Los profesores Jerónimo Ríos y José Manuel Azcona coordinan una obra coral en la que, una pluralidad de investigadores y profesores procedentes de diversas disciplinas académicas, nos explican la génesis y el desarrollo de un actor fundamental en la reciente historia de América Latina: las guerrillas. Al comienzo del libro se plantean un reto de enjundia que cumplen de manera más que satisfactoria: “hemos asistido, en efecto, en numerosas ocasiones a un mar de emociones en torno a esta temática que ha tapado el análisis certero, científico, académico (…) Por tanto, hemos intentado sacar a cada guerrilla latinoamericana de su hálito de romanticismo para ubicarla en el campo de la academia” (Ríos y Azcona, p. 6). Así, además de una redacción fluida que huye del metalenguaje, encontramos una abundancia de fuentes bibliográficas que reflejan el sobresaliente conocimiento del objeto de estudio por los autores. Aún con sus diferencias, todas las guerrillas latinoamericanas mostraron ciertos rasgos casi comunes. En primer lugar, su actuación durante un contexto geopolítico muy concreto como fue la Guerra Fría, aunque algunas de ellas, por ejemplo, Sendero Luminoso o las FARC, también desarrollaron sus actividades en plena Posguerra Fría. En segundo lugar, la gran característica que permeó por todas ellas fue la influencia ejercida por el binomio marxismo-revolución cubana. En efecto, el éxito del dúo formado por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara trató de ser emulado en otros enclaves de la región, lo que implicó el empleo de la violencia, legitimada por esa finalidad revolucionaria, y supuso un desprecio de los mecanismos tradicionales de participación política, aunque estos últimos en algunos países estaban lejos de garantizarse, cabe matizar. Al respecto, uno de los líderes de los Tupamaros uruguayos, Raúl Sendic, se expresaba en los siguientes términos: “hoy en día nos podría dar más garantías individuales un revólver bien cargado que toda la Constitución de la República y las leyes que consagran derechos juntos” (Pinta, p. 222). A partir de ahí, las diferencias entre las guerrillas se manifiestan de forma tangible, en particular en lo que concierne a su evolución e influencia. Por un lado, algunas fueron derrotadas en el contexto de sangrientas guerras civiles en las que las vulneraciones de los Derechos Humanos formaron parte del paisaje. Por otro lado, tenemos aquellas otras que aceptaron la democracia y sus reglas del juego, compitiendo en distintos procesos electorales, un fenómeno iniciado en los años 80s y que llega hasta nuestros días. Tal fue el caso de los Tupamaros, FMLN y FSLN: “el sandinismo logró unir en una misma organización el legado histórico de Sandino, el marxismo y las corrientes ideológicas provenientes de la nueva izquierda latinoamericana posterior a la revolución cubana, las revoluciones del 68 y la teología de la liberación, en un país donde el uso de la vía armada contaba con un tradicional arraigo” (Sánchez Iglesias, p. 47). Ocupando una suerte de “tercera vía” encontramos países (Colombia) y guerrillas (FARC) en los que el panorama actual dista mucho de su completa normalización y estabilización. Como hemos subrayado, el sueño de la revolución se hallaba presente en el modus operandi de estas guerrillas, aunque no siempre contaron para tal empresa con un apoyo social mayoritario; de hecho, lo normal fue lo contrario. En consecuencia, el proyecto que perseguían respondía más a los deseos de una elite minoritaria. A pesar de este inconveniente estructural, guerrillas y guerrilleros se arrogaron la representación de los intereses de la nación en conjunto, en cuyo nombre decían hablar y actuar. En este apartado, el lenguaje jugó un rol clave a la hora de elevar a la categoría de héroes y de mártires a ciertos protagonistas cuyo mérito principal radicó en asesinar a sangre fría a un adversario al que previamente habían estigmatizado. Tal fue el caso del montonero argentino Fernando Abal Medina descrito por sus compañeros tras su muerte en un enfrentamiento con la policía en los siguientes términos: “era una claro y típico exponente de un militante revolucionario en un país semicolonial. Su antidogmatismo, su heterodoxia ideológica, fruto de las distintas vertientes de su formación política, lo hacían naturalmente abierto a la comprensión de las formas específicas que los caminos de la liberación planteaban a los argentinos al fin de la década de los sesenta” (Azcona, p. 204). En la obra también se diseccionan con precisión aspectos que chocan frontalmente con algunos tópicos que existen cuando se analizan cuestiones relacionadas con guerrillas y organizaciones terroristas. Uno de ellos alude a la tendencia a ubicar a sus integrantes en los escalafones más bajos de la pirámide social. El MIR chileno contradice esta idea, en tanto en cuanto, sus principales dirigentes desarrollaban estudios universitarios y procedían de familias acomodadas y bien relacionadas con los diferentes gobiernos democráticos del país andino. En íntima relación con la idea anterior, otro mantra que finiquita de raíz esta obra es aquel que señala que guerrillas y organizaciones terroristas surgen en el interior de regímenes autoritarios y dictatoriales. En algunos casos así es y aparecen explicados en profundidad en el libro que tenemos entre manos. Sin embargo, hay excepciones a esta suerte de teoría con pretensiones de generalidad. En Perú, Sendero Luminoso perpetró sus primeros atentados terroristas justo el mismo día en el que la democracia regresaba al país (1980), aunque durante los años previos la organización liderada por Abimael Guzmán había reverenciado sin ambigüedad el uso de la violencia. Con todo ello, ante este escenario de violencia generalizada que mostraba evidente vocación de permanencia, ¿qué reacciones se produjeron? Al contrario de lo que constituye una constante en la actualidad, esto es, la cooperación entre gobiernos y entre organizaciones supranacionales, la época que cubre esta obra se caracterizó por el fenómeno inverso. No nos encontramos ante un rasgo sólo visible en América Latina. En efecto, como también ocurrió en Europa occidental, la legislación de excepción fue la principal medida adoptada por las autoridades gubernamentales, junto con otra herramienta que en la región latinoamericana sí cobró personalidad propia: el recurso a la represión por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad, sin olvidar el rol desempeñado por grupos paramilitares. Aquellas no se hallaban capacitadas para abordar un fenómeno tan novedoso como el que constituían esas guerrillas y grupos terroristas, cuya magnitud fue subestimada, como se apreció en el caso de Sendero Luminoso: “además, contó con la desidia del gobierno entrante, de las organizaciones políticas de las izquierdas democráticas que se presentaron a las elecciones, los medios de comunicación y la sociedad. Las acciones de la violencia senderista se instalaron sobre todo en la periferia del poder político concentrado en la ciudad capital: Lima. Mientras no se sintió amenazada no prestó atención ni interés a lo que sucedía en sus márgenes” (Sánchez, p. 154). Como resultado de este proceder, se perpetraron innumerables violaciones de los derechos humanos en forma de asesinatos aún sin resolver y de desaparecidos, como refrendan los casos de las dictaduras chilena y argentina. En definitiva, una obra oportuna, necesaria y rigurosa desde el punto de vista académico que nos acerca el complejo pasado inmediato, lo que nos permite comprender el presente plagado de interrogantes que se observa en América Latina. Los autores reivindican el método científico y se desmarcan deliberadamente del buenismo que tiende a emerger cuando se abordan objetos de estudio como las guerrillas. Esa presencia del buenismo suele dar como resultado una empatía que de una forma u otra justifica las acciones del guerrillero, aunque aquellas estén guiadas por el uso sistemático de la violencia. Puedes comprar el libro en:
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