Un curioso libro, delicado e inteligente, dedicado a una serie de mujeres, que tuvieron o conformaron parte de la Historia del SPQR o Roma o Senatus Populusque Romanus. Rigor y divulgación en la biografía de todas esas mujeres, importantes en el momento histórico que les tocó vivir, ninguna de ellas fueron acomodaticias, sino reivindicativas, inclusive llegando hasta a la confrontación bélica, como fue el caso de la britana Boudica, una fémina muy importante historiográficamente hablando. El propio libro nos indica el sendero a seguir: “PARA ELLAS EL DESTINO ES OTRO. SOBRE ELLAS SE CONTARÁN HISTORIAS. FULVIA, CLEOPATRA, LIVIA, MEDEA… ROMA TIENE NOMBRE DE MUJER Y, SIN EMBARGO, LA HISTORIA A MENUDO SE EMPEÑA EN RELEGARLAS A UN PAPEL SECUNDARIO, CUANDO NO AL DE MERAS ESPECTADORAS. EL IDEAL DE MUJER ROMANA SIEMPRE DEMANDÓ QUE FUERAN CAPACES DE GESTIONAR LA ECONOMÍA DOMÉSTICA, BUENAS CONVERSADORAS, GRANDES CONOCEDORAS DEL ARTE Y LA CULTURA…, PERFECTAS ANFITRIONAS Y MODESTAS COMPAÑERAS. PERO LAS DE ESTE LIBRO SON OTRAS HISTORIAS: LAS DE JÓVENES QUE SE ATREVIERON A SER GLADIADORAS O, PEOR AÚN, ¡ACTRICES! LAS DE MUJERES QUE NO SE CONFORMARON CON SER ‘LA ESPOSA DE’ O CON DAR A LUZ A EMPERADORES, SINO QUE DECIDIERON QUIÉN DEBÍA OCUPAR EL CARGO O, INCLUSO, DOMINARON EL DESTINO DEL IMPERIO DESDE LAS SOMBRAS. ESTAS SON LAS HISTORIAS DE ESAS MUJERES, CORRIENTES O EXCEPCIONALES, TESTIGOS DE UNA ÉPOCA EXCESIVA, IRREPETIBLE, Y SEMILLA DE LO QUE SOMOS HOY”. La historia del SPQR o de Roma, ab urbe condita, es paradójica y sorprendente, asimismo se puede indicar la de su enemiga Cartago, aunque una provendría de un varón, Eneas el troyano, y la otra de una fémina, Dido-Elishat la tiria. Los romanos deciden cual será su pasado, y se fijan, míticamente, en la violación de la joven Lucrecia. Esta mujer es la que define lo esencial de la domina romana. “La joven Lucrecia pasea por el atrio de su domus. Es la viva imagen de una mujer honesta, hermosa y hacendosa que se ocupa de las labores del hogar. Su peplos de lana es de un color blanco tan puro, sus gestos tan comedidos y perfectos, que no parece real. Y no lo es”. Los romanos consideraban este relato, como la esencia de su devenir histórico, es lo mejor posible que les podía ocurrir. Y, porque no decirlo, es el espejo en el que se deberán mirar, a lo largo de toda la Historia de Roma, todas sus mujeres. La élite patricia romana se encargará de relatar el hecho y respetarlo con el necesario subrayado. Con este comportamiento, tenemos la certidumbre histórica de que es lo que opinan los romanos sobre sus mujeres. La época republicana es la más conspicua de la Historia de Roma, sería Gayo Julio César quien la arrumbaría y acabaría con esa fórmula política, alumbrando al Principado y luego al Imperio. Lucrecia cumple con las funciones que los romanos atribuían a sus mujeres, la laboriosidad la define, ya que se pasa las horas muertas hilando lana, y luego la tejerá en el típico gran telar de los romanos. Las mujeres romanas corrientes eran invisibles fuera de su hogar; el tedio y la rutina continúan día tras día, hasta que un día llega un invitado a su hogar, se llama Sexto, quien no es romano sino etrusco; ya que en ese momento de la historia, los romanos están siendo gobernados por una monarquía proveniente de la vecina Etruria; fenotípicamente es un sujeto muy poco recomendable, y la narración de Tito Livio, en AB URBE CONDITA, nos lo define sin ambages. El marido de Lucrecia está de viaje, y este personaje es el hijo del monarca de Roma de la época, a saber Tarquinio “el Soberbio”. Cuando anochece, Lucrecia se encuentra sola en su cama, cuando nota que alguien se ha acostado a su vera, es Sexto Tarquinio que la amenaza con un cuchillo en la garganta; consumada la violación, Lucrecia llama a su padre y a su esposo, que buscan la venganza, pero no pueden detener su autoinmolación. Este es el origen obvio de este estupendo volumen, digamos el substrato sobre el que se va apoyar para narrar la evolución histórica del resto de las romanas analizadas. Para los romanos sus mujeres no debían ser públicas, y solo hablaban de ellas cuando se comportaban de forma varonilmente inapropiada, aunque muchas de ellas serían importantes en la historia antigua; verbigracia: Cleopatra VII, proverbiales sus relaciones con Julio César y con Marco Antonio, y su acusada personalidad de tener claro que ella era la reina de Egipto. Livia Drusila, la segunda esposa del Emperador César Augusto y la primera mujer romana divinizada, madre del emperador Tiberio, conseguiría controlar todos los entresijos del Estado romano y su hijo sucedería a Augusto. Agripina “la Menor” es la madre del emperador Nerón, también es ambiciosa y desea ver a su hijo en el trono del SPQR, lo conseguirá aunque tenga que sufrir a su hermano Calígula, y matrimoniarse con un atrabiliario emperador Claudio; esta ambición la pagará con su propia vida. Julia Mesa fue la hermana de Julia Domna, esta última es la esposa del emperador cartaginés de Roma, Septimio Severo; y formando parte de una familia con mucho poder y predicamento, sus hijas Julia Soemias y Julia Mamea serían madres de emperadores, la primera de Heliogábalo y la segunda de Alejandro Severo; al igual que su hermana sería deificada tras su muerte. La poetisa Safo de Mitilene escribió aquello de: ‘ALGUIEN SE ACORDARÁ DE NOSOTRAS CUANDO HAYAMOS MUERTO’. Durante siglos la Historia no le dio la razón, pero en la actualidad los historiadores nos acercamos, sin ambages, a las mujeres de la Historia Antigua y Medieval, para otorgarles carta de naturaleza y colocarlas en el lugar que les corresponde, ni más ni menos. Todo ello está contenido en este libro más que esclarecedor, y muy necesario para tener un conocimiento divulgador y riguroso de un número de mujeres que vivieron o se relacionaron con la Roma en la Antigüedad. Por consiguiente mi felicitación al autor por ello. «Glaudius Domini super terram cito et velociter». Puedes comprar el libro en:
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