En su última novela, ‘Aniquilación’, Houellebecq parodia ese cruce de corrección política y ceguera global como un “totalitarismo imbécil”. Afecta al conjunto de las democracias sin discriminar partidos, todos unidos en el acatamiento de los mantras dominantes, por más que deparen consecuencias desastrosas. Tanto da los preceptos de la ideología woke o la manera de abordar el cambio climático en orden al nuevo despotismo ilustrado, pródigo en eslóganes, perfectamente insolvente en soluciones.
Así como los incendios se combaten en invierno, previéndolos, y las sequías con planes hidrológicos eficientes, no con lamentaciones, ocurre otro tanto con las estrategias energéticas. Treinta años cantando los parabienes de las energías limpias, invirtiendo miles de millones en parques solares y aerogeneradores. Llega el primer choque con la realidad y sucede que nuestra existencia sigue dependiendo del gas y el petróleo. Ahora también de la energía nuclear, ayer demoniaca, hoy angelical.
¿Cómo resolver la contradicción? Aprendamos de Biden. En despecho de un estado de salud tan agónico como su popularidad, no ha vacilado en vestir de verde la Casa Blanca. De hoy para mañana, la mayor inversión de la historia en energías limpias, 400.000 millones. ¿De dónde proceden? Subirá los impuestos, ya lo sabemos. ¿Sabemos también que EE.UU. se ha convertido en el primer exportador mundial de gas licuado obtenido mediante fracking, y que el fracking libera ingentes volúmenes de metano, el gas que más agrava la crisis climática? Ningún problema, la no menos verde Europa paga -su precio acumula un incremento del 200%-, y calla.
“Cuando la marea se retira es cuando se ve a los que nadaban desnudos”, vaticinó Warren Buffet en 2008, durante la crisis de las ‘subprime’. La que nos aflige hoy resulta bastante más drástica. Cuando se retire el dogma y la falacia de la corrección incorregible, los que nadaban desnudos se habrán puesto a salvo. En la playa sólo quedarán sus víctimas.
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