Con "Toda la violencia" de Abraham Guerrero Tenorio se adentra por asuntos cotidianos que nos afectan como seres humanos, en su violencia, en su fiereza o en su pálpito, y los singulariza tratándolos con una mirada propia, y acaso desconocida, y dotándolos de un sentido nuevo con un discurso coloquial e imágenes desnudas, siendo lo humano el discurso que las anima y permite ver el latido profundo de una existencia. Está estructurado en cinco apartados (“violencias”) que van desde el ámbito más familiar al más social. En aquel se hallan presentes las relaciones padre-hijo, con un deje de ironía. Un lenguaje a veces descarnado donde mezcla una visión bastante realista con sensaciones poderosas que hablan de violencia, venganza y la rémora del ser. También hay referencias al abuelo a punto de morir, a la abuela, a la madre… con una extraña ternura, como cuando describe a esta y finalmente dice: “Qué lástima cuando ya no esté,/ mi madre,/ con todo lo inmortal que es la palabra madre”. A veces este ámbito se llena de incomunicación familiar y por momentos con una áspera visión crítica. También el mundo de la mujer se halla muy presente en su cansancio, en su desgarro, con un lenguaje que aglutina enumeración de sintagmas para precisar una atroz violencia (ese principio que guía el libro), incluso trasladada al acto amoroso: “El tacto de una lengua roja sobre/ un cuerpo oscuro. El tiempo fustigado./ Las uñas en la carne. El resuello/ de dos pechos sonando en el silencio”. Tiene la habilidad para la creación de imágenes impactantes como en “Ave rapaz”, con la simbología de una empatía tan consistente. En otras puede ser una especie de oda a las zapatillas abandonadas en cualquier lugar y con las que hace el símil de dos ataúdes. En todas las situaciones siempre hay un recóndito sentimiento que late en el poema en torno a situaciones existenciales que causan todo tipo de zozobra o solidaridad en el escritor, con un lenguaje directo y un tanto despojado o de un singular lirismo muy cautivador, como en “La caricia”, donde nos muestra la imagen de alguien que se asfixia en los brazos del sujeto poético mientras avanza en su ojos la muerte: “Y se los fui cerrando lentamente,/ con las yemas heladas de mis dedos/ cayendo/ sobre sus párpados,/ como si mi caricia fuera/ el peso rotundo y sombrío/ de una losa de mármol”. El poemario va surcando sutilmente por toda suerte de imágenes que nos anuncian algún tipo de dolor o muerte con la tranquilidad de todo lo cotidiano, con su humanidad y su daño. Pero también puede haber momentos para la ironía, como en “Pilates”, o la referencia a los padres que continuamente hablan de sus hijos pequeños mientras el sujeto poético se centra en la crematística y vulgar realidad. El discurso metaliterario desmitificador se halla presente en “Escribir” al definirlo como: “Es esperar/ la quimera de un premio,/ el dinero preciso que convierta el poema/ en una nómina,/ números que exhibir con mis amigos/ para que así se crean que hay trabajo/ en mi silencio”. Y siempre con la ansiada búsqueda de la autenticidad y el milagro de la palabra sobre cosas importantes. Recuerda a Borges y el mundo del ciego, la angustia de no poder dormir, o a Bolaño y su hijo sobre las rodillas mientras escribe y esa imagen de la deriva de la noche y el resplandor de la pantalla del ordenador. Y desde luego la contemplación de la muerte con absoluta naturalidad como “Treme”: “Si he de morir que ocurra en Treme/ y que mi muerte sea una anécdota que mis hijos/ cuenten a sus amigos, mientras juegan/ y comen gumbo en el porche grande/ de la casa de madera blanca que siempre soñamos”. Lo social está muy presente en el último apartado, en poemas como en “Ceceo” o “Chicos de barrio”, donde la sombra del paro se hace presente: “Hoy algunos, en paro y sin salida,/ sentados en los bancos de la plaza/ se miran las uñas y se preguntan/ qué hacer con tanta tarde entre las manos”. La realidad de los jóvenes que tratan de fabricarse su destino en “B2”, la búsqueda del funcionariado en muchos de ellos, los problemas para poder cuidar a los hijos, o bien los bienes que sus padres les ofrecieron a sus hijos y los que ellos les ofrecen: “Nosotros,/ estirpe de padres sin hijos/ ofrecemos nuestras manos vacías”. Un poemario que aborda la cruda realidad del presente con su desgarro, con su ternura, con su desolación y violencia, acaso con una naturalidad lírica que en su sencillez potencia el acto creador y le da alas. Puedes comprar el libro en:
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