Una vida es, siempre, una obra literaria de primera magnitud. Y ello por cuanto una vida condensa, en sí, todos los argumentos posibles a que pueda aspirar una obra concebida con seriedad y rigor. Ahí está el hombre y su circunstancia, el hombre y su sentido de la circunstancia; el hombre, en fin, y su relación con la Naturaleza. Todos los hilos que tejen la trama de la figura, de la obra que ha de ser conocida. El caso del eminente científico Santiago Ramón y Cajal resulta, por lo demás, precioso no solo por su solvencia didáctica y práctica para la ciencia, sino porque aúna en sí rasgos añadidos que hacen especialmente atractiva su figura. Como quiera que su trayectoria vital sería tema prolijo y extenso el abordarla con carácter biográfico lineal, a mi entender conviene, a fin de tener una idea cabal y ontológica de su figura, el hacer unos extractos significativos de su trayectoria que sirvan al modo de mojones donde quede explícita y definida su personalidad. Y para ello qué mejor que hacer uso de sus propias palabras; este libro comprende, esencialmente, tres obras que le son atribuibles por autoría: la muy explícita ‘Mi infancia y juventud’. Un segundo volumen que tiene más la forma de ensayo donde da cuenta de las vicisitudes de su condición de médico y académico (ensayo basado en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales) y una última parte que recoge reflexiones desde la perspectiva de la edad, ‘El mundo visto a los ochenta años’ donde están patentes – por cierto, con prosa clara, directa, de rico contenido lingüístico- tanto ‘Las tribulaciones del anciano’ como, por ejemplo, las teorías de la senectud y de la muerte entre otras consideraciones. Ejerciendo de lector, puedo decir que he reparado de un modo genuino e interesado en algunos apartados que me han resultado especialmente reveladores. Sobre todo en lo que hace a lo que Zubiri denominaría ser sintiente y, al tiempo, al hombre comprometido con la ciencia, con la realidad social y con el sentido de trascendencia. Respecto de su enamoramiento, por ejemplo, escribe: “He aquí cómo conocí a mi futura esposa: de vuelta de un paseo por Torrero, encontré cierta tarde a una joven de apariencia modesta, acompañada de su madre. Su rostro, sonrosado y primaveral, asemejábase al de las madonas de Rafael, y aún mejor, a cierto cromo-grabado alemán que yo había admirado mucho y que representaba la Margarita del Fausto. Me atrajeron, sin duda, la dulzura y suavidad de sus facciones, la esbeltez de su talle, sus grandes ojos verdes encuadrados de largas pestañas y la frondosidad de sus rubios cabellos, pero me sedujo más que nada cierto aire de infantil inocencia y de melancólica resignación emanados de toda su persona” Un oportuno cuadro costumbrista trufado de romanticismo. Cuando alude a su país y a la concepción de su labor se expresa así: “En España, donde la pereza es, más que un vicio, una religión” (…) Y añade, al poco, “toda obra grande es el fruto de la paciencia y de la perseverancia, combinadas con una atención orientada tenazmente durante meses y aun años hacia un objeto particular. Así lo han confesado sabios ilustres (Newton, Darwin, Buffon) al ser interrogados en lo tocante al secreto de sus creaciones” Dígase aquí que, por el minucioso estudio –gráfico y teórico- acerca del sistema nervioso, Cajal fue merecedor del premio Nobel en 1906. “… y todo por abordar primeramente los pequeños problemas para acometer después, si el éxito sonríe y las fuerzas, las magnas hazañas de la investigación” De su capacidad de trabajo, prudencia en sus cometidos personales y dedicación a la labor científica habría de dar sobradas muestras a lo largo de su fecunda vida. De su noble preocupación social y educativa podemos señalar: “España no es un pueblo degenerado, sino ineducado. Una minoría gloriosa de intelectuales existió siempre y, aunque con escasez y esporádicamente, la Ciencia fue en todo tiempo cultivada. Nuestros males no son constitucionales, sino circunstanciales, adventicios. El problema de si la raza ibera es capaz de elevarse a las estrellas de la invención filosófica y científica es cuestión tan odiosa como molesta” Y basa la solución en la desaparición del analfabetismo y la generalización de la instrucción y el bienestar, como en Inglaterra y Alemania. Llegado ya a la senectud, y luego de una larga vida premiada de reconocimientos, “cierto día, después de una sesión fotográfica (él era un gran conocedor de la materia) la congestión cerebral alcanzó tal agudeza que me obligó a consultar al doctor”, quien había de ser resolutivo en su diagnóstico: “Amigo mío, ha comenzado la arterioesclerosis cerebral de la senectud” Ahora bien, pronto elaboró su respuesta personal: “Pero yo, que fui siempre terco y rebelde, decreté para mi capote, aunque sin gran convicción, que gozaba de buena salud. Me autogestioné una euforia rezumante por todas las expansiones de las neuronas cerebrales, y decidí trabajar, a pesar de los doctores y de la anatomía patológica”. Era consciente, no obstante, del duro desafío personal, y el viaje vital duró hasta el año de 1934. Natural del paisaje aragonés de montaña (Ayerbe como referencia), su rica y ejemplar vida le llevó hasta la edad de los 82 años de ciencia y bonhomía. Puedes comprar el libro en:
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