Cuando en 1658 Jean Baptiste Poquelin (París, 15 de enero de 1622-París, 17 de febrero de 1673), Molière, llegó a la capital de Francia, tuvo la necesidad de que su compañía creada para provincias, pudiese imponerse y ayudarle para poder ser, en primer lugar autor de éxito en la corte de los Capeto franceses, y, a continuación, como comediante del Rey Luis XIV. Cuando estrenó, en el año 1662 la obra ‘La escuela de las mujeres’, ya era el autor más eximio de los escenarios cómicos de Francia, y, sobre todo, era el preferido del Rey Sol, quien terminó por concederle una pensión vitalicia (hacia finales de mayo o principios de junio del año 1663), que valoraba la categoría de este comediógrafo, ya que era el primer autor teatral al que se le concedía tal galardón. “Cinco años, desde su llegada a París en 1658, necesitó Molière para imponerse, primero, como autor de éxito y, luego, como comediante del rey: el estreno de ‘La escuela de las mujeres’ (1662) lo consagró definitivamente como el autor del momento en los escenarios cómicos y el preferido por el rey. Su habilidad para concebir o sentar los cimientos en ese lapso de tiempo de dos géneros nuevos, así como sus dotes de estratega de la comunicación, quedan demostrados durante ese quinquenio y otorgan a Molière la posibilidad de exhibir, con sus grandes obras posteriores, su capacidad para convertirse en el comediógrafo del siglo y marcar con su impronta la historia de la comedia en los siguientes. Con Molière suben al escenario preocupaciones que nunca antes lo habían hecho, dando sentido nuevo a una comedia de costumbres cuyo objetivo principal ya no es un divertimento simple, sino que suma, a ese reflexión sobre hechos de la vida social, una carga burlona y crítica que afecta a la vida moral. Aunque la lección de ambas ‘Escuelas’ sería parecida: el amor es un gran maestro ‘que vuelve inventivo’ y enseña a superar cualquier impedimento a la niña más ignorante, frente a los defensores de la rigidez moral opuestos al cambio en los usos sociales, ‘La escuela de las mujeres’ supone, sin embargo, un salto cualitativo en el terreno escénico, no solo respecto a ‘La escuela de los maridos’, sino también a la construcción de la comedia como género, superando el esquematismo de la farsa italiana y dando a la comedia el estatuto de pieza mayor”. En las riberas del río Sena, se crea una sala de teatro, en la parte este del Palacio del Louvre, en el PALAIS-ROYAL, ya existente, construida por el gran cardenal Richelieu e inaugurada en 1641, pero en este momento histórico se encuentra en una situación desastrosa, ya que no había sido utilizada en tiempo, estando las vigas abovedadas putrefactas y el patio de entrada ruinoso. No obstante, tenía su historia, ya que había sido la vivienda de un personaje histórico sumamente triste, y me estoy refiriendo a la Reina Enriqueta María de Inglaterra, hija de los reyes franceses Enrique IV “el Bueno” y María de Medici, durante el tiempo de su viudedad; ya que a su esposo Carlos I Estuardo de Inglaterra le habían cortado la cabeza por orden del Dictador Oliver Cromwell. A su última hija Enriqueta Ana de Inglaterra (1644-1670) le sería dedicada la obra de ‘La Escuela de las Mujeres’. Sea como sea, Molière está ya muy seguro de sí mismo, aunque debe tener cuidado con el gran fautuor de la cultura, sobre todo musical y del ballet, y tratar de agradarlo, para no ser devorado por su soberbia autoritaria, y me estoy refiriendo al Superintendente de la Música del Rey Luis XIV, que no es otro que Jean Baptiste Lully. El 23 de enero de 1662, un cuarentón, como es ya Molière, se matrimoniará con una joven veinteañera que se llama Armande Béjart, enlace marital realizado casi en secreto, y que nada tiene que ver con el que se celebrará días más tarde, y al que sí asisten los reyes y la corte en pleno, en este caso será la boda del compositor J. B. Lully. La boda de Molière sí supuso un escándalo para la puritana, por lo menos públicamente, sociedad de París del momento. El comediógrafo goza ahora de una situación económica más que desahogada, y se le puede considerar un hombre rico, como para poder defenderse. Está claro que la experiencia vivencial de J. B. Poquelin se encuentra en el análisis sociológico que realiza en sus obras de teatro, criticando lo absurdo de muchos de los comportamientos sociales de aquella sociedad parisina, que un siglo después, más o menos, guillotinaría a sus reyes y hasta al propio régimen. Y, como era de esperar, algunos de los prebostes culturales de la época, como Corneille o Racine se sentirán aludidos. “Para los Corneille, Molière era un autor cómico que, con los trucos de la farsa, tocaba temas serios y estaba removiendo la teoría misma de los géneros; las ideas sobre la tragedia que aparecerán en ‘La crítica de la Escuela de las mujeres’ dan cuenta de ese contencioso entre Corneille y Molière”. Por consiguiente, las obras del comediógrafo serían tratadas como carentes de moralidad o, inclusive, de escandalosas, y así sería calificada ‘La Escuela de las mujeres’, este juicio de valor provendría del príncipe de Conti. Asimismo D’Aubignac, otro teórico del teatro, calificaría, sin ambages, de farsas impúdicas y de comedias libertinas a las obras de Molière, apelando a los reyes para que reanimen las antiguas buenas costumbres. Cuando reponga la obra, la ironía del autor no se recatará para presentarla acompañada de la obrecilla titulada ‘crítica de la Escuela de las Mujeres’, que contiene toda esa batería de acusaciones y de burlas realizadas contra su obra. El autor ya puede contraatacar; aunque evita referirse a las ofensas que se realizan contra su propia persona. A favor de sus comedias tiene: goza del favor real, y al disponer de una compañía teatral propia puede levantar el telón cuando le plazca. Ambas obras serían editadas por el propio J. B. Poquelin, la relativa a las féminas el 20 de agosto de 1661, y la de los maridos en marzo de 1663. Molière no se molestó en revisarlas o corregirlas. Por todo ello, recomiendo vivamente estas obras de teatro social del siglo XVII, que son un tratado importante de sus costumbres. Edición exquisita y cuidada, que merece todos mis parabienes. «Senatorii ordinis, sed qui non dum honorem capessisset». Puedes comprar el libro en:
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