Crítico de cine, arte e ilustrador, Eugenio Rivera publicó en otoño de 2021 su primer poemario, titulado Memorias del derrumbe. Una obra que se suma a los trabajos gráficos y literarios del autor editados hasta la fecha. Antes de adentrarnos en la lectura de los versos que contiene este libro, no debe pasar inadvertido al lector atento el texto en prosa (poética) que, a modo de pórtico, surge como una declaración sobre el contexto íntimo donde debemos enmarcar la escritura de estos ochenta y nueve poemas. Unas palabras substanciales que no podemos perder de vista, ya que en esas breves líneas emergen varias claves para entender lo que el autor ha querido plasmar en estas Memorias. La poesía que descubrimos en estas páginas podría calificarse como poesía del desaliento, aunque la asunción misma de tal aflicción paradójicamente conlleva aquí cierto consuelo, una especie de bálsamo literario para el poeta. También la desaparición de todo temor, al que la luminosidad de la palabra poética quiere poner cerco. “Todo ha acabado. ¡Todo! Por sorprendente que sea ya no puede hacerse nada. Solo queda el vacío…”, escribe el autor sobre la forma en que llega a sentir su circunstancia personal al posicionarse frente al entorno. “Yo estoy muerto por completo. ¡Muerto al fin! /.../ Es el momento, el íntimo momento eterno, en el que puedo exhalar un suspiro de alivio y sacar a la luz sin miedo mis olvidadas Memorias del derrumbe”. El poeta se ve a sí mismo como una figura exánime, libre ya de las exigencias o peajes que impone la existencia, a la que solo el quehacer literario, materializado en estos poemas, parece poder rescatar del ocaso en que habita. Por ello, en estos versos hallamos “grito”, “deseos rotos”, “grietas abiertas”, “desencanto de las horas”, a un poeta que nos dice: “muero vivo / bajo mi muerte desnuda”, como apunta en el poema ‘En el callejón del grito’. El tono general de los poemas que podemos leer a continuación es similar. Es el caso de ‘Jardín cerrado’, ‘Derrotero huele a derrota’, ‘La espera’, ‘El árbol de los deseos’, ‘Calle Toledo’, o ‘Latón para muerte y alcoba’, donde encontramos versos espléndidos: “Un escaso tic-tac taladra mi sombra / que azul y mortal esculpe su duelo” (del poema ‘La espera’), “Sabe como todos los árboles / que mis manos buscan inútiles consuelos / para el tiempo vacío de las alarmas.” (del poema ‘El árbol de los deseos’) o bien “Un cadáver que se me parece sospechosamente / usurpa mi cuerpo fingido sobre la cama /…” (del poema ‘Latón para muerte y alcoba’). Con un lenguaje actual e hilvanando imágenes que refuerzan el discurso poético, Eugenio Rivera nos ofrece poemas como ‘Vestido de adelfas’, con matices característicos de la literatura de la primera mitad del siglo XIX: “El alegre río de las palabras / abraza febril tu cuerpo lírico. / Mi mano ya solo podrá alcanzar / tu triste vestido de adelfas”. Versos que ahondan en las simas por donde se precipita la dolorida memoria del poeta y en los que parecen emerger resonancias actualizadas de Goethe o Byron. Al igual que en la literatura del romanticismo, atisbamos una idea de lo sublime anclada en un desconsuelo, sin límite preciso, que turba y conmueve el espíritu del poeta. Pero el autor va a ir más allá, al querer aventurarse también entre esas ásperas esferas por las que transitaron algunos de los poetas del impresionismo francés, como elucidó Arnold Hausser en su Historia social de la Literatura y el Arte. De esta forma, en ‘Poemas para matar golondrinas’ hacen acto de presencia los “poemas recónditos y maléficos” que Rivera nos brinda “impúdicos” y desea abrirlos “como una flor negra”. No es de extrañar por tanto que aparezcan referencias a Charles Baudelaire o a Arthur Rimbaud. “Tras la herida abierta / de las alambradas” exhibe ahora el autor su “barata desnudez de plástico” (del poema ‘Flores de plástico’). En la misma órbita, por dar dos ejemplos, están los poemas ‘Los versos yacen fríos’ (“Los versos yacen fríos / en su tumba magnífica / hasta que la magia de tu voz / los levanta en el aire”) y ‘Crepúsculo mudo’ (“Los gritos de los ojos ciegos / llenan de óxido y limo / la caja de los sueños”). Del mismo modo, evoca a Rimbaud como camarada “en el Infierno”, donde el poeta, según nos hace saber en el poema ‘Infiernos’, “ha pasado la friolera / de treinta y tres años en semejante lugar/…” Igualmente, se llega a percibir en algún momento una actitud contracultural e iconoclasta: “dame un poema-martillo / que en mis manos sea capaz / de abatir todos esos pomposos / mausoleos policromados / y con sus escombros / permíteme construir / una delicada flor de barro / a tus pies.”, escribe Rivera en el poema ‘Oración caníbal’. En este sentido, la idea de derrumbe, mezcla en estas páginas de desánimo y descreimiento, es una constante en este poemario y, al tiempo, un factor que proporciona unidad al libro. Por otro lado, observamos un elemento relevante conectado con la trayectoria creativa de Rivera. Alusiones al séptimo arte aparecen en poemas como ‘Domingo’ (“Sin rumbo / como un mal film de serie B / sin guión preciso/…”), ‘Norma Jean en sus versos con diamantes’ (“…siempre sea en tus ojos / como las interminables / cataratas del Niágara. / Norma Jean / Eterna Norma Jean”) o ‘Blanco y Negro’ (“Como los pobres diablos / de las películas de serie B / me tiro pronto por las mañanas / a la calle…”). Asimismo, el mítico personaje Fantomas, a medio camino entre la literatura, el cine y el cómic, sirve al propósito del autor en el poema ‘Fantomas y el delirio’. Avanzando en la lectura vamos descubriendo poemas notables que sin duda atraen la atención del lector: ‘Click’, ‘Esto no es un poema’ o ‘Jaula de oro’, por citar alguno de ellos. En el señalado poema ‘Dióscuros’, nos dice Rivera: “Mis noches arrojan / una sombra tan larga / como los cuentos milenarios / del fuego y la lluvia.”. “Volverán una a una las noches / con mis destrezas y sus días / dormirán su sueño / en las torres rotas / en las mil torres rotas de arena”, anota en ‘Dormirán una a una las noches’. Poemas, como tantos otros en este libro, que abordan desde el abatimiento y la nostalgia temáticas muy diversas, germinadas, eso sí, a partir de la experiencia vital del autor. Valga de muestra cómo el poeta no olvida en sus versos abordar esa inflexible realidad que en ocasiones condiciona nuestro vivir más arduo. Así lo refleja en el poema ‘Es el hacha de cortar cabezas’: el hacha “de los desconsuelos”, “de los despidos”, “de los desheredados”. Tampoco va a soslayar el autor un ascenso final a las cimas de la esperanza: “Volveremos con el aplastante optimismo / de los vencidos” (del poema ‘Volveremos’). Versos los de estas Memorias del derrumbe en los que Eugenio Rivera ha expuesto con talento y franqueza su alma entera y, creo, anuncian lo mucho y bueno que este poeta tiene aún por entregar al público lector. Puedes comprar el libro en:
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