El Real Jardín Botánico dispone de una biblioteca con un fondo magnífico de libros antiguos de botánica gracias a su rica y prolongada historia. Gran parte de dicho fondo comenzó a ser accesible digitalmente en 2005 y desde entonces no han dejado de incorporarse nuevas obras. Aglutinan la ciencia botánica y la medicina antigua preservadas en los códices. Pero ya antes, la Edad Media nos había dejado un legado científico y artístico de valor incalculable, preservado en una rica variedad de manuscritos.
Su colección es un viaje en el que el conocimiento médico fue siempre de la mano del arte: la descripción de una planta requería siempre de una inequívoca y minuciosa ilustración. Con el paso del tiempo, la mezcla de culturas que conformaban la sociedad medieval generó cierta confusión en la denominación de las plantas medicinales. Por ello, resultaba fundamental disponer de una herramienta común de comunicación. De este modo nacieron los «tesauros» ilustrados de botánica, donde la imagen toma todo el protagonismo en detrimento del texto.
Entre los ejemplares, muchos digitalizados, está el códice de Gherardo Cibo (1512-1600), artista y botánico, que recoge una selección de textos botánicos y médicos tomados de los Discorsi, Pietro Andrea Mattioli con más de 160 fascinantes miniaturas de plantas y paisajes que se encuentran entre las más bellas del Renacimiento.
En sus Discorsi, Mattioli tradujo al italiano el De Materia Medica de Dioscórides (siglo I d. C.), añadiendo extensos comentarios a partir de su experiencia directa y de la tradición médica, tanto culta como popular. La obra se convirtió en un recurso imprescindible para los médicos y herboristas que no conocían las lenguas clásicas. Por su parte, Cibo, gran lector y admirador de la obra de Mattioli, copió pasajes enteros con su clara letra, aportando sus propias observaciones, anécdotas y leyendas, e ilustrándolos con imágenes botánicas realistas y refinadas. En sus espléndidas miniaturas se aprecian las diversas especies de plantas destacadas en primer plano, en paisajes coloridos y vívidos que retratan su hábitat natural.
El manuscrito de Gherardo Cibo es una reelaboración inusual de la obra impresa de Mattioli que deslumbra por la belleza de sus miniaturas. Es una contribución artística de gran originalidad, tanto para la incipiente ciencia moderna como para la historia de la ilustración botánica y paisajística.
Así, el herbario de las Grandes horas de Ana de Bretaña (1503-1508) contiene la primera ilustración de la calabaza en Europa, recién llegada de América.
En los siglos XIV y XV ocupó un lugar primordial, se trata del Tacuinum Sanitatis, un tratado de salud muy difundido cuyo contenido sigue siendo, sorprendentemente, de gran actualidad. Basado en las tablas que el médico cristiano nacido en Bagdad Ibn Butlân escribió en el siglo XI durante una epidemia de peste, la obra gira en torno a seis elementos ―y su equilibrio―, para mantener la salud y evitar el estrés: la comida y la bebida, el aire y el ambiente, el ejercicio y el reposo, el sueño y la vigilia, las secreciones y excreciones de los humores y los movimientos o afectos del ánimo. La obra se ilustró con escenas de recolección de hierbas, plantas y frutos, elaboración artesana y venta de productos… Un bellísimo álbum que nos da una visión muy completa de la vida cotidiana en la Edad Media.
Con el Renacimiento italiano se inician nuevas traducciones, estudios y comentarios a obras botánicas de los padres de la medicina: se trata de una verdadera época de redescubrimientos médicos. Carlos V no dudó en dejar bien patente su firma en tres de sus folios del Libro de los Medicamentos Simples. Su texto, que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica, está ilustrado con pinturas realistas propias de ese periodo.