esas unidades pretorianas, constituidas con fines tan concretos, carecían de designación formal, de organización y aun de condiciones de servicio. Su lealtad no estaba ni de lejos garantizada pero podían salvar la vida de un general en un momento crucial. La victoria de Octaviano en Accio le legó el control, no solo de un vasto ejército, sino también de una enorme cantidad de cohortes pretorianas, conformadas por sus propios hombres y los de Marco Antonio”. Este primer emperador, Augusto, como el primer ciudadano de Roma, que daba la impresión de haber liberado a la propia Roma, y restaurado una importante cantidad de tradiciones ancestrales republicanas, ya no engañaba a algunos de los más inteligentes habitantes de la urbe capitolina, que consideraban, por conocer el cinismo del emperador, que aquellos cambios no eran más que una argucia intrincada. Gayo Julio César Octaviano había obtenido el poder absoluto, por medio de un golpe de fuerza militar, o guerra civil. “De hecho, él mismo lo reconocería más tarde al aseverar que había reunido una hueste por iniciativa propia y con sus propios recursos con este mismo fin. Estaba actuando en virtud de una tradición que había evolucionado durante décadas en el mundo romano a medida que los ejércitos se hacían cada vez más propensos a deber fidelidad a un general individual más que al estado”. Sus enemigos, y los de su tío-abuelo Julio César, no estaban libres, también, de pecado para el aserto. En suma, con este preámbulo, deseo que el acercamiento a este libro sea plausible, ya que estamos ante una obra deseada y magistral, que merece todos los parabienes. ¡Sobresaliente! «Romani ueteres peregrinum regem aspernabantur». Puedes comprar el libro en:
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