Esta obra, es de una calidad obvia, como casi todo lo que publicó en su día el Centro de Estudios e Investigación San Isidoro de León, bajo la eximia dirección del profesor José María Fernández Catón. La presente monografía fue elaborada, como tesis para el grado de Licenciatura, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. Calificada con sobresaliente, hoy debería ser corregida, ya que la confusión entre el Reino de León y el Reino de Castilla, inexistente y dependiente, en este momento histórico, es continuo y constante. El prólogo lo ha realizado el profesor Emilio Sáez Sánchez (Caravaca de la Cruz-Murcia, 1917-Tordesillas-Valladolid, 1988), quien nunca fue un seguidor ecuánime y riguroso del concepto regio REINO DE LEÓN, sino más bien sesgado hacia una inventada y anhistórica Castilla. Pero un servidor no debe ser acre con un medievalista que no se puede defender por haber fallecido, y no lo voy a ser. Pero está claro, historiográficamente hablando, y según los conceptos rigurosos actuales, de los que somos responsables los historiadores medievalistas leonesistas, que Alfonso VII “el Emperador” no es emperador de León y Castilla, ya que este malhadado territorio está subsumido en la Corona de León, aunque no se puede negar el predicamento castellano preeminente, tras la muerte del susodicho Emperador de León. Es tal el poder de la infanta leonesa, que su hermano la dota con los Infantados de León, del Bierzo, de Campos y de Asturias. Es obvio que no existe en este siglo XII un territorio castellano-leonés. La propia autora patina, ya en su introducción, cuando refiere a la figura imperial (ALFONSO VII) como una de las más relevantes del reino castellano-leonés, falso de toda falsedad histórica habida y por haber. A veces da la impresión de que algunos medievalistas no consultan los textos, las crónicas o las fuentes del Medioevo, ya que si no es así no se puede concebir ese militante castellanismo, que no existe más que en ciertas mentes febriles pro-Castilla. Aunque, lo que no se puede negar, y no lo pretendo, es la magnificente pléyade de documentos sobre esta infanta legionense, algo que realza siempre todos los libros de la grandiosa colección isidoriana. Asimismo se realiza un estudio, riguroso y global, sobre los itinerarios políticos de la infante de León. Y, cómo no, existe una bibliografía importante, que la propia autora indica que se le ha quedado corta, pero que la incrementará a posteriori. “Finalizaba el s. XI, los reinos hispánicos continuaban su ya secular lucha contra los musulmanes establecidos en la península. Toledo es la última conquista del rey castellano-leonés (1085), y Sagrajas (1086) su primera derrota, porque los almorávides han cruzado el Estrecho y comienzan con esta victoria su carrera triunfal, que culminará en Uclés. La cristiandad entera advierte el peligro. La Galia reacciona, y en la primavera de 1087 llega a España un ejército de cruzados –no era el primero, pero sí el que nos interesa-, a su frente, Eudes I, duque de Borgoña, le acompaña un nutrido grupo de borgoñones –entre ellos, su hermano Enrique y su primo Ramón, conde de Amous-, numerosos caballeros de Poitou y Normandía y muchos languedocianos y provenzales, con Ramón de Saint-Gilles, conde de Tolosa. Pero estos cruzados no llegarán nunca a Castilla, su actuación no sobrepasó el valle del Ebro. De acuerdo con Sancho Ramírez ponen sitio a Tudela, no tardan en surgir entre ellos querellas y disensiones; a poco se dispersan y como pueden regresan a su país. Sin embargo, algunos no vuelven, no volverán nunca. Ramón y Enrique descienden de León –donde se halla Constanza, como ellos de la casa de Borgoña, desposada con Alfonso VI-. Poniéndose al servicio del monarca. La carrera de don Ramón es rápida, no tarda en ser nombrado gobernador de Galicia y se le promete la mano de la primogénita del rey, doña Urraca, que a la sazón era todavía una niña”. Algunas precisiones: no existe rey castellano-leonés, ya que el sujeto regio central de este texto es, nada más y nada menos, que el Rey Alfonso VI de León, Emperador de las Españas; y Castilla, tras la muerte en Zamora de Sancho II de León y de Castilla, prácticamente no existe y solo es un territorio dependiente como el de las Galicias, SIEMPRE, del Reino de León. Es indudable que los cruzados no llegaron a Castilla, por que solo existe como concepto geográfico, y nunca político. Está claro el influjo marital cluniacense y borgoñón en la corte del Rey AlfonsoVI de León, abuelo preclaro de Alfonso VII y de Sancha. Desde este enlace marital con la paradigmática infanta leonesa, luego emperatriz de León y reina de todas las Españas como Urraca I, el influjo cluniacense y borgoñón es indubitable, lo que favorece los intereses del Vaticano y anula el más que preclaro rito mozárabe legionense. Esta boda, que nunca fue satisfactoria para el monarca legionense, ya que observaba con disgusto el estilo medrador de su yerno, procreará dos hijos: la infanta Sancha será la primogénita, y siempre muy vinculada a los intereses y el afecto de su hermano. ¡Ah, por cierto!, página-20 Urraca de León nunca fue infanta castellana. Todo este castellanismo equivocado nos debe hacer y ser indulgentes, ya que el libro se publicó en 1972, en la plenitud del imperialismo castellano del régimen franquista de Francisco Franco Bahamonde. Está claro que los autores más proclives a León ensalzan la figura de la soberana del Reino-Imperio de León, mientras que los historiadores aragoneses siguen la estela del atrabiliario segundo marido de la soberana legionense, el Rey de Aragón y de Pamplona y Emperador de León, Alfonso I “el Batallador”, con el que las relaciones fueron desastrosas, por culpa de ‘aquellas descomulgadas bodas’. Estimo, modestamente, que este preámbulo de acercamiento a esta obra es suficiente, para invitar a la adquisición y a la lectura de este volumen importante de la Historia Medieval de las Españas. También deseo destacar la página, preciosa, dedicada a las diversas firmas documentales utilizadas por la infanta del Reino de León. Estupenda colección documental, esencial para dejar las cosas claras con respecto a las titulaciones de la infanta de León. ¡Estupendo! «Duos habet et bene pendentes. Deo gratias». Puedes comprar el libro en:
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