Era lo habitual, una misión rutinaria dentro la estrategia ‘Seek and Destroy’ -buscar y destruir- diseñada por el Pentágono para masacrar a la población survietnamita. Aquel 5 de junio de 1972 los niños que jugaban en la aldea de Trang Bang elevaron sus ojos al cielo y, al instante, cayó sobre ellos un diluvio de napalm. Sólo cinco sobrevivieron. Entre ellos, una niña de nueve años, Kim Phuc. La fotografía en que seguimos viéndola correr desnuda y quemada viva, llorando y aullando de dolor, cumple cincuenta años. No así la amnesia colectiva en todo lo que afecta a los crímenes de guerra perpetrados por la gran democracia norteamericana. Justo esa que hoy se erige en autoridad moral, sin que ningún Tribunal Penal Internacional llame a las puertas de su conciencia.
Lo más estremecedor de la fotografía no es tanto la niña, sino la indiferencia de los marines que caminan tras ella. La salvó el fotógrafo, un joven vietnamita llamado Nick Ut. En el hospital no querían atenderla, ya la daban por muerta.
Diez años antes el icono de la Nueva Era, su presidente más progresista, el más groovy, el más smart -John F. Kennedy- superó esa indiferencia defendiendo el empleo de la guerra química contra la población civil. Primero el Agente Naranja. Luego el Napalm B -perfeccionado por la honorable Universidad de Harvard-: gasolina gelatinosa potenciada con poliestireno. El agua hierve a cien grados. El Napalm B genera temperaturas superiores a los mil. El dolor más terrible que cabe imaginar. ¿Se puede sobrevivir a eso? Kim sobrevivió tras sufrir diecisiete injertos de piel. Las otras quemaduras permanecen indelebles.
Desde la Era Kennedy a la caída de Nixon el ejército de EE.UU. vertió cuarenta millones de litros de Agente Naranja sobre Vietnam. El censo de víctimas orbita entre el medio millón y los dos millones. Cuatro más sufrieron los devastadores efectos de las dioxinas. Medio millón de niños nacerían con enfermedades congénitas.
Se cuenta que aquella fotografía precipitó el final de la Guerra de Vietnam. ¿Guerra o genocidio? Dios bendiga a América. En el caso de Kennedy otras imágenes mucho más groovies contribuyeron a hacernos olvidar que abocó al mundo a la mayor escalada bélica desde la II Guerra Mundial.
Hoy sólo recordamos una víctima de la guerra química -aquí en forma de barbitúricos- asociada a su carismática figura: Marylin Monroe meciendo sus caderas mientras le canta con su voz más tórrida, puro napalm: “Happy birthday, Mr. President”.