Uno de los momentos más tétricos del pasado siglo XX es narrado en este magnífico ejemplar de la editora Siglo XXI, rigurosa siempre en lo que ofrece; además el volumen enjundioso, como pocos, está a cargo de la pluma precisa, en todos estos temas históricos, del profesor Sir Martin Gilbert, fallecido en el año de 2015. Estimo de justicia comenzar esta reseña-ensayo con la sinopsis de la propia editora, contenida en la contraportada: “El 7 de noviembre de 1938 un joven judío, enfurecido por la expulsión de su familia de Alemania, entró en la embajada alemana en París y disparó cinco tiros contra un diplomático de bajo rango. Tres días después, el diplomático había muerto y Alemania fue presa de una violencia antijudía hábilmente orquestada. A primeras horas del día 10, estalló en las ciudades, pueblos y aldeas de todo el Tercer Reich una ola de destrucción coordinada. Las consecuencias de aquella aterradora noche fueron desastrosas para los acosados judíos de Alemania. El eminente historiador Martin Gilbert ofrece, en la presente obra, una exposición meticulosamente documentada y absolutamente apasionante de aquellas horas en las que se destruyeron más de un millar de sinagogas, se saquearon decenas de miles de tiendas y hogares judíos, y se capturaron más de 30.000 hombres judíos que fueron conducidos a campos de concentración. ‘La noche de los cristales rotos’ relata el comienzo de la erradicación sistemática de un pueblo, punto de partida del Holocausto que habría de venir a continuación”. Es curioso y, probablemente, cínico, pero en el Juicio de Nüremberg los jerarcas nacionalsocialistas, con Hermann Göring a la cabeza, manifestaron que aquel hecho lamentable y, económicamente, equivocado, había sido un error mayúsculo, y cargaron todas las responsabilidades sobre todo en las espaldas de Joseph Göbbels, Heinrich Heydrich y Heinrich Himmler, pero ninguno de ellos estaba vivo como para poder replicar. En algunos estudios se indica que el funcionario asesinado, Ernst vom Rath, aunque militante del NSADP, se había escorado ya hacia la incipiente oposición. Sea como sea, murieron 91 judíos por las palizas y agresiones recibidas, ¼ parte de todos los varones hebreos alemanes, y más de 30.000 fueron conducidos a campos de concentración, de los que más de un millar ya no saldrían vivos, entre los 16 y 60 años de edad; un buen número de ellos habrían participado en la Gran Guerra de 1914 a 1918 luchando por su Alemania natal. Pero, pudiera ser que todo ya estuviese orquestado, a priori, por el NSADP, y solo se esperaba que se produjera la nota discordante para comenzar a eliminar a aquellos judíos, que eran y se sentían alemanes, mayoritariamente conversos al cristianismo luterano o católico. No obstante, el mundo occidental reaccionó horrorizado ante aquella barbarie, que se estaba produciendo en el país de Goethe, de Beethoven, de Kant, de Bismarck, y de tantos otros personajes más o menos ilustres. Obviamente, en el otro régimen genocida y criminal por antonomasia del momento histórico, el estalinista de Josef Stalin, hubo cierto regocijo. “El acontecimiento, que no tardó en conocerse como la Kristallnacht, ‘la noche de los cristales rotos’, recibió amplia cobertura en la prensa internacional, que reaccionó con repugnancia ante lo que había presenciado. Marcó el momento en que el nazismo no pudo considerarse otra cosa que una fuerza política maligna, el momento en el que perdió toda apariencia residual de respetabilidad que pudiera haber tenido como movimiento político de bases. El mundo civilizado se sintió ultrajado”. A partir de ese momento histórico, al haber perdido los nazis la más mínima vergüenza por sus actos sociales, ya incalificables, comenzaron su cuesta abajo en la degradación moral más absoluta; entre los hebreos de cualquiera condición que se considere, comenzó a crearse un auténtico torbellino de destrucción criminal, hasta llegar al exterminio masivo de unos seis millones de ellos en toda Europa, con repito sin ambages, muchos de ellos cristianos de fe, verbigracia la monja carmelita Edith Stein. Este hecho no se produjo de forma incontrolada, sino tumultuaria y coordinada. Muebles, objetos de culto, libros sagrados, todo fue condenado a la hoguera, perdiéndose para siempre un muy preciado bagaje cultural. Los nacionalsocialistas consideraron aquello como un triunfo necesario frente a aquellos, especie de ilotas, que no eran ni tan siquiera personas; aquella noche los judíos alemanes sintieron pavor y tristeza por lo que, de forma totalmente inesperada e inmerecida, les estaba ocurriendo. Se acostaron siendo alemanes, y se levantaron no siéndolo, y sin explicarse que es lo que habían hecho mal para recibir aquel trato. La estatua de un cristiano, con antecedentes hebreos, fue eliminada de su ciudad, Leipzig, Félix Mendelssohn, con gran escándalo de su burgomaestre, Carl Gördeler, que a partir de ese momento y tras dimitir, se colocó ya en la directa oposición contra Adolf Hitler y su movimiento nacionalsocialista. Este comportamiento colocó ya, sin solución de continuidad, al régimen del Führer Adolf Hitler en la picota del resto de los países occidentales. El prof. Gilbert recuerda que casi cuatrocientos años antes, en el año 1543, el ex-fraile agustino, el ínclito Martín Lutero, en su carta pastoral ‘SOBRE LOS JUDÍOS Y SUS MENTIRAS’ recomendaba, sin circunloquios, que las sinagogas de los judíos alemanes: “deberían ser incendiadas, y todo aquello que no anda debería ser cubierto enterrado con tierra para que no queden a la vista ni una pavesa ni una roca. Y esto debería hacerse por el honor de Dios”. El joven asesino de París, sería juzgado y encerrado en campos de concentración, donde el tortuoso espíritu de Gobbels buscaría concomitancias entre la homosexualidad de Herschel Grynszpan y el hecho de ser judío. El libro, magnífico, presenta una importante cantidad de testimonios de lo que ocurrió; además, no todos los alemanes estuvieron de acuerdo con aquello, por ejemplo el sacerdote católico Bernhard Lichtenberg (asesinado cuando era deportado a Dachau) desafiaba al nazismo rezando por los judíos y por los prisioneros de los campos de concentración todos los días en sus misas, etc. En suma, recomiendo vivamente esta obra, referencia fehaciente de lo que ocurrió aquella noche. ¡Sobresaliente! «Intellectus appretatus discurrit qui rabiat. ET. Dicebatur». Puedes comprar el libro en:
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